candado de amor

Feliz día del amor tóxico

El amor es bonito; enriquecedor, empoderante, una de las cosas que hacen que la vida merezca la pena…
…el romanticismo es la tumba del amor.

Desde 2003 (cuando empezaron a contabilizarse) hasta el presente San Valentín (2017) llevamos en España 880 mujeres asesinadas por Violencia de Género. En realidad son más, muchas más que las que dicen las cifras oficiales (cifras de Feminicidio). Y eso que, en las últimas décadas, se ha tratado de sensibilizar a los niños desde las escuelas, a la población general desde campañas institucionales; y se han creado dispositivos legales específicos para aplacar esta lacra. Cuesta (y duele) imaginar la magnitud del horror de los tiempos en que nada de todo esto existía aún y las instituciones/autoridades actuaban con indisimulada pasividad (cuando no con plena connivencia). Pero ¿cómo puede ser que siga habiendo tantos casos?

El misterio deja de ser tal cuando revisamos (de forma crítica) toda nuestra producción cultural (televisión, cine, series, las letras de las canciones, videoclips, best-sellers, etc) y más especialmente aquellos contenidos dirigidos a un público juvenil. No se trata (sólo) de la forma en que se reproducen transversalmente mitos y creencias abiertamente sexistas. Lo peor, lo más peligroso, es que se suele presentar el acoso machista como algo bueno y bonito, deseable, positivo, entrañable; como algo romántico. Como sinónimo del amor en sí mismo.

Obviamente, no existe una relación directa entre estos contenidos y la toxicidad en las relaciones. Eso sería tanto como afirmar que los videojuegos violentos convierten a sus jugadores en asesinos sanguinarios: no es así como funciona. Sin embargo, negar la influencia que tienen sobre nosotros y nuestro comportamiento los modelos sociales hegemónicos, y su reproducción cultural a través de los agentes de socialización, demuestra un profundo desconocimiento de la sociología: Nadie está más influenciado por la sociedad que aquellos que creen que la sociedad no les ha influenciado en absoluto.

Enamorado 007, Licencia para Acosar.

No quiero extenderme con esto pero, incluso en películas que adoro como El Club de los Poetas Muertos podemos ver acoso sexual de baja graduación. En una escena que se me quedó grabada a fuego desde la primera vez que la vi siendo niño, uno de los protagonistas besa en los labios a la chica que le gusta ¡estando dormida! en una fiesta y con su novio presente. Que si, vale, su novio es un machito violento de la peor calaña, pero ¿dónde estaba ahí el consentimiento? En ninguna parte. Y sin embargo lo pasamos por alto porque el había bebido y «se dejó llevar por sus sentimientos» o incluso nos ponemos de su parte porque sabemos (el espectador sabe lo que el director desea transmitir) que es un «buen chico» mientras que su novio es un cretino que no la merece. Y claro, pobrecito, sólo hizo lo que le dictaba el corazón. Al hecho de banalizar y normalizar este tipo de cosas es a lo que las feministas llaman Cultura de la Violación.

Y si esto sucede en un cine de cierta altura… ¿qué no pasará en las típicas americanadas palomiteras? Hay escenas que ni siquiera sabría precisar a qué película corresponden porque se repiten en cientos de ellas hasta erigirse como clichés: Intentos repentinos y fulminantes de besar a la mujer sin venir a cuento de nada (y por supuesto sin la seguridad de que vayan a ser bien recibidos). A menudo incluso haciéndola callar mientras ella le estaba gritando enfadada (combo paternalismo condescendiente). La mayor parte de las veces todo se justifica con un: «en el fondo era lo que ella quería» pero, como al final de la película los protagonistas tienen que terminar invariablemente juntos, en las contadas ocasiones en que que ella se defiende y le rechaza de un bofetón por haberse propasado, la lección continúa siendo la misma: el hombre siempre supo lo que a ella le convenía mejor incluso que ella misma.

Luego está la normalización de las conductas obsesivas asociadas al amor. ¿Cuántas veces hemos hemos visto al protagonista hacerse el encontradizo a pesar de que ella le había pedido varias veces ya que la dejase en paz? ¿Cuántas veces le hemos visto sufrir en su coche mientras vigila los movimientos de la «amada»? ¿Cuántas ningunear su decisión de estar en una relación con otro tipo o incluso tratar de boicotear su relación con sucias estratagemas? Por no hablar de esas manifestaciones de «amor» excéntricas y/o sobredimensionadas (hay una escena de Cómo Conocí a Vuestra Madre que resume e ilustra a la perfección el mensaje típico al respecto), o esas proposiciones de matrimonio coaccionadas al estar realizadas ante una multitud de personas que permanecen en silencio conteniendo la respiración (y las lágrimas) al tiempo que un par de espontáneos gritan «dile que sí».

Podría (y me encantaría) escribir artículos enteros explayándome con miles de ejemplos más (quizás algún día lo haga) pero por ahora creo que la idea ha quedado bastante clara: la sociedad nos inculca un modelo de amor que propicia las relaciones tóxicas (ahora explicaremos por qué), al tiempo que nuestros referentes culturales normalizan e invisibilizan el maltrato y el acoso sexual a través de la romantización y, aunque esto tiene consecuencias negativas para ambos géneros, son las mujeres quienes sufren las consecuencias de forma más intensa y directa.

1. Es para toda la vida.

Hay una gran diferencia entre decir: «Me gustaría que lo nuestro dure por siempre» y «Siempre te voy a querer». En el primer caso expresamos un anhelo que, por otra parte, es lógico y razonable cuando estamos enamorados (no creo que sea posible amar con fecha de caducidad). En el segundo, en cambio, estamos haciendo implícitamente una promesa. Una que, además, no podemos estar seguros de estar en condiciones de cumplir dado que, además de que la vida da demasiadas vueltas, nuestros sentimientos nunca son estáticos: resulta materialmente imposible predecir lo que vamos a sentir (o dejar de sentir) incluso en un plazo corto de tiempo.

A alguien que no tenga ni idea de psicología puede parecerle un matiz nimio y sin importancia, pero lo cierto es que nuestra mente juega a menudo con sus propias normas, por ilógicas que estas puedan parecer. Cuando un anhelo se quiebra, nos suele inspirar una profunda tristeza mientras que, si (por el motivo que sea) dejamos de querer a nuestra pareja (a pesar de que en su momento parecía tan buena idea prometerle amor eterno) lo más probable es que nos sintamos culpables por haber faltado a nuestra palabra. Y si no lo hacemos por nuestro propio pie ya se encargarán el resto de personas de nuestro entorno: el que «deja» de los dos suele ser percibido como «el malo» de la relación y las lealtades en disputa de los amigos comunes pueden hacer que sus opiniones al respecto de la legitimidad (o falta de ella) de los motivos para la ruptura  puedan resultar determinantes.

Por otra parte, no es ningún secreto que el sentimiento de culpa hace que nos comportemos de formas ridículamente tóxicas en cualquier relación (no sólo en las afectivas). Por ejemplo, ha trascendido a la cultura popular el típico caso del infiel que empieza a ser inusual y exageradamente atento para tratar de «compensar» su traición o que, por el contrario, empieza a tratar a su pareja de forma seca, debido al recelo de que pudiera estar haciendo lo mismo; pero hay muchos más. Multitud de personas se autoengañan sobre sus propios sentimientos, aferrándose a esperanzas vacías para poder permanecer en la zona de confort que supone su relación moribunda. Otros saben perfectamente que su relación esta acabada, pero a pesar de ello se obligan a si mismos a permanecer junto a sus parejas, a sabiendas de estar aplazando lo inevitable. A menudo, estos acaban necesitando buscar alivio en aventuras paralelas para poder sobrellevar su día a día, con lo que se ven predispuestos aún a más conductas destructivas debido a las paradojas del infiel que mencionábamos antes. Por último, tampoco es nada extraño encontrar a personas que desean romper pero no se atreven a hacerlo, y (consciente o inconscientemente) se dedican a hacer la vida imposible al otro hasta conseguir «ser dejados«, una forma especialmente perversa y retorcida de arrojar la culpabilidad de la ruptura (y también la sanción social) sobre el tejado ajeno.

¿De verdad era necesario complicarse tanto la vida?

La solución a estos planteamientos tan nocivos es tan sencilla como tener bien claro que las relaciones duran lo que tienen que durar. Ni un minuto más.

Hay que tener claro que no basta con quererse mucho, también hay que llevarse bien: Si no te hace sentir querido, realizado y feliz; si no predominan las cosas buenas o si (por buenas que sean estas) no puedes ni debes soportar las cosas malas que vienen en el mismo pack… entonces quizás ha llegado el momento de replantearse el sentido de esa relación. Hay que tener claro que una de las formas más desconocidas (pero eficientes y crueles) de hacer daño a alguien es sobreprotegerlo, lo que incluye el hecho de no cortar por temor a hacer daño, dejando que la otra persona viva sumido en una mentira.

Pero por si fuera poco, la falacia acerca de que el amor será eterno o no será, implica necesariamente otra creencia fallida: que sólo nos es dado conocer UN AMOR (con mayúsculas) en toda nuestra vida. Eso a su vez proyecta sobre nosotros una serie de expectativas mágicas, como la presunta capacidad innata para «saber reconocer a ESA PERSONA (media naranja) cuando aparece» que, por supuesto, es un completo fraude: CADA VEZ pensaremos que ESA será LA VEZ o bien CADA VEZ tendremos la misma duda (según la personalidad de cada uno). A nivel práctico, lo único que conseguimos es incrementar la penalización a la hora de tener que romper: A las dudas lógicas sobre si estamos haciendo lo correcto o cometiendo un error, se le suma ahora el miedo inoculado a que dicho error pueda ser definitivo e irreversible por estar «dejando escapar» al que podría ser «el amor de nuestra vida».

2. Es exclusivo y excluyente.

No es fortuito que muchas parejas manifiesten su amor poniendo un candado en la barandilla de algunos puentes. El modelo de pareja monógama está tan normalizado en todo occidente que, a no ser que se explicite lo contrario, tácitamente se asume que dos personas que empiezan a salir juntas rubrican un acuerdo tipo: «Yo sólo podré estar contigo y tú sólo conmigo» (lo cual no es más que otra forma de prometer que «mientras estemos juntos no voy a amar a nadie más que a ti y espero lo mismo por tu parte»; recordemos aquello de hacer promesas y aventurar sentimientos futuros que comentábamos en el primer punto).

La exclusividad y la fidelidad consiguiente son concebidas como una «prueba» o síntoma inequívoco de amor, como si fuera en estos principios donde reside su «magia». Bien. Pues es mentira: las compañías de teléfono llaman a esto «compromiso de permanencia» y en el fondo no es más que una fría clausula penalizadora que trata de garantizar el cumplimiento de un aséptico contrato a través de la coacción.

A nadie le gusta tener este tipo de clausulas con su operadora. Incluso el hecho de bloquear los terminales para que sólo se puedan usar con tarjetas SIM de su propiedad se ha terminado señalando como una técnica abusiva de mercado. Pero por lo visto aplicar esa misma lógica a  las relaciones sentimentales es muy bonito. Precioso, vamos.

La exclusividad lanza el mensaje tóxico de que tu pareja es «algo tuyo», que (de algún modo) te pertenece. La exclusividad lanza el mensaje erróneo y peligroso de que no puede irse de la relación cuando quiera, como si te debiera algo por el mero hecho de salir juntos. La exclusividad lanza el mensaje falso y nocivo de que tienes derecho a exigir explicaciones de lo que hace el otro y con quien lo hace y… ¿por que no? también para imponer algún tipo de sanción si considera que se ha incumplido el compromiso (y digo «si considera«, no «si lo ha incumplido«, porque resulta que eso no depende tanto de los hecho objetivos como de las inseguridades de cada uno).

Pero lo peor es que ¿cuál puede ser dicha penalización exactamente? ¿Una mirada de dolor y profunda decepción acompañando el cese de la relación? ¿Una bronca con gritos e insultos? ¿Un bofetón? ¿Una paliza? ¿Que te asfixie con sus propias manos mientras grita con rabia que «si no eres mía no serás de nadie»?

No se sabe. Y ese es el problema. Cuando firmas una permanencia sabes que te expones a que te cobren una especie de «multa» por cambiarte de compañía: Vomistar no siente celos, algunos novios si. Y los celos matan.

Ante este cúmulo de despropósitos, la contramedida feminista ante el concepto de fidelidad posesiva y exclusividad tóxica no se basa en el proselitismo del poliamor o las «relaciones abiertas», sino señalar hechos bien sencillos y evidentes: La única fidelidad que existe es la que tenemos para con nosotros mismos y nuestras propias decisiones y el máximo compromiso que podemos tener para con el otro es el respeto mutuo y la honestidad.

El amor no puede ser un candado cerrado, ni una cadena para retener al otro a tu lado a la fuerza. De hecho es todo lo contrario: El amor es libertad no coaccionada para elegir y que te elijan. Sin libertad no hay verdadero amor, sino simple voluntad de control y dominio sobre otro ser humano.

3. Es incondicional

La toxicidad del clásico «te querré con independencia de lo que pase» propio del amor romántico resulta tan evidente, que el hecho de evidenciarla de forma razonada resulta insultantemente ridículo, pero allá vamos:

¿Y si a veces te hace sentir como una mierda?
Pues lo mismo le seguiré queriendo, porque el amor es así, tiene sus altibajos.

¿Y si descubres que te ha engañado?
Pues lo mismo le seguiré queriendo, porque el amor prevalece a todo lo demás.

¿Y si cuando bebe dos copas se pone violento y te calienta?
Pues lo mismo le seguiré queriendo. Ademas, yo a veces me pongo un poco insoportable.

¿Y si un día se le va la mano y te mata?
Pues lo mismo le seguiré queriendo porque amor romántico trasciende incluso a la propia vida.

ESO (y no otra cosa) es lo que significa INCONDICIONAL: equivale a firmar un cheque en blanco. Y si uno no está dispuesto a dar respuestas similares ante estas preguntas, entonces lo que hace es poner LIMITES para protegerse.

Y lo que sucede es que poner limites NO hace que tu sentimiento sea menos sincero, ni que tu implicación en la relación sea menor, ni tampoco que la relación en si misma sea menos «bonita«: Es lógico poner limites. Es sano y es necesario poner limites y hacerlos respetar.

4. Es sacrificado.

En la práctica, este es uno de los puntos más peligrosos porque, al contrario que sucedía con el anterior, su toxicidad queda completamente oculta bajo una bruma de ambigüedad.

Se considera romántico renunciar a hacer cosas que uno quiere hacer por amor. Se considera romántico anteponer las necesidades de tu pareja a las propias. Seamos claros: en toda relación personal (no sólo sentimental) hacer concesiones y preocuparse por el otro es inevitable, pero ¿hasta que punto? ¿Qué ocurre cuando no hay un equilibrio en la frecuencia o la importancia de las cosas a las que ambas partes renuncian por su relación?

En casos extremos, la ética del sacrificio nos puede empujar a un abandono de la identidad personal, una especie de simbiosis en que los individuos se comportan como si de verdad tuviesen necesidad uno del otro para respirar y moverse, formando un todo indisoluble. Tenemos que tener claro que nosotros no somos nuestra relación con otra persona y que la renuncia no es romántica: sino simplemente renuncia y, muchas veces, el camino más corto para llegar al resentimiento. Cuando uno se mete en una relación tiene la responsabilidad de evitar llegar a ese punto en que un buen día se levanta y se pregunta en qué punto del camino se han quedado olvidados sus proyectos, sus sueños e ilusiones. Ese día, que muchas veces llega demasiado tarde (objetivamente nunca lo es pero así es cómo solemos percibirlo), en la relación solo habrá lugar para el reproche. Lo cual es (en cierto modo) injusto, porque las más de las veces la otra persona ni siquiera te pidió que renunciaras a nada: simplemente es algo que se dio por sentado.

Y aún en ese caso las oportunidades valiosas que se dejaron pasar de largo pueden ser vistas como una inversión, pero… ¿Y si esa relación se acaba rompiendo? Entonces nos vemos obligados a enfrentarnos a la aterradora idea de que que todos nuestros sacrificios hayan sido finalmente en vano, o bien… a proteger nuestra inversión a toda costa, forzándonos a perpetuar una relación agotada.

Aun cuando lo analicemos cuantitativamente (y no cualitativamente) las estadísticas evidencian que ya ni siquiera el matrimonio significa «hasta que la muerte os separe» en un significativo porcentaje de casos, esto debería hacernos reflexionar antes de renunciar a coger esos típicos trenes que sólo pasan una vez en la vida.

Por ultimo, sucede que si renunciar a una carrera profesional exitosa por amor es romántico, entonces el romanticismo se ha convertido en un instrumento perfecto al servicio del machismo. Pese a los avances en igualdad, los roles de género siguen dictando que «lo más normal» es que sea la mujer (y no el hombre) quien llegado el caso debe sacrificarse en ese aspecto. Quizás sea un buen momento para recordar esta cita:

«El amor ha sido el opio de las mujeres, como la religión el de las masas. Mientras nosotras amábamos, los hombres gobernaban» (Kate Millet)

5. Conclusión.

Todo esto no significa que, por considerarnos románticos (pensar que estaremos por siempre con nuestra pareja monógama, pasarle por alto algunas cosas y sacrificar otras) estemos  sometidos a un riesgo intolerable o intrínsecamente mayor del que tendríamos en otro tipo de relaciones alternativas. Y sobretodo, este artículo no trata de criminalizar las «ñoñerias» románticas inofensivas como hacer un plan especial con tu pareja tal día como hoy. Cada uno tiene derecho a vivir su amor como le plazca y sin necesidad alguna de soportar que aquellos que no comparten su opción vital hagan proselitismo a su costa.

De lo que se trata realmente, es de comprender y aceptar que al margen de nuestras creencias y gustos personales, todos esos pájaros que nos meten en la cabeza desde niños (gracias, factoría Disney) se pueden volver fácilmente en nuestra contra. El romanticismo desnaturaliza el propio concepto de amor, le quita todos sus nutrientes y propiedades beneficiosas (empezando por el más importante: la libertad), y los remplaza por todos los ingredientes que pueden envenenar una relación (posesividad, celos).

Porque una relación con otra persona puede ser muy bonito, enriquecedor, empoderante, y hasta una de las cosas que hacen que nuestra vida merezca la pena; pero también puede ser todo lo contrario: un auténtico infierno que desemboque en el dolor y la aniquilación personal más profundos.

Por eso hay que tener bien claro que el primer amor (y el más importante de todos) es siempre el amor propio.

3 comentarios

  1. Buenisísimo artículo.

    Decía León Felipe:
    «Deshaced ese verso.
    Quitadle los caireles de la rima,
    el metro, la cadencia
    y hasta la idea misma…
    Aventad las palabras…
    y si después queda algo todavía,
    eso
    será la poesía.»

    Pues lo mismo sucede con el amor: hay que quitarle los caireles, desnudarlo del código civil, las relaciones de poder, el género, aventarlo al aire de la soledad y si después queda algo todavía, eso será el amor.

    El amor es bueno, y es importante. No celebremos los caireles.

  2. Genial artículo, no puedo estar más de acuerdo. Después de una relación tóxica de un par de años y de llegar a extremos que jamás pensé que llegaría (por puro alienamiento), conseguí dejarlo y ahora me siento libre y pienso tener muy en cuenta estas cuestiones antes de embarcarme en otra historia ‘romantica’. Un saludo Puck

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