Mujeres unidas

El pueblo de las mujeres

El feminismo se entendería mucho mejor si leyésemos a la mujer (a todas las mujeres del mundo) como un pueblo; es decir, no sólo como un grupo de individuos dentro de las diversas sociedades humanas, sino como a una civilización en si misma (como puede serlo la europea, la islámica, etc).

La diferencia es sustancial debido a dos factores: (A) el sentimiento de pertenencia a un grupo y, sobretodo, (B) la empatía que se desarrolla de forma inherente para con TODAS aquellas personas con las que compartes una identidad cultural o social determinada (aún cuando estos sean perfectos desconocidos).

Cuando hay, por ejemplo, un atentado en París o un terremoto en Italia, nos interesamos por saber si, entre el recuerdo de victimas mortales, hay algún español y, cuando es el caso, no dejamos de comentarlo en el bar al día siguiente, lamentándonos. No importa que no conozcamos a nadie viviendo allí o de turismo por la zona, y no es que no nos importe la tragedia que sufren las personas de otras nacionalidades, al contrario, nos solidarizamos con ella (pero siempre desde el ajeno) mientras que ESAS victimas en particular nos duelen más porque, de alguna forma, son «algo» nuestro (no hablemos ya cuando trasciende que eran de nuestra misma provincia).

Y esa, exactamente, es la diferencia que existe entre las mujeres que ven en el telediario un nuevo caso de violencia de género o una nueva violación grupal e internamente se solidarizan con el dolor y sufrimiento de las victimas y sus familias porque «es una desgracia» y las mujeres feministas que se encienden de ira e indignación porque sienten que han asesinado o atentado contra «otra de las suyas».

La sororidad (sisterhood), en esencia, no es otra cosa que el intento del feminismo por reivindicar esa identidad compartida que permita hermanar a todas las mujeres al margen de su lugar de procedencia, color de piel, clase social, religión, ideología, etc entendiendo que, por el mero hecho de ser mujeres, van a tener inevitablemente una serie de circunstancias vitales compartidas derivadas de su relación con otra cultura: la patriarcal (hegemónica y opresora) con indiferencia del hecho de que luego (internamente) esas mismas mujeres sean rivales en otros ámbitos o luchas diferentes y haya incontables tensiones internas.

El feminismo pasa entonces a ser el movimiento (fundamentalmente pacífico) de liberación de la mujer contra los constantes y sistemáticos atropellos de un pueblo extranjero vecino (el de los hombres) del mismo modo que no es posible entenderse la consecución de los derechos civiles en EE.UU. en el marco de una sociedad racista sin hablar del Black Power y de cómo sus figuras representativas lograron implantar un sentimiento de solidaridad colectiva negra contra las leyes discriminatorias de los blancos y sus crímenes de odio.

No en vano, aunque no estén circunscritas a un territorio común o unos procesos históricos similares, las mujeres constituyen una identidad supra-nacionalidad que cuenta con su propia producción y acervo cultural, sus propios referentes históricos (y muchas veces también mártires) y muchos otros factores sociológicos que aportan cohesión y un sentido de lucha por la igualdad que trasciende a su mera experiencia individual.

Sólo bajo este prisma, es donde podemos percibir que lo que aparentemente es una simple torpeza inofensiva, como que Planeta DeAgostini en colaboración con Playmobil hayan lanzado una colección de muñecos con personajes históricos relevantes [más info] donde hay 60 nombres masculinos y ninguna mujer (habla Barbijaputa sobre ello [aquí] ), no es en realidad torpe ni mucho menos inofensivo, sino en el mejor de los casos se trata de una incorrección histórica deliberada y, en el peor, una agresión cultural contra los referentes culturales de un pueblo (el femenino) que una vez más ha sido ninguneado y «suprimido» del lugar que le corresponde en el mundo.

#25N Día Internacional de la eliminación de la Violencia Contra la Mujer¡Basta YA de violencia patriarcal!

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