un hombre contempla la ciudad

El alma del hombre bajo el Feminismo

En 1891, Oscar Wilde publicó El alma del hombre bajo el socialismo, un ensayo utópico con reflexiones tan realistas como esta:

«El objetivo adecuado es tratar de reconstruir la sociedad sobre una base tal que la pobreza resulte imposible»

Este artículo quiere sumarse a la celebración del primer aniversario de El Feminismo de la Reconciliación. Pero no contiene claves, consejos, tácticas o estrategias. No es utópico ni realista. Solo quiere dar cuenta de una gran duda, quizá compartida por otros.

Si uno de los objetivos del Feminismo fuera reconstruir la sociedad sobre una base tal que el machismo resulte imposible, aún estamos lejos de ese objetivo. Y en medio de los esfuerzos, tanto de mujeres intelectuales como de mujeres activistas, por acercarnos a ese objetivo, ¿qué podemos o debemos hacer los hombres para contribuir a él?

Honestamente, no lo sé. Nunca ha existido una sociedad feminista, completamente libre de machismo, así que no podemos recurrir a la Historia o la Antropología para que nos ayuden a volver a encontrar el camino. No hay un manual para este tiempo confuso: como Wilde, solo podemos suponer cómo serán las cosas, a partir de nuestros propios deseos. Pero quizá no sea un mal punto de partida: admitir que no sabemos cómo poner nuestro granito de arena, ni siquiera cuál debería ser este.

Más allá de las polémicas sobre la correcta denominación del hombre que cree en el Feminismo (¿feminista?, ¿aliado?), una primera constatación es que no podemos estar al lado de las mujeres poniéndonos por delante de ellas. No podemos impostar una seguridad de la que, en este terreno muy en particular, carecemos. Y no podemos reivindicar que se nos asigne un lugar en el movimiento cuando tantas mujeres todavía se acercan a él, de manera tentativa y humilde, intentando repensarse y repensar su lugar en el mundo. No podemos contribuir a impulsar el Feminismo de la misma manera androcéntrica con la que hemos construido un mundo machista.

Así que, lo primero, dar un paso atrás, para poder empezar a dar pasos al lado, codo con codo con nuestras amigas y compañeras. A continuación, admitir que no sabemos qué clase de hombres somos y qué clase de hombres queremos ser. Las feministas llevan un siglo y medio repensándose; nosotros ni siquiera hemos empezado. De manera que, quizá, también tengamos que empezar a hacer ese ejercicio: quiénes somos y cómo hemos llegado hasta aquí (una advertencia: igual duele; pero igual ese dolor nos ayuda a condolernos, igual nos ayuda a escuchar mejor). Rebajemos el tono, paremos los gritos (aun si son gritos feministas), para que se pueda escuchar mejor a las mujeres que no necesitan, no desean alzar su voz. Quizá, solo quizá, nuestro papel no es tan relevante. Por primera vez en la Historia,  no lo es, no lo va a ser.

Quizá podríamos expresar nuestra simpatía por las feministas, incluso un poco más que nuestro disgusto con los machistas. Quizá nuestras polémicas con los machistas son un poco más de ruido androcéntrico. De nuevo: honestamente, no lo sé. Igual hay que preguntarles a ellas. Igual hay que preguntar a la feminista –o no– que tengamos más cerca.

Wilde murió, enfermo y depauperado, en 1900. Ni siquiera está enterrado en su Dublín natal, sino en París. Tuvo una visión utópica, pero no se inmoló por ella. Vivió intensamente, amó, se expresó y sucumbió. Si quitamos los brillos efímeros de la fama y el reconocimiento público, ese resumen es válido para la vida de tantas mujeres a lo largo de la Historia… ¿Sabremos estar al lado de las mujeres, incluso si –todavía no– se declaran feministas?

Quizá, para estar codo con codo con nuestras amigas y compañeras, tengamos que estar dispuestos a amar, expresarnos y sucumbir. Quizá el alma del hombre bajo el Feminismo ya no necesite la fama y el reconocimiento, esas pasiones históricamente tan masculinas.

Un abrazo grande a @puckmd, que nos ayuda a otros hombres a eso tan difícil de repensarnos. Enhorabuena por esta criatura suya. Nos hacía falta.

2 comentarios

  1. Leo esto con retraso, pero me apetece dejar comentario, que quiero ir poniendo en práctica eso de no estar discutiendo siempre que puedo con señores.

    Le cito: “Quizá […] tengamos que estar dispuestos a amar, expresarnos y sucumbir”.

    Sucumbir. Qué bonito que haya usado ese verbo, uno de derrota, para hablar del cese en la lucha por obedecer las normas del machismo, en la que, a la larga, no había forma de vencer.

    Se le saluda a usted y muy especialmente al anfitrión por esa generosidad al abrir las puertas de su casa a nuevos colaboradores.

  2. Pues más tarde llego yo a responderle, Irene.

    A usted, que es buena lectora, puedo darle el soplo de un relato ma-ra-vi-llo-so de Richard Yates (sí, el autor de «Revolutionary Road», que Sam Mendes llevó al cine), incluido en su volumen «Once maneras de sentirse solo», titulado EL PLACER DE LA DERROTA. O lo hemos leído muy pocos o no lo hemos entendido ninguno.

    Los hombres no sabemos sucumbir. No hemos sido socializados para ello. Incluso los hombres profeministas, en nuestras discusiones con antifeministas, a menudo mantenemos esa impenitente necesidad de prevalecer a toda costa. A más a más, me pregunto a quién pretendemos servir con ello: si al movimiento o a nuestros egos.

    Hay una manera distinta de hacer, de decir, de luchar. Pero todavía tenemos que aprenderla de las feministas. Y todavía tenemos que aprender que no son nuestras ideas las que conquistaron derechos para las mujeres, aunque las sintamos como nuestras de corazón: sucumbir también significa que gana otra persona, pero no pierdes tú.

    Con admiración y respeto, se le saluda, Irene.

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