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El acaparamiento masculino del espacio

Una de las peores cosas que puede pasarte cuando te consideras un hombre igualitario (y estás en la fase del NotAllMen™) es descubrirte teniendo un comportamiento machista que tan siquiera sospechabas que podía estar ahí. Es un proceso radical y sin anestesia: un día te encuentras discutiendo ante un «coñazo de tía feminista» todo ofuscado con tu procesión de justificaciones y amargos lloriqueos del tipo FlacoFavor™  y de pronto… ella dice esa frase exacta en el momento preciso que te lo hace ver todo claro y tu cerebro implosiona. Súbitamente te ves obligado, no sólo a reconocer que ella tiene razón, sino a plantearte cuántas otras cosas habrás estado pasando por alto. Cuántas te habrás estado negando a ver. Una de esas epifanías la tuve en la universidad al oír hablar por primera vez del acaparamiento del espacio: «¿Cuántas chicas dan su opinión cuando el profesor pregunta algo? ¿Cuántas participan en los debates?». ¡ZAS! En toda la boca.

Acaparamiento masculino del espacio

En mi clase, la mayor parte de chicas se abstenía de contestar preguntas sobre la materia ¡ni una sola vez! inclusive aquellas que sacaban mejores notas. Nosotros en cambio, al escuchar «¿Quien sabría decirme…?» ya estábamos esperando el resto de la frase como quien aguarda el pistoletazo de salida para levantar la mano. Sólo nos faltaba reclamar el «photo finish». Del mismo modo, cuando surgía alguna controversia que el profesor consideraba interesante para organizar una «mesa redonda», jamás decían «esta boca es mía». De las pocas que si se animaban a participar, tenían por costumbre expresar su opinión una sola vez pero no volvían a rebatir, a pesar de que la charla podía llegar a extenderse la hora entera. Al final, al margen del tema de debate (y del diferente reparto de afinidades y discrepancias cada vez) siempre quedábamos discutiendo cinco personas (siempre los mismos), y sólo una de ellas era chica.

Esto quiere decir que, haciendo un análisis de género en términos absolutos, los hombres copábamos el 80%, pero es que, si tenemos en cuenta que en las facultades de educación suele haber muchas más chicas que chicos, la proporción (en términos relativos) aumentaba hasta el 95% del espacio. Conclusión: aún estando en clara minoría, nos habíamos adueñado total y absolutamente de las intervenciones.

Pero es que además, si analizábamos los tiempos de exposición por cada turno de palabra, resulta que (nuevamente) los hombres empleábamos casi un 30% más de tiempo que la (única) mujer que se atrevía a seguirnos el ritmo. Y todo ello a pesar de que estábamos en un espacio neutral y moderado. La pregunta incómoda es: ¿Qué no pasará en un grupo informal?

Podría completar el cuadro diciendo que, ademas , a nivel cualitativo, una parte significativa de intervenciones masculinas eran «salidas de tono» o «paridas que no venían a cuento»; impresión mía subjetiva, sí, pero confirmada por el hecho de que solían provocar la intervención del profesor para impedir que nos desviásemos del tema. Lo cierto es que me sobraba información para verme obligado a reconocer que (lo de mi clase de la facultad) era una debacle indecente, de modo que la siguiente pregunta que cabía hacerse era tan lógica como necesaria:

¿Esto siempre ha sido así? Recordaba demasiado vagamente el colegio, pero si recordé mis clases del instituto y las del módulo de FP y mi impresión subjetiva es que el patrón se repetía una y otra vez. Sistemáticamente. A partir de entonces comencé a documentar de forma mas rigurosa lo que ocurría en todo grupo mixto donde yo me encontrara (una reunión familiar, las clases de conducir, una charla sobre psicología, etc) y cada evento ratificaba la conclusión con independencia del resto de variables.

De modo que, llegados a este punto, ya sólo cabía analizar las posibles causas, y estas son mis hipótesis al respecto:

Afán de protagonismo

Los hombres (y yo el primero) parecemos «doparnos» con el sonido de nuestra propia voz al hablar. Es como si sintiéramos un irrefrenable impulso de dar a conocer nuestra opinión; tal como si acabáramos de descubrir la vacuna del SIDA y fuera de crucial importancia que todo el mundo (máximas autoridades mundiales incluidas) prestasen atención a lo que sea que tengamos que decir. Como buenos parroquianos de bar, nos atrevemos a dar clases magistrales a nuestro seleccionador nacional y a nuestro presidente del gobierno. ¿Atentado en París? No hay problema, un vinito y nos convertimos en expertos en política internacional y cuestiones de terrorismo. Con el segundo pasamos directamente a arreglar el mundo. ¿Las mujeres? Nosotros sabemos lo que les conviene mejor que ellas mismas.

En resumen: somos unos perfectos cuñados y, si bien muchas mujeres también lo son, de media parecen más sensatas y saben bien que, cuando discutes con alguien así, tienes las de perder: el cuñado siempre consigue que te rebajes a su nivel y una vez allí te machaca con su gran experiencia. Pero si nuestro afán por opinar (de todo, siempre) es como una droga, la buena noticia es que podemos desintoxicarnos. (Yo aún estoy en rehabilitación).

Inseguridad y prudencia

Muchas de las mujeres a las que pregunté directamente por sus motivos alegaron no querer participar por «no entender del tema» o «no tener una opinión formada». Sin embargo, hablando con ellas (en privado o en grupos pequeños de confianza) pude confirmar que esa creencia suya de «no tener nada que aportar» era radicalmente falsa. Ahora bien, su abstención podía ser una (respetable) decisión personal y voluntaria… pero entonces ¿Cómo se explicaba tal variabilidad respecto a sus compañeros? La pista nos viene desde el feminismo y su análisis crítico acerca de los roles de género patriarcales: se trata de una respuesta aprendida.

Igual que culturalmente les imponemos el color rosa, las «cocinitas» y «muñecas», la mujer es socializada para creer que ella no es inteligente; la parte que le corresponde es la emocional, no la racional. La mujer es socializada para adoptar una postura mansa y sumisa, y aportar tu opinión es siempre susceptible de provocar una cierta tensión.

Pero además, la mujer es socializada para tener mayor sentido del ridículo. Mientras que a nosotros se nos insta a asumir riesgos y tenemos una «salida para todo» cuando hemos metido las patas, ellas suelen necesitar estar mucho más seguras de las cosas, precisamente por el temor a equivocarse (incluso en cuestiones donde no existe una única respuesta correcta) ya que la penalización social que sufren ante el error es también mayor.

Propósito

Cuando discutimos… ¿hombres y mujeres perseguimos los mismos fines? No lo creo. Nuestro estilo comunicativo suele ser mucho más agresivo, tal como si en realidad el debate fuera un pretexto donde el objetivo real es «llevar la razón«, o dicho de otro modo: competir para ganar; mientras que las mujeres parecen más predispuestas a alcanzar un punto de equilibrio (comprensión mutua y consensos) con sus adversarios dialécticos.

Pedantería

Quizás precisamente por nuestra querencia a competir, los hombre solemos utilizar frases más recargadas y hacer uso de un vocabulario artificioso, florido y rimbombante (he aquí una prueba). El léxico privativo (usar palabras poco comunes, expresiones en latín, etc) es muchas veces un mecanismo (algo clasista) con el que pretendemos dotar a nuestro discurso de un aura de intelectualidad que cale más hondo de lo que la solidez de nuestros argumentos puede hacerlo. Se trata (nuevamente) de quedar por encima de nuestros oponentes, a ver quien la tiene «más larga» (un verbo más afilado, en este caso).

Por supuesto, estas estrategias no aportan nada al debate y además penalizan su fluidez al tiempo que dificultan llegar a consensos. Si asumimos que ese sería el objetivo de las mujeres a la hora de debatir, parece lógico que este factor las desmotive para participar.

Fair Play

Si bien el uso del ad hominem para desacreditarnos entre nosotros es el «pan nuestro de cada día»; cuando nuestro adversario dialéctico es una mujer (y por el mero hecho de serlo) caemos con excesiva frecuencia en el paternalismo condescendiente que, para colmo, suele venir acompañado de menciones a su físico.

He presenciado infinitas veces estas desautorizaciones, tanto a través del halago desdeñoso «Perdona, bonita, pero no tienes ni idea» (hablándole como si fuera «tontita») como desde la hostilidad más irracional «Las feministas odiáis a los hombres porque no querrían tocaros ni con un palo».

En conclusión

La participación de cualquier persona o grupo en el espacio público puede incentivarse o desincentivarse de mil formas distintas. Una de ellas es cuando un grupo lo «controla» de forma demasiado clara o definida. Como buenos cuñados, siempre podremos alegar «Que participen, coño, si nadie les quita» pero, en rigor, esto no funciona exactamente así: Quizás somos nosotros (los hombres y nuestras estrategias comunicativas) quienes hemos creado un clima en que las mujeres no se sienten libres ni cómodas para opinar. Quizás, si en lo sucesivo no somos capaces de «cambiar el chip» para dar voz a los colectivos invisibilizados, sea normal que opten por crear espacios excluyentes (no-mixtos) y luego nos quejaremos (como si nos conociera) de los intolerantes que son estas femihembristas que quieren marginarnos de sus foros.

Un buen moderador busca que la situación este ponderada: pregunta deliberadamente la opinión a quien participa poco, mientras corta a quien lo hace demasiado y acapara el debate. Sabe que las experiencias y peculiaridades de cada persona respecto a su grupo social (genero, orientación, etnia, clase, credo, etc) aportan diferentes perspectivas y visiones que pueden enriquecer el debate y aportar matices valiosos. En un espacio no moderado son los propios participantes quienes tienen que evitar los sesgos y controlar todos esos aspectos para (como mínimo) no inhabilitar la participación de nadie (individuo o colectivo).

Y ahora, compañerOs, antes de que os lancéis a insultarme y opinar que todo lo que he dicho es unainmensa sarta de estupideces, os insto a haceros un favor a vosotros mismos: dedicad aunque sea únicamente ¡5 minutos! a reflexionar sobre ello de forma crítica. Gracias.

Tu aportación es valiosa

En todos los artículos de este blog, las opiniones y experiencias de las mujeres son siempre bienvenidas, pero en este tema en particular vuestro testimonio es especialmente relevante:

¿Alguna vez os habéis abstenido de participar en espacios mixtos a pesar de querer hacerlo? ¿Cuántas veces os habéis autocensurado, privándoos de expresar vuestra opinión? ¿Qué os llevó a hacerlo?

Imagen de portada: Richard Yeh / WNYC.

12 comentarios

  1. Me he auto-abstenido de participar muchas veces:
    – Porque consideraba que no tenía la formación/información necesaria sobre el tema.
    – Porque ya se me habían adelantado otrOs a dar una opinión parecida a la mía.
    – Porque no había forma de «meter baza».
    – Porque la conversación se desarrollaba en términos muy agresivos y no me sentía cómoda con esas formas.
    – Porque no tengo ni puta idea de economía global, coño!! como voy a opinar sobre mercados de riesgo!! Mi formación en economía se reduce a intentar llegar a mediados de mes con los sueldos que entran.
    Yo personalmente he notado mucho el tema de la inseguridad. Hablo cuando estoy segura de mi postura o tengo un mínimo de formación sobre el tema que se trate. Normalmente porque ante la «metedura de pata», la factura es mayor para una mujer que para un hombre. Si un hombre mete la pata, no pasa nada, como mucho se le desacredita sobre ese tema, pero si una mujer comete el mismo error, automáticamente queda desacreditada en todos los temas. Si he dicho una burrada sobre economía global, eso me pasará factura cuando hable de legislación laboral, por mucho que sea una experta en el tema. Mi opinión será cuestionada hasta si hablo de «como programar la lavadora de forma eficiente», siempre habrá algún hombre presto a desacreditar mi opinión en base a mi metedura de pata sobre economía global.
    Los espacios no-mixtos, así en general me parecen una mierda, útiles, pero una mierda. Útiles para analizar, para crear estrategias, para «terapia grupal», pero una mierda. La lucha es nuestra (de las mujeres) pero el trabajo de campo para que sea efectiva tiene que ser conjunto, si no no llegaremos a transformar la sociedad que al fin y al cabo es lo que pretendemos, así que crear espacios excluyentes me parece una estrategia de protección necesaria, pero una mierda (creo que esto último ya lo he dicho antes….)
    Un Abrazo enorme. Sigue escribiendo, que yo seguiré leyéndote.

  2. Yo sí que tengo recuerdo de mi época escolar y no me parecía en nada al perfil que aquí describes, cuando el profesor lanzaba una pregunta yo solía levantar la mano a nada que me sonara vagamente el tema, y cuando se creaba ambiente de debates me encantaba participar, y de hecho si el debate se prolongaba demasiado acabábamos copando las intervenciones otro chaval y yo.

    Sin embargo al abandonar los muros del instituto me he convertido en el perfecto ejemplo de lo que expone Puck en su artículo, no intervengo excepto si estoy absolutamente segura de lo que digo, o si nadie ha aportado una opinión similar (y mejor expresada) que yo, incluso en espacios virtuales donde me encuentro amparada por el anonimato, como la sección de comentarios de Eldiario.es he pasado meses leyendo, aprendiendo y tanteando las dinámicas hasta que me he lanzado a comentar (animada por otra persona), temiendo tener poco o nada que aportar.

    1. Gracias por tu testimonio. En el colegio ¿eras la única o tus compañeras hacían igual que tú en ese sentido?

      ¿A que atribuyes un cambio tan radical tras el instituto?

  3. He, yo no encajaba para nada en el modelo de mujer que no habla; de pequeña mi padre me incentivaba mucho a pensar y aprender, por lo que yo me sabía inteligente, y dado que en el cole intentaban dejarme de tonta, yo aprovechaba para demostrar que se equivocaban. Sin embargo, en el instituto ya empecé a cohibirme, me daba miedo equivocarme y si un tema iba a enroscarse y terminaría discutiendo con los chicos, terminaba por callar.
    Ahora estoy en un punto medio. Cuando en clase hablamos de temas que domino mínimamente (feminismo, racismo…) no me callo, me da demasiada rabia que 5 chicos de 32 alumnas copen el debate, pero si no domino el tema, no me atrevo si quiera a plantear mis dudas…

    1. Gracias por compartir tu experiencia.
      Mucho ánimo y espero que seas capaz de hacer oír tu voz y dar mucha guerra.

  4. Hola, Puck.

    Tras leer el artículo hay varios puntos en los que no estoy de acuerdo porque mi experiencia personal me indica lo contrario. Pero ahora mismo no tengo datos concretos que la respalden, así que de momento doy por bueno todo lo que dices.

    Doy por bueno que los hombres nos sentimos validados para participar en debates tanto como queramos, y las mujeres no. Doy por bueno que esto a ellas les produce un desvalor, y doy por bueno que a nosotros nos pasa desapercibido ese desvalor.

    Lo que sigo sin entender es cómo responde eso a la pregunta «qué privilegios perdería yo si no existiera el patriarcado». Entiendo que el sistema igualitario que tú persigues consiste en hacer que las mujeres se sientan tan validadas como los hombres, no que los hombres se sientan tan cohibidos como las mujeres. Con lo cual en dicho sistema yo seguiría pudiendo participar en los debates, con la ventaja adicional de que habría más personas aportando argumentos.

    Ya te he dicho en el otro hilo que no veo en qué mejora mi vida el patriarcado, porque no veo en qué empeoraría mi vida la ausencia de patriarcado. Y tras leer este artículo sigo sin verlo. ¿Puedes explicarme con un poco de paciencia qué es lo que perdería?

    Gracias.

    1. Aún no he reflexionado profundamente sobre el tema, pero creo que renunciando a nuestros privilegios, los hombres perderíamos fundamentalmente dos cosas: CONTROL (sobre la mujer) y OPORTUNIDADES (debido a que tendríamos más competencia en diversos contextos y especialmente en el laboral).
      Ahora bien, al mismo tiempo estaríamos ganando en JUSTICIA y LIBERTAD porque dejarían de recaer sobre nosotros las típicas atribuciones de «lo que un hombre tiene que ser», o «cómo debe comportarse» para poder mantener una masculinidad decimonónica.

  5. Gracias por contestar, Puck. De nuevo, perdona que empiece otro hilo pero WordPress no me deja comentar en el anterior por alguna razón que desconozco. Dices:

    «los hombres perderíamos fundamentalmente dos cosas: CONTROL (sobre la mujer)»

    Habrás visto en mi comentario original que no hablo de «los hombres» sino de mí. Y no creo que yo ejerza ningún tipo de control sobre ninguna mujer, en ningún ámbito y mucho menos y mucho menos en el de los debates.

    «OPORTUNIDADES (debido a que tendríamos más competencia en diversos contextos y especialmente en el laboral)».

    Hasta donde yo sé el post no iba sobre el ámbito laboral sino sobre la participación en debates, y como te dije, no veo en qué me perjudica que participe más gente con cosas que decir. Más bien al contrario, me gustaría bastante que pasara eso.

    De todos modos, hablemos del contexto laboral. Hasta donde yo entiendo la desaparición del patriarcado liberaría a las mujeres de su rol de cuidadoras y les permitiría entrar de lleno en el mercado laboral, pero al mismo tiempo liberaría a los hombres de su rol de proveedor y les permitiría salir de él y dedicarse a cuidar a su familia, si así lo quisieran.

    Supongo que el número de familias sería el mismo y haría falta la misma cantidad de gente en los hogares. Por tanto no estamos hablando de más gente trabajando, sino de una cantidad parecida a la actual pero mejor distribuida. De forma que no veo por qué iba a aumentar eso la competencia: yo podría trabajar, tendría que competir con una cantidad similar de personas (pero más variada) y al mismo tiempo si quisiera tendría más libertad para retirarme del mercado laboral y cuidar a mi familia.

    No me parece que esa situación sea peor que la actual, y por tanto no me parece que la actual me convierta en un privilegiado.

    1. Si no te sientes capacitado para valorar mi contexto supongo que tampoco te sentirás capacitado para decirme que tengo privilegios. Y sin embargo llevo muchísimo tiempo oyendo que sí, que los tengo por el mismo hecho de ser hombre. Y en tu post de introducción me pareció que ese era el mensaje que querías transmitir:

      «Quizás la gran baza del capitalismo (y en general del patriarcado) es que, al mismo tiempo que todos somos víctimas de sus injusticias, también nos hace a todos cómplices y beneficiarios de las mismas, aunque sea en un grado ínfimo y ridículo.

      Yo entendí que cuando decías TODOS te referías a TODOS y que metías en ese saco a todos tus lectores hombres, incluyéndome a mí. De ahí que te preguntara en qué medida y forma concreta soy beneficiario del patriarcado. Si ahora me dices que no eres quién para juzgar, bueno, supongo que en base a lo que te he contado me excluyes como beneficiario y que no debo sentirme aludido. ¿Es así?

    2. Te vuelvo a repetir que el mero hecho de no ejercer tus privilegios de forma efectiva NO equivale a NO tenerlos. Hoy no lo haces pero… ¿qué garantiza que no lo harás mañana? La única forma de que la sociedad puede asegurarlo es abolirlos y sancionarlos.
      Pero si, te doy la razón en que quizás toda esta conversación podría resumirse en que, si en verdad no eres beneficiario de NINGUNA de las infinitas formas de privilegios sociales masculinos que existen, entonces no tienes porque darte por aludido en absoluto respecto a nada de lo que el feminismo denuncia: ya habrías llegado a la plena IGUALDAD de género.
      Ahora bien, yo te invitaría a hacer un auto-examen con humildad:
      ¿Realmente es posible no ejercer ningún privilegio masculino en una sociedad patriarcal?
      ¿Realmente es posible no ejercer ningún privilegio de clase en una sociedad capitalista?
      ¿O también consideras NO tener ningún privilegio de clase?
      Porque no yo no puedo hablar por ti, pero si por mi mismo, y yo SI considero tener tales privilegios. Igual para que yo pueda comprar un jersey barato en Primark es necesario un sistema de desigualdad e injusticia que incluya menores de edad usados como mano de obra esclava.
      Piensa que el hecho de que yo no haya sabido hacértelos ver no implica que no estén ahí en alguna parte.
      En cualquier caso, es obvio que el triunfo de la ética feminista no supondría que los hombres tengamos (exclusivamente) que renunciar a las cosas que no nos corresponden, sino que también nos veríamos beneficiados en gran medida. Ganaríamos en libertad para hacer cosas consideradas «de mujeres». Dejaríamos de estar castrados emocionalmente por tener que reprimir u ocultar las cosas que sentimos, sin temor a que se dude de nuestra sexualidad o nuestra «hombria», etc.
      Su lucha es también la nuestra.

    3. Puck, preguntas:

      «¿Realmente es posible no ejercer ningún privilegio masculino en una sociedad patriarcal?»

      No lo sé, he entrado precisamente a que me lo aclares tú. Por lo que das a entender supongo que la respuesta correcta es «no», pero en el tiempo que llevo preguntándote qué privilegios concretos se supone que disfruto (y dándote datos sobre mi situación personal) de momento no ha salido ninguno.

      Con lo cual solo se me ocurren tres respuestas posibles:

      1. O bien disfruto algún privilegio que no haya salido a la luz (en cuyo caso agradecería muchísimo que siguieras haciéndome preguntas para ayudarme a sacarlo).
      2. O bien resulta que sí, que es posible no ejercer ningún privilegio masculino en una sociedad patriarcal.
      3. O bien resulta que yo no vivo en una sociedad patriarcal (conclusión necesaria de que sea imposible no disfrutar privilegios en un patriarcado, y que a la vez yo no disfrute ninguno).

      Dices:

      «En cualquier caso, es obvio que el triunfo de la ética feminista no supondría que los hombres tengamos (exclusivamente) que renunciar a las cosas que no nos corresponden»

      Lo siento pero sigo sin saber cuáles son esas cosas que disfruto actualmente y que no me corresponden.

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