«Los hombres que quieren ser feministas no necesitan que se les dé un espacio en el feminismo. Necesitan coger el espacio que tienen en la sociedad y hacerlo feminista» (Kelley Temple)
Por más que los machirulos insistan en acusar al feminismo de ser una religión/secta, la realidad objetiva y contrastable es que no existen respuestas «oficiales» ni criterios claros para cada pregunta que nos podamos formular.
Es decir: NO se trata de una institución monolítica y dogmática; sino de un movimiento social cuyo fundamento es cuestionarse la realidad social (y sus constructos) de forma crítica y transformarla a través de una dimensión ética.
Es precisamente debido a esta pluralidad enriquecedora por lo que, en el seno de los feminismos (igual que ocurre dentro de la arena política entre «las izquierdas») se producen a menudo contradicciones inevitables y debates irresolubles que no supondrían un problema, de no ser por lo altamente hostiles que suelen tornarse.
Y sucede que, en mi modesta opinión, una de las mayores controversias que he podido observar es también una de las más absurdas e irrelevantes: El ya (tristemente) clásico debate acerca de si los hombres podemos ser «feministas» o simples «Aliados«.
Antes de que se prendan las antorchas intentare explicarme: las discrepancias entorno a qué se debería hacer con la prostitución se traducen en una cuestión metodológica de gran calado que, en ultima instancia, afectaría sensiblemente a la calidad de vida de muchas mujeres, tanto dentro como fuera del citado fenómeno. Este, en cambio, es (en el mejor de los casos) un debate estrictamente terminológico y (en el peor) el clásico conflicto entre la necesidad de sumar esfuerzos y aprovechar las sinergias Vs. la pretensión (algo elitista) de mantener una identidad homogénea y una cierta pureza en los planteamientos. El mismo dilema que Errejón quiso ilustrar con aquella famosa (e incomprendida) frase del «núcleo irradiador».
Y es que todos estamos de acuerdo en que, el hecho de que sean las mujeres quienes acoten el papel que debemos jugar los hombres dentro de SU lucha no es, para nada, una cuestión baladí; es bien sabido que los hombres somos muy de acaparar espacios, (no en vano hemos sido socializados para ello), que tendemos a querer salir delante en la foto y copar atención (casito) y protagonismo y, peor aún, que cuando nos venimos arriba con algo (lo que sea) solemos pretender liderar el cotarro porque «nosotros sabemos mejor que nadie qué hay que hacer», no en vano, todos nosotros podríamos (y querríamos) ser el Presidente del Gobierno y en los ratos de ocio el seleccionador nacional. En otras palabras: los hombres somos muy «cuñados», y es perfectamente lógico que las mujeres nos corten las alas. Comprendo la necesidad de los espacios NO-mixtos y acepto que nuestro lugar no puede ser (en ningún caso) el de sujetar la pancarta en la cabeza de la manifestación. Cuando prestamos apoyo, lo lógico es ponernos al servicio de los propios interesados (interesadas en este caso) para que nos indiquen qué exactamente es lo que necesitan y cómo lo quieren. En caso contrario, corremos el riesgo de reproducir el cliché de querer «ayudar» con la mejor de nuestras intenciones, pero acabar entorpeciendo o incluso echando por tierra el trabajo de otros, por hacer las cosas como a nosotros «nos parecía mejor» o desoír la voluntad de aquellos a quien se suponía que pretendíamos apoyar.
Ahora bien, volviendo al tema, el caso es que dentro del feminismo hay un potente sector que opina que NO es posible pertenecer al grupo opresor y al mismo tiempo desear y luchar en favor (formar parte) del movimiento de liberación del colectivo oprimido. Nos llaman «aliados» precisamente porque, por lo visto, auto-denominarnos feministas perteneciendo al grupo opresor o utilizar la simbología del movimiento de liberación es una «usurpación indebida y un apropiamiento cultural». Algo que me resulta muy llamativo es que sólo conozco otro tipo de personas a las que les parece fatal que los hombres nos declaremos feministas y son, efectivamente: los hombres machistas (escribí sobre ello aquí).
Y lo siento, pero no puedo estar de acuerdo con eso.
Esto no quiere decir que vaya a montar un drama si una compañera me llama «aliado» (insisto en que la nomenclatura me parece lo de menos) o si realmente piensa que yo debería limitarme a traer café a las mujeres feministas mientras ellas luchan activamente por cambiar el mundo. Entiendo y acepto que mi opinión le «sude el coño» a más de una y que puedan tacharme de «usurpador» y machista por pensar como pienso sobre este particular. Lo digo en serio: no pienso enfadarme, ni revolverme ni contraatacar. No voy a apelar al FlacoFavor™ ni responder con un «¡misándrica!» porque admito que puedo estar equivocado, que quizás no estoy suficientemente deconstruido aún sobre este respecto. Puede que en el futuro lo vea igual que mi estimado compañero Andrés Jurado que es más bien de la opinión opuesta (link), y me avergüence de mis propias palabras pero, honestamente (a día de hoy) me entristece bastante esta corriente del feminismo excluyente porque (en el fondo) creo que consiste en lanzar un mensaje equivocado similar a un: «No es vuestra lucha y no sois bien recibidos dentro de ella».
Partiendo de su lógica, el feminismo NO sería tanto un conjunto de creencias (cosmología) que debe traducirse en una deconstrucción personal y en un cambio radical en la forma en que todos (con independencia de nuestro género) concebimos e interpretamos el mundo para, finalmente, comportarnos en consecuencia; sino que (al final) todo se reduciría a una cuestión meramente identitaria (tener pene = ser inherentemente opresor = estar excluido de la legítima lucha por la liberación de las mujeres). Se bien que pertenezco al grupo opresor y comprendo que jamás podré conocer todo lo que supone sufrir la opresión machista en primera persona. Comprendo que yo mismo la he ejercido de forma activa en algún momento de mi vida y que probablemente lo siga haciendo de formas más sutiles sin tan siquiera ser consciente. Pero ¿acaso eso no le pasa lo mismo a las mujeres feministas? Parten de reproducir la cultura patriarcal y gracias al movimiento van evolucionando gradualmente, cometiendo errores durante su proceso donde lo que se valora, lo que en verdad importa, son sus logros alcanzados y su disposición para seguir avanzando. Y, sea como fuere, ser hombre NO me inhabilita para querer desembarazarme de mis lastres culturales, abrirme a conocer la realidad de las mujeres con respeto y humildad, ni mucho menos me impide conectar con su sufrimiento e injusticias a través de la empatía.
Porque, aunque yo no sea una de ellas, también deseo la liberación de la mujer (y de este modo la consecución social de la igualdad de género). Pese a ser un caucásico occidental (combo de grupos opresores) deseo el triunfo de una sociedad intercultural donde el racismo no sea más que un triste recuerdo y todos los pueblos podamos convivir, en igualdad e interactuar y entremezclarnos en armonía. Deseo que desaparezca cuanto antes la falsa creencia de que la heterosexualidad es la opción por defecto, o que nuestro genero es el que tenemos al nacer «hasta que se demuestre lo contrario», porque eso significaría que la opresión y la violencia contra las personas LGTB habría concluido al fin y… a pesar de ser humano (grupo opresor por excelencia)… deseo que nuestra especie deje de torturar a otras por mera diversión sádica y cavernícola, como por ejemplo en España tenemos bien cercano el ejemplo de los toros (grupo oprimido). Puede sonar irónico, pero el animalismo me parece uno de los mejores ejemplos de cómo no es realmente necesario estar dentro del colectivo oprimido para ser parte del movimiento que desea el cese la opresión.
Y ahora voy a intentar aportar otra visión acerca de la terminología específica:
¿Qué hace realmente un «aliado«?
Un aliado es aquel que apoya a otros en su lucha aportando diferentes tipos de recursos (materiales, económicos, humanos, estratégicos, logísticos, etc) por conveniencia. El nivel de apoyo puede ser magnánimo o bien rayar la usura, y las motivaciones para «ayudar» pueden ser de lo más variopintas y estar pensadas a muy diferente plazo, pero siempre tendrán en común que la decisión no proviene de una convicción interna en el valor de la lucha «en si misma» que mantiene el ajeno, sino que se limita a velar por sus propios intereses. Por ejemplo, a modo de inversión, esperando algún tipo de recompensa o trato de favor cuando el otro alcance la victoria o se haya afianzado en el poder; o simplemente haciéndose acreedor de un futuro apoyo (quid pro quo) porque nunca se sabe cuando puedes necesitar un favor in extremis.
Las alianzas duran exactamente lo que a cualquiera de las partes le interesa mantenerla. A menudo tan siquiera hay el menor atisbo de simpatía o afinidad entre aliados, siendo su único elemento de cohesión a menudo el odio de ambos hacia un enemigo común. No es de extrañar, por tanto, que muchas alianzas acaben convertidas en un sainete de intrigas y falsas apariencias con intereses ocultos a tres o más bandas y sus consiguientes traiciones (y posteriores reconciliaciones) legendarias.
¿Qué significa ser simpatizante?
Pues que la lucha por cualquier causa me parece intrínsecamente valiosa, muy justa, necesaria y todo eso… blablabla pero en fin, cada uno tenemos nuestros problemas, ¿no? Es decir, que siempre podrán contar con toda mi simpatía y apoyo moral, e incluso (si es que no me supone un sacrificio enorme) puedo facilitar puntualmente algunos recursos de forma altruista pero vamos; que tampoco abusen de mi confianza ni me aburran demasiado con sus movidas porque, en el fondo… allá se las apañen como buenamente puedan, que yo bastante tengo con lo mío.
¿Quién es un militante/activista?
Es alguien que a nivel ideológico comulga con una causa y además siente la necesidad de implicarse en ella de forma activa por la consecución de sus objetivos
A priori, puede parecer que (por ser hombre) a mi no se me ha perdido nada en la guerra que libran las mujeres contra sus opresores. Pero es que hay cosas que no pueden explicarse a través de una simple afinidad intelectual, ni mucho menos a través de un interés egoísta. A veces, uno simplemente se siente interpelado por su propia moral y su sentido ético de la responsabilidad civil. A veces la contemplación de la opresión y las injusticias te hiere de una forma tan profunda que simplemente te ves forzado a actuar de algún modo para no sentirte cómplice. A veces tu conciencia no te permite permanecer impasible y te obliga a dar todo lo que buenamente puedes sin esperar nada a cambio más allá de saber que, si se canta victoria habrás aportado tu granito de arena y si caéis derrotados y aplastados por el enemigo, al menos habrás combatido del lado de la trinchera que defendía la legitimidad. Y cuando esto ocurre, simplemente eres parte de esa causa. Abrazas su bandera como tuya y adoptas sus símbolos como propios.
La lucha de las mujeres por tomar lo que les corresponde por derecho es también la mía y sus enemigos (los machistas, los anti-feministas, quienes se aferran a sus privilegios de género y se niegan a ver que los tienen, los que se muestran indolentes ante el feminicidio, la violación y la discriminación que aún sufren, quienes creen que ya existe igualdad y ahora lo que quieren las mujeres es oprimir al hombre, etc) son también mis enemigos.
¿De verdad no podemos, hombres y mujeres, luchar juntos contra el heteropatriarcado?
Con lo fuerte, poderoso y omnipresente que es nuestro enemigo y lo inagotable que es la fuente de reproducción de la cultura hegemónica que promueve, ¿de verdad podemos permitirnos el lujo de pisarnos la manguera entre compañeros de trinchera? A mi todo este tema me trae a la memoria estas palabras de :
«Me entristece pero no me sorprende. Lo que debería ser un debate enriquecedor, un sano intercambio de ideas… acaba con demasiada frecuencia convirtiéndose en una batalla campal sobre quién tiene la legitimidad única y exclusiva de la lucha feminista.
A ver cuándo este club establece unos criterios de admisión claros, que estoy hecha un lío: yo ya no sé si soy de las nuestras.» (Modelos de crianza, feminismos excluyentes)
Pues yo creo que SI podemos (y juro que no pretendo molestar a nadie) pero YO no me considero un «aliado» sino un hombre FEMINISTA (radical para más señas); uso un colgante con el símbolo «♀» porque AMO a este movimiento de liberación de la mujer, a las compañeras activistas que he tenido el placer de conocer y a todas sus figuras representativas. Seguiré usando también mi bandera arco iris para mostrar mi apoyo a los colectivos que representa y poder seguir escandalizando a todo aquel homófobo que se cruce en mi camino y, desde luego, seguiré trabajando para intentar que el resto de hombres se unan al movimiento feminista para, entre todos, exiliar al machismo de una vez por todas a los libros de historia, a donde sin duda pasará como uno de los peores y más persistentes errores cometidos por la humanidad.
Imagen de Portada: «El Feminismo no es sólo cosa de mujeres» de Feminista Ilustrada.
Estoy totalmente de acuerdo contigo: un hombre puede ser feminista, ¡faltaría más!, no sólo aliado o simpatizante. Vamos, que no es justo que por tu sexo sólo puedas llegar hasta cierto escalafón. Más que nada porque entonces estaríamos haciendo lo mismo que el machismo hace, por ejemplo, en el entorno laboral donde las mujeres tienen más complicado ascender a puestos más elevados.
Sin embargo, cuando ciertos sectores feministas niegan el estatus de feministas a los hombres pienso yo que puede ser porque muchos, y en esto me has abierto los ojos tú porque nunca lo había pensado, se piensan feministas, se ofenden si no estás de acuerdo con todo lo que te «sugieren», se ofenden si les explicas algo que ellos aún no han catalogado como machismo y se sienten atacados como si les hubieras acusado a ellos. Es decir, son simpatizantes de boquilla que se creen con más derecho del que ser un mero simpatizante proporciona sólo porque «quieren la igualdad».
Así que igual, pensándolo bien, hasta quitaría esa categoría de simpatizante. Y mira que yo no soy así, pero en este caso me atrevería a decir que si no estás conmigo estás prácticamente contra mí. O quizás es que aún no he conocido a ningún simpatizante que encaje con tu descripción.
Pero yo si defiendo que los hombres sólo podamos llegar hasta cierto escalafón dentro del movimiento en aras de no robar protagonismo ni liderar sin conocer la experiencia de lo que significa formar parte del colectivo oprimido (igual que es absurdo y contradictorio que un patrón pretenda liderar la lucha sindical).
Lo único que pido es que seamos acogidos como uno más, sin demarcar distancias: combatiendo bajo la misma bandera y compartiendo símbolos, igual que en la Guerra Civil española vinieron a combatir (contra el fascismo y/o en favor de la República) personas de otras nacionalidades a los que, a priori, nada se les había perdido en nuestra guerra. Y ojo, que en parte lo entiendo porque hay muchos «feministas de pega» indistinguibles de los clásicos machirulos a poco que les rascas la superficie.
Sobre los simpatizantes, como las meigas: existir existen, el problema (o lo bueno, según se mire) es que el posicionamiento frente al machismo está llegando a una cierta polarización social. El hartazgo ante el incesante goteo de crímenes y violencia patriarcal y la reagrupación reaccionaria de los machistas entorno a determinadas figuras de machismo extremo (Dalas Review, Álvaro Reyes, Jorge Cremades, Daryush Valizadeh, etc) hace que se elimine la zona gris y se pase a los planteamientos tipo «O conmigo o contra mí» pero en el fondo, cuando hay un desequilibrio de fuerzas importante, la equidistancia siempre significa elegir el bando del opresor.
Me ha gustado mucho el artículo, porque parte de una pregunta que me he hecho también y has respondido sobradamente. Además, creo que en algún momento todos los aliados nos la hacemos.
Personalmente, no me apasionan las etiquetas, pero prefiero no considerarme feminista, y no es porque me dé algún tipo de fobia el término. Si no porque me considero que continuo en proceso de deconstrucción. Veo que he dejado atrás muchas actitudes machistas, pero aún me sorprendo cometiendo otras. Soy un tío doblemente cis, blanco y occidental, tengo mucho que deconstruir. Cuando más aprendo, más escucho y más me informo, más me deconstruyo. Afortunadamente, es un proceso que no parece que vaya a acabar nunca. El día que deje de deconstruirme temo que sea el día en que haya dejado de escuchar, y pienso evitarlo a toda costa.
Has puesto el ejemplo del animalismo, del mismo modo ocurre también, creo, con la lucha obrera. Un empresario no puede considerarse obrero, obviamente, pero sí puede tener actitudes responsables para con sus trabajadores. Quizás sería un poco fuerte llamarlo aliado, pero desde luego evitaría ejercer opresión, más allá del convenio entre trabajador y empresario. Lo sé hay pocos, pero quiero pensar que alguno puede hacerlo bien 😉
No obstante, el heteropatriarcado tiene un marco tan vasto que por supuesto tenemos espacios, ya los has comentado. Desde no reírle las gracias al machuno de turno o leer con las gafas moradas puestas (¿acaso se pueden quitar, aunque quisiera?) los titulares desinformativos de la prensa sin que te manipulen y denunciarlos (estoy pensando en titulares que culpabilizan a la víctima, p.e.), hasta los más graves, como no fomentar la cultura de la violación.
De mismo modo, creo que ayudaría que no tuvieran algunos la piel tan fina. Por ejemplo, apuntar a la radicalidad de la autora de un artículo feminista (como ocurre en los foros abiertos de prensa) en vez de mirarse a uno mismo y tratar de aprender de lo que está diciendo, me parece cuanto menos reaccionario. Quizás pueden no gustar las formas, pero quizás, sólo quizás, está harta de repetir lo mismo y, en cualquier caso, gritarle al dedo no te deja ver adonde está apuntando.
https://quitter.es/notice/1751705
(ver conversacion completa + ver más en esta conversación)
Pues yo te apoyo, igual que lucho contra el recismo y soy blanca. Sin protagonismos, eso si. Hay que acabar con el capitalismo y el heteropatriarcado y cuanta mas gente se conciencie mejor.
Esa es la idea, tender puentes de comprensión mutua para construir juntos un mundo más justo.
Gracias por tu comentario.