Hombre y mujer en el desierto

El perdón de género

Cuando una feminista recrimina a un hombre haber incurrido en un micromachismo, o denuncia ante él cualquier injusticia o situación de desigualdad que sufre, nuestra reacción más común es la salida por la tangente y, de entre todas, quizás la más habitual es jugar la carta del victimismo sarcástico:

«Pues perdón, por ser taaan machista, cuando llegue a casa ya me fustigo yo un rato por ser un jodido opresor de mujeres» o lo que viene siendo lo mismo, pero en modo pasivo-agresivo: «Claro, y cómo mis antepasados cometieron injusticias contra vosotras ahora todos tenemos que ir por la vida de puntillas y con las orejas gachas para no ofenderos ¿verdad? Lo que realmente queréis es darle la vuelta a la tortilla».

Pero no hay que hacernos caso, porque cuando decimos ese tipo de cosas, en realidad no somos nosotros lo que hablamos: sino nuestra propia masculinidad herida. Desde que las mujeres dieron un fuerte y sonoro puñetazo en la mesa para conseguir el voto y ciertas cotas de igualdad, los hombres estamos heridos en el centro mismo de nuestro orgullo

…que (casualmente) en nuestro caso coincide con el centro mismo de nuestra anatomía. Vagamos sin rumbo desde entonces, buscando “nuestro sitio”, tratando de encontrar respuestas a preguntas existenciales para las que nadie nos había preparado como: ¿Cuál va a ser ahora mi papel en una sociedad más igualitaria?

Hay que tener en cuenta que, si no hemos sabido readaptarnos a los cambios sociales y el proceso se está convirtiendo en algo más traumático de lo que cabía esperar, no se debe tanto a un aferramiento hacia nuestro anterior estatus superior; sino más bien al contrario: a la incertidumbre y la nostalgia de tiempos pasados en los que estaba muy claro lo que significaba «ser hombre» y qué es lo que todo el mundo (la sociedad) esperaba de nosotros. Afirmar que es difícil convivir con esa desazón puede sonar igual de ridículo que cuando los ciudadanos occidentales nos quejamos de nuestros problemas del primer mundo habiendo personas que viven bajo regímenes dictatoriales o sumidos en la pobreza extrema… y sin embargo, así es: Resulta muy duro. Para bien o para mal, el dolor humano no se mide en una escala absoluta y objetivable. Negar eso equivaldría a afirmar que ninguno de nosotros tenemos derecho a sufrir por una ruptura sentimental porque hay gente muriéndose de hambre, y estos a su vez supongo que tampoco tendrían derecho a quejarse, porque su situación es un «privilegio» respecto al hecho de ser torturado durante años. Lo cierto es que cada uno se enfrenta a las dificultades que le toca vivir, y en el momento en que le toca vivirlas. No a las ajenas y no antes. Para todo el mundo, su propio dolor es absoluto en sus consecuencias y completamente subjetivo.

La mala noticia de nuestra crisis de identidad colectiva es que eso nos convierte en presa fácil para los discursos antifeministas. Todo varón hoy está en serio riesgo de convertirse en carne de cañón para el reaccionariado misógino. La buena noticia es que también podemos repensarnos. El feminismo nos brinda la oportunidad de soltar el pesado lastre que hemos arrastrado durante demasiado tiempo y nos regala la oportunidad de ser lo que queramos ser (sólo que dentro de los parámetros del respeto a las mujeres, su dignidad, su voluntad y decisiones, claro). Esto es lo que el feminismo llama deconstruirnos.

El feminismo es una revolución interior que nace de lo personal y emana hacia lo colectivo.

¿Borrón y cuenta nueva?

Siempre que una relación individual o personal recae en la opresión se produce un daño. Creo que saben de lo que hablo, porque este tipo de historias están más o menos presentes en todas las familias; entre padres e hijos, entre hermanos o entre los miembros de un matrimonio. A veces ese daño se queda entre los implicados, pero otras veces todo el entorno acaba posicionándose a uno u otro lado y es el tipo de historias que rompen familias por la mitad, e incluso en ocasiones, la onda expansiva puede alcanzar a generaciones posteriores.

Imaginemos  por un momento la magnitud del daño que resulta cuando la injusticia/violencia es estructural y la ejerce el grupo social mayoritario y/o privilegiado contra todo un colectivo (por el mero hecho de ser lo que son) o contra pueblos enteros (por el mero hecho de proceder de donde proceden). El daño entonces es simplemente incalculable y aumenta exponencialmente cuanto más de prolonga la opresión en el tiempo.

Señores, los hombres hemos oprimido a las mujeres durante ¿cuanto? ¿milenios? Es más, es que en la mayor parte del mundo continúan estando oprimidas, e incluso en los oasis de democracia e igualdad muchos hombres siguen ejerciendo opresión de género. No podemos simplemente desentendernos de todas esas realidades diciendo «yo no oprimo a nadie» (#NotAllMen™). Negar la opresión es otra forma de violencia. Mantenernos neutrales/equidistantes ante ella es otra forma de violencia.

No es posible una Nueva Masculinidad sin antes romper con la vieja

No se trata de fustigarnos por nuestros errores e imperfecciones. Menos aún se trata de cargar eternamente con la culpa de lo que hicieron nuestro antepasados. En absoluto. De lo que se trata, es de reconocer en qué medida nosotros contribuimos a la injusticia y de aplicar a lo colectivo el mismo proceso que seguiríamos cuando somos conscientes que hemos cometido un error, hemos obrado mal y hemos herido a alguien.

Hasta donde yo se, toda reconciliación precisa de tres partes:
(0) Dejar de ofender y/o agredir (prerequisito)
(1) Reconocimiento de la culpa.
(2) Pedir perdón a la parte afectada. (Sin justificarse, si no es acondicional y acrítico entonces no es una disculpa, sino un pretexto); y
(3) adoptar el compromiso interno de no volver a cometer el mismo error.

A partir de ahí, el agraviado podrá concedértelo o no, pero al menos sabremos que hemos dado los pasos necesarios para poder perdonarnos a nosotros mismos.

La Reconciliación de Género

Este blog nació precisamente porque yo necesitaba expresar esto: Perdón. Humildemente.

Necesitaba pedir perdón a todas las mujeres que he conocido en mi vida a las que se que he hecho daño de diversos modos. Necesitaba pedir perdón a las desconocidas que se han cruzado en mi camino y a las que no he respetado como debería. Necesitaba pedir perdón por cada vez que he usado mis privilegios masculinos para obtener cualquier tipo de ventaja o trato de favor.

Aunque ahora trabaje para la luz se que no soy inocente. ¿Cómo podría? Ninguno lo somos. Sigo teniendo resortes, actitudes y chascarrillos que forman parte de eso que llamamos machismo sutil o el sexismo benevolente. Seguro que de la mayoría ni siquiera soy consciente. De otros si lo soy, pero aún no he sido capaz de cambiarlos porque están enterrados demasiado profundo.

Pero quiero decir algo: Pienso que el machismo ha sido probablemente el mayor y más grave error cometido por la humanidad en toda su historia. Quiero reconocer que del mismo modo que me duele —literalmente— respirar sabiendo que soy humano y pertenezco a la especie que ha llegado a mostrar tanta crueldad y sinrazón contra los más débiles, a menudo me hiere compartir atributos con los hombres que son capaces de condenar a los mayores horrores a sus compañeras: a mis iguales.

Eso es lo que significa el feminismo para mí: un estado gradual de consciencia. Me encantaría pensar que mi confesión puede ayudar a reflexionar a otros hombres, porque creo que juntos podemos avanzar.

Yo, al menos, quiero avanzar.

Ampliación del Proyecto

Este proyecto cumple un año en pie, y quizás había llegado el momento de que evolucionase y se marcara metas más ambiciosas. Por ese motivo, en adelante este será un proyecto colaborativo y mixto y disfrutará de un dominio e identidad propia.

Infinitamente agradecido por su atención y espero que nos sigan en esta nueva etapa.

2 comentarios

  1. Esto que dices es fundamental: como hombres, en una sociedad patriarcal, somos armas cargadas; y que el arma se dispare o no depende muchísimo más del contexto y las circunstancias (y mucho menos de nuestras características de personalidad) de lo que nos gustaría pensar. El discurso neomachista que lo niega es como un dedo temblón en el gatillo. Y, por lo tanto, ser conscientes y pedir perdón, no es solo una cuestión de ética, que también, sino una primera medida de seguridad imprescindible.
    Deconstruirnos es desarmarnos.
    Y, en estos términos, el Feminismo es el movimiento pacifista más importante de la Historia.

    Buenísimo artículo. Enhorabuena.

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