Hombre y mujer en el desierto

¿Pedagogía o guerra sin cuartel?

Ahora nadie tiene nada en contra del sufragismo. La oleada feminista que antaño luchó (y venció) para conseguir la equiparación en derechos y libertades de la mujer es hoy el discurso hegemónico que nadie se atreve a cuestionar. Sobre el papel ya está todo hecho, de modo que, los mismos tipos que otrora les invitaban a «aceptar su puesto y función en la sociedad con cristiana resignación» ahora les dicen que «Ya podéis votar. Felicidades. Habéis ganado. Ya tienen su tan ansiada «igualdad» (dígase con desdén, como si escupiera la palabra), ahora vuelvan a sus casas y disuélvanse. El feminismo ya no es necesario.»

No importa que en nuestra moderna España se denucie una violación cada 5 horas (actualización AGO/18) o que, desde 2003 (que se comenzó a contabilizar) y hasta el momento de escribir estas lineas hayan sido asesinadas más mujeres por Violencia de Género (830, según Instituto Nacional de Estadística) que personas víctimas del terrorismo de ETA en toda su historia (829, según Ministerio del Interior). Recordemos que el terrorismo fue durante mucho tiempo la principal preocupación de los españoles en el barómetro del CIS ¿Por qué no lo es ahora el feminicidio? Tampoco parece importar que la brecha salarial de género haya repuntado el año pasado hasta máximos históricos. Repitan conmigo: Nada de eso importa. El feminismo ya no es necesario.

Dentro de 80 años, los españoles del futuro mirarán a nuestra sociedad actual con el mismo extrañamiento e incredulidad con que nosotros pensamos en esas mujeres cuya máxima aspiración vital era encontrar un «buen marido» y que no podían votar porque eran consideradas inferiores a los hombres. No tengo ninguna duda que será así, salvo que haya una guerra mundial o un apocalipsis zombie; pero hasta entonces, el posicionamiento sigue siendo el mismo que en tiempos del sufragismo: «Feminismo o Barbarie» y los únicos zombies que he conocido son los neomachistas (anti-feministas) y sus argumentos «cuñados» que hablan de estadísticas manipuladas por el feminismo «moderno» (que «ya no tiene razón de existir») o «radical» (que «no busca la igualdad, sino dar la vuelta a la tortilla y vengarse de los hombres»).

Desde que me declaré públicamente como (hombre) simpatizante del feminismo y activista de su causa admiro más a las mujeres. Ellas aún sufren toda esa discriminación estructural y opresión heteropatriarcal de forma directa. Aquellas que luchan por una igualdad real sufren además las represalias propias de todo aquel individuo o colectivo que osa cuestionar lo establecido (el insulto, la ridiculización, la amenaza, la persecución, etc) Y sin embargo… aún no han creado ningún comando armado de liberación contra nosotros.  De estar en su lugar creo que ya habría intentado comprar unos cuantos AK47 en el mercado negro y estaría intentando organizar una guerrilla de acción directa contra tipos como Juan Antonio Reig Pla (Obispo de Alcalá, no se pierdan sus incendiarias declaraciones contra la mujer y los homosexuales). Quizás por este tipo de pensamientos, es bueno que los hombres nunca usurpemos el liderazgo del movimiento a quien realmente le corresponde: a la mujer y a su forma de hacer las cosas.

Por supuesto, las consecuencias derivadas de declararse feminista adquieren sus propios matices cuando eres hombre: en el (corto) periodo de tiempo de seis meses he experimentado ya todas las fases de este peculiar proceso de duelo (negación «no puede ser que haya dicho eso», negociación «a ver, voy a explicártelo otra vez con palabras mas sencillas», ira «como repita una vez más la palabra hembrismo me lo cargo aquí y ahora»,  depresión «nada tiene sentido, le dan la vuelta a todo, quiero llorar») con diferente público (familia, amigos y desconocidos en RR.SS.) e idéntico resultado. A veces notas que no lo hacen a malas y hasta te inspiran piedad, pero otros hacen todo tipo de comentarios deliberadamente ofensivos para denigrar tu lucha y provocarte, de modo que abrazar la doctrina de la «mano dura» y caer en el sarcasmo más hiriente no es una cuestión de elección, sino de tiempo.

Sin embargo, si somos pragmáticos, esa vía tiene un efecto (cuanto menos) limitado: soltar la bilis que te producen sus actitudes y comentarios hace reflexionar a uno de cada X (los genialmente sarcásticos artículos de Barbijaputa así lo han demostrado), pero los restantes se sienten amenazados, contestan a la defensiva y radicalizan aún más su discurso al tiempo que tergiversan el tuyo; lo que a su vez te genera más bilis, y así indefinidamente en un ciclo de retroalimentación cuyo único fin es tu propio malestar y el ODIO en su máxima expresión.

De modo que he decidido contribuir y aportar de otra forma: Moderando y modulando la repulsa que me producen y combatirlos con buenas maneras. Construir un discurso amable con una sonrisa a ver si (a fuerza de martillo pilón) alguno termina por abrir un poco la sesera. Porque del machismo se sale y, en el fondo, tengo la convicción de que una mayoría de ellos no quieren serlo en realidad; simplemente están contaminados por su propia ignorancia.

Por eso este blog (y mi futuro ensayo) se titulan «El feminismo de la Reconciliación«. Porque son una mano tendida a todo aquel hombre (o mujer) que quieran crecer (y ayudarme a crecer a mi) a través del debate y la reflexión, pero sin perder jamás de vista la empatía y el respeto.

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