El ser humano tiene cinco sentidos que transmiten grandes cantidades de información al cerebro, pero ¿todos ellos envían datos al cerebro en igual medida? ¿Aprovecha el cerebro por igual toda la información que recibe de los sentidos? La respuesta parece ser NO en ambos casos. En un artículo de la revista científica Pedagogy, Culture & Society titulado The half-second delay: what follows? (via Microsiervos) se presentan datos concretos con los que he elaborado los gráficos de la parte inferior. En el primero de ellos vemos como no todos los sentidos tienen el mismo «ancho de banda» (capacidad física de trasmisión de datos) y, aún más importante, que tan sólo una pequeña parte de los datos transmitidos traspasa la barrera de la consciencia humana (gráfico segundo) alterando la proporción real de nuestro esquema cognitivo.
La conclusión parece clara: no todos los sentidos tienen la misma relevancia cognitivamente, y es más: la vista y el oído monopolizarían el 91% de nuestros estímulos sensoriales conscientes. Ahora bien, esto me ha llevado a hacerme varias a preguntas: ¿Pueden existir diferencias biológicas significativas entre hombres y mujeres a este respecto? ¿Es posible que ciertas actitudes machistas estén relacionadas de algún modo con la forma divergente en que hombres y mujeres experimentamos la realidad a través de nuestros sentidos (ya sea por condicionantes físicos o culturales)?
El sexo y los sentidos
Parece haber un dilema de alcoba común entre muchas parejas y desconocidos a la hora de tener un encuentro sexual: la luz ¿encendida o apagada? Ignoro cuánto puede tener esto de leyenda urbana, pero el ideario colectivo dice que los hombres gustamos de ver con claridad, mientras que las mujeres tienden a preferir la penumbra (o la oscuridad). Esto último tendría mucho más sentido a nivel cognitivo: cuando no podemos ver el resto de sentidos se agudizan (y más si le sumamos un entorno lo más silencioso posible, debido a que liberamos al cerebro de la gran carga de procesamiento que le supone) y en esos momentos, parece lógico que las sensaciones táctiles son fundamentales y el olfato puede adquirir una nueva dimensión.
Pero además sucede otro fenómeno: al reducir significativamente la cantidad e intensidad de estímulos visuales y auditivos, dichos sentidos también se adecuan gradualmente a ese nuevo umbral y nuestra atención se focaliza en los restantes. Piénsalo así: si en la oscuridad y silencio el simple crujir de unos muelles nos resulta un ruido ensordecedor, el impacto que puede tener un leve susurro o entrever un desnudo entre las sombras ¿será mayor o menor que con luz a raudales y música fuerte de fondo?
La mayor prevalencia en mujeres de complejos e inseguridades derivados de la apariencia física podría ser una explicación alternativa a esa (supuesta) predilección por los entornos oscuros; mostrarse sin ropa ante otra persona puede ser difícil para alguien que tiene problemas de autoimagen o que le cuesta aceptar su propio cuerpo y los nocivos cánones impuestos por la cultura patriarcal se ceban con el cuerpo de las mujeres; pero eso no explica por qué los hombres suelen preferir privarse voluntariamente de los beneficios evidentes que la regulación sensorial tiene sobre el sexo ¿Es realmente una simple preferencia o esconde más bien una necesidad?
Otro ejemplo significativo que quizás aporte algo de luz a esa pregunta, podrían ser las frecuentes quejas de mujeres acerca de nuestra (presunta) incapacidad para evitar mirarlas al escote, tanto por la calle (a desconocidas) como manteniendo una charla. Muchos hombres, conscientes de la falta de respeto que supone, lo refieren como un impulso involuntario e irreprimible en el que caen una y otra vez aunque después les haga sentir avergonzados. Es más, muchos confiesan sucumbir a él incluso cuando se habían propuesto no hacerlo de forma consciente (aunque fuera sólo por temor a ser descubiertos mirando e incomodar a la mujer con la que intentaban ligar y, de este modo, perder todas sus opciones con ella). Además, otros hombres no sólo no se avergüenzan de hacerlo en absoluto, sino que llevan este defecto hasta límites esperpénticos: yo mismo he tenido que presenciar como un buen número de mis congéneres en entornos festivos se comportan como cyborgs programados para filtrar mentalmente a todas las chicas de la fiesta o local tan pronto como llegan y me he muerto de vergüenza ajena al ver su forma descarada de aplicarles un scanner completo en tiempo real, que concluía invariablemente con una evaluación de sus culos y tetas y una calificación numérica de su «follabilidad» general en escala del 0 al 10. No estoy queriendo decir con esto que las mujeres sean «seres de luz» que nunca se fijan en un paquete o dan cero importancia a nuestra apariencia, pero me atrevería a afirmar que ni lo hacen del mismo modo que nosotros, ni se ciñen tanto a lo estrictamente visual. De hecho, he escuchado a multitud de mujeres hablar del chico que les gusta refiriéndose por ejemplo, al sonido de su voz o la suavidad de su piel, por no mencionar cuestiones más abstractas y subjetivas. ¿Somos los hombres más dependientes de la imagen para excitarnos que las mujeres? Y si es así ¿Por qué?
Los hombres y el porno
Para muchos hombres, el primer contacto con la sexualidad y su mayor fuente de «educación» sexual es el porno. Se estima que el 93% de los hombres consumen porno con regularidad. ¿Puede tener esto algo que ver con nuestra aparente necesidad de visualización tanto del desnudo como del propio acto sexual?
Fijémonos por un momento en: (1) Esas tramas tan creíbles y realistas como el pizzero que llega semidesnudo y con el miembro metido en la caja a entregar el pedido (casualmente) a un grupo de mujeres «hambrientas«. (2) El hecho de que no existan preliminares: sino ese sórdido escupitajo y «pa dentro«, cambio de postura y pim-pam. (3) Esas escenas grabadas con muchísima luz indirecta en escenarios completamente anodinos. (4) Ese opresivo silencio de fondo o, en su defecto, esa típica música ridículamente simplona, rítmica e inexpresiva. (5) Esa tendencia a abusar del encuadre frontal y el zoom a los genitales, la penetración o la eyaculación… y así podríamos seguir.
Otro día hablaré del porno desde un paradigma más ético, centrándome en el mensaje sexista, misógino y humillante para la mujer que promueve, pero hoy quisiera ceñirme al análisis desde la perspectiva del lenguaje audiovisual, donde hasta el más mínimo detalle supone un ninguneo a todos los sentidos, empezando por el común. Cuando uno ve porno sabe exactamente qué es y para qué se utiliza. Se limita a reproducir un esquema tan obvio de estímulo-respuesta tan mecanicista que a menudo me pregunto si ese afán de los pornógrafos por privar al sexo de todo lo que es entendido como un artificio (el contexto, la historia de los personajes y del propio encuentro, el entorno, las sensaciones y emociones que le rodean) no será, de hecho, el artificio supremo: un triste intento de presentarlo como una ficción idealizada, algo así como una manifestación en esencia pura; embotellada en un formato tan perfectamente aséptico que, en realidad, lo único que consigue es desnaturalizarlo (arrancándole de cuajo todo aquello que lo convierte al sexo en algo humano, cálido, cercano y agradable).
Quizás no sea de extrañar que la inmensa mayoría de contenidos para adultos estén orientados a un público masculino o que ellas parezcan mucho mas propensas a leer literatura erótica que a consumir pornografía. Quizás prefieren utilizar su imaginación a que se lo den «todo mascado«, incluso cuando los contenidos reproduzcan los mismos roles pasivos y cosificadores para la mujer (recordemos que la saga literaria de 50 sombras de Grey tuvo gran éxito y aceptación en círculos femeninos).
Ya hay multitud de expertos hablándonos de los riesgos y consecuencias nocivas que el consumo de porno puede tener sobre nuestra sexualidad; desde la falta de deseo sexual, la insatisfacción en las relaciones o incluso pudiendo llegar a provocar disfunción eréctil y convertirse en una adicción. A todo hombre le recomendaría consultar el libro Pornland: How Porn Has Hijacked Our Sexuality cuya autora, Gail Dines, anuncia este titular que deja poco lugar a la imaginación: La pornografía es un problema de salud pública, y es hora de que lo abordemos como tal. También recomendaría ver esta charla TED de Ran Gavrieli o, si preferís material exclusivamente en español, podéis consultar este artículo que es bastante completo: Después de leer esto te vas a pensar dejar el Porno.
Un nuevo esquema cognitivo
A mi entender es hora de reivindicar desde el feminismo la importancia del resto de sentidos como método para combatir la hegemonía óculo-patriarcal y el machismo viso-opresor. Creo que debemos aprender a cerrar los ojos de vez en cuando y poner a los hombres una venda que les obligue a (descubrir lo que es) sentir con el tacto, el olfato y con el gusto. Reencontrarnos juntos con el viejo mundo de la infancia, plagado de sensaciones olvidadas y durante tanto tiempo relegadas a un segundo plano.
Porque, quizás, el machismo (además de una lacra social) sea también una forma limitada de comunicarnos y experimentar la realidad y el mundo; mientras que el feminismo es una experiencia sensorial más completa y sana.
[Disclaimer: Aunque este artículo aborda cuestiones científicas y cita datos o fuentes relacionados con la neurología o la psicología, las hipótesis presentadas carecen absolutamente de rigor científico de ningún tipo y constituyen meras impresiones subjetivas de su autor]
Un placer leerlo Puck. Reflexión, reflexión… gracias por permitirme pensar.
Gracias a ti por tomarte la molestia de leerlo 🙂
Hola!
La verdad es que yo suelo cerrar los ojos cuando me beso o tengo sexo, por lo que la cantidad de luz no me importa mucho 😛
Aunque lo cierto es que a los hombres les gusta el contacto visual.
Es bastante clásico el tema de la novela erótica con muchas lectoras y pocos lectores, aunque de todo habrá, digo yo.
Con el sexting pasa algo por el estilo. Puede ser muy divertido y muy estimulante, pero hay chicos que no son capaces de entrar en el juego. Supongo que pq no tienen el estímulo visual que necesitan. Pero si no «practican», no conseguirán nunca dejar esa «dependencia»
Me gusta la reflexión que haces sobre el tema y la posibles soluciones o vías alternativas que existen ya para el tema del porno, aunque será muy difícil hacer el cambio.
No sólo para el sexo somos visuales, para todo lo demás también.
Todo esto da para un debate largo.
Saludos!
A más de uno debería enviar yo este artículo. Es una lástima las pocas ganas que tienen algunos de utilizar los otros 4 sentidos.
Nos haces pensar, sigue así. 🙂