Fragmento de Ciclope Polifemo y Nadie escribiendo sobre feminismo

Cuando nadie escribe sobre feminismo

Me presento: yo soy nadie (que para mayor gozo acaba en -e, y por una vez me queda inclusivo), mucho gusto. Ahora que seguimos sin conocernos, pero al menos saben quién soy, les cuento qué hago aquí.

Hace ya un tiempo mi compañero de contiendas dialécticas, anfitrión en este espacio, vino a hacerme proposiciones indecentes: que le hiciera el honor –palabra suya– de animarme a publicar algo mínimamente relacionado con el feminismo. Le agradecí el voto de confianza con media sonrisa. Míralo que majo, pensé mientras iba levantando la ceja del pero va a ser que no.

Es cierto que en el último año me he excedido en el arte de regañar a señores que auguran el holocausto hembrista feminazi –palabras de ellos– por internet. En esencia he hecho lo que me ha dado la real gana, y bien que me ha sentado. No sé a partir de cuántos caracteres lo escrito entra en la categoría de activismo en la red, pero me digo que no es lo mismo opinar como una ciudadana cualquiera que lleva la contraria obstinadamente a otros ciudadanos del montón que firmar un artículo con entidad propia, de arriba a abajo.

Sin embargo, me resultó irónico que mi anfitrión estuviera más seguro de mí y de mis recursos que yo misma, de modo que, aunque la ceja escéptica siguió en su sitio a medida que la conversación avanzaba, acabé dando mi palabra de que le dedicaría un par de pensamientos a su propuesta.

Empecé con la intención de abordar otros temas, y acabé por sentir la necesidad de justificar mis motivaciones en este texto, que no es otra cosa que el relato de las enjundias personales que han entrado en conflicto desde que se me hiciera la propuesta hasta que he resuelto un «¡qué diantres!».

No recuerdo dónde leí sobre alguien que ante una duda abría un libro al azar en busca de la respuesta en cualquier página (si alguien lo sabe, por favor, que se pronuncie, que me da mucha rabia olvidar de dónde saco las cosas). Siguiendo la norma, me dije ¿quién soy yo para escribir de feminismo? El libro que tenía más a mano era La Odisea, y abriendo al azar la primera palabra que me saltó a los ojos fue: Nadie. Odiseo dando su nombre, y de paso mi respuesta, que de tan apropiada me dio la risa floja. El azar y su sentido del humor: «Nadie, chata», le faltó decir al texto, «no eres nadie para hablar de feminismo».

Así pues, como decía al principio –y habiendo sido ratificado por un clásico, ni más ni menos–, yo no soy nadie para escribir con seriedad sobre estos temas. Lo poco que creo saber a nivel formal lo he aprendido a raíz de algún que otro libro, leyendo artículos de personas más formadas, preguntándome por el porqué de las cosas, y sobre todo a base de confrontar mis ideas y experiencias con las de otras personas. Por tanto, quienes quieran rigor pueden dejar de leer aquí, porque a la hora de la verdad el mío es un discurso feminista, pero que habla más de cómo lo vive individualmente una mujer cualquiera, que de cómo fraguar la lucha colectiva.

Autoras de primera orden infinitamente mejor preparadas ya hay para que se formen ustedes en condiciones. Como feminista de a pie que se dedica a otros quehaceres lo mejor que puedo ofrecerles es mi versión de los hechos.

La ventaja de este formato es que no se puede sentar cátedra, y me quita unas cuantas responsabilidades. Únicamente aspiro a rellenar un poco ese huequecito inmenso que hay entre el discurso que generan las mujeres con potestad y con una conciencia bien entrenada para enfrentarse al escarnio público, y aquellas que aun sintiéndose feministas no saben si lo son o no saben del tema tanto como para atreverse a decir lo que piensan.

Porque lo cierto es que entre las primeras y el resto de mujeres, que no acabamos de dar pie con bola, hay un silencio profundo que guardan con rigor muchas nadies que observan en la distancia, pero nada dicen. Y no dicen nada porque es más fácil callar y no equivocarse, que intentarlo y que se te enganchen un puñado de señores que vienen a explicarte cosas con la prepotencia esa que les sale tan natural y tan barata o, lo que de verdad hiere el orgullo y parece aún peor, que te corrija alguien que sepa de lo que habla.

Además, ser feminista parece a veces complicado, porque el feminismo se planta en tu vida un día casi sin avisar, te presenta a tus contradicciones, que son muchas y te ocupan la casa como una jauría de gatos: campan a sus anchas, te destrozan los muebles, te lo llenan todo de pelos, y hacen que tus amigos alérgicos dejen de acercarse a visitarte. Pero también se hacen querer lo que no está escrito, por lo que al final, en vez de echar a tus contradicciones decides abrazarlas, las mimas y haces todo lo posible por comprenderlas.

En mi caso pasó mucho tiempo antes de que pensara que podía contribuir algo escribiendo en un espacio público. Y en realidad lo interesante es que aportar o no aportar ahora me importa menos: esa responsabilidad creo que nunca fue ni tan grande ni tan mía.

Que las mujeres deben estar calladas y no molestar, especialmente cuando de política –y por tanto, de poder– se trata a veces se interioriza sin siquiera cuestionarlo, y hace falta cierto arrojo para creerse con pleno derecho a ocupar un espacio que no sientes tuyo. Son muchas las mujeres que llevan por dentro su discurso sin sentirse legitimadas para defenderlo. Y son demasiados los hombres que no dudan en exponer el suyo como verdades universales sin tener la menor idea.

De hecho, no creo que sea casualidad que el cuñadismo patrio haga especial honor a los cuñaos, y no tanto a las cuñás. Sospecho que muy posiblemente se deba a que las cuñadas han estado tradicionalmente vigilando a los niños o fregando platos en las reuniones familiares, mientras los cuñados jugaban a medirse los palillos entre los dientes y competían por ver quién tenía el vozarrón más grave, la opinión más firme o el mejor golpe de mesa para poner orden.

Y así es como la mitad de la población (este pensamiento sigue causándome asombro), por miedo al error y a la exposición, cede sistemáticamente su lugar en el mundo a quienes se conciben con derecho a él.

Si a fin de reflexión he decidido escribir aquí a pesar de mis limitaciones, es precisamente porque no sé cuántas de esas dudas se corresponden con la prudencia de los sabios y cuántas con una imposición social injusta y aprendida. Si al final he decidido escribir aquí es porque ocupar nuestro espacio ya es de por sí revolucionario, nos equivoquemos o acertemos. Es trasgresor sentarnos a discutir nosotras, el palillo entre los dientes siempre fue opcional, y no hace falta ser docta en feminismo, no hace falta tenerlo todo bajo control. Las doñas nadies inseguras que no queremos meter la pata no somos figuras públicas con un impacto de opinión de largo alcance, no es responsabilidad nuestra medir hasta el milímetro cada una de nuestras palabras. Tenemos derecho a cometer errores, y a aprender de ellos.

Porque lo que sí tengo claro es que si no decimos nada hasta que creamos saberlo todo, cuando llegue el momento nos va a faltar tiempo para explicarnos.

Por todo ello, cuando no sepamos si escribir o decir algo, quizá debamos abrir un libro al azar y recordar que tal vez no seamos nadie, pero que Nadie venció al cíclope Polifemo, el de muchas palabras, el que veía el mundo a través de un único ojo. Quizá debamos recordar que la ignorancia siempre fue atrevida, pero la insurrección también, y para distinguir cuál de ellas nos motiva basta con mirar hacia adentro y preguntarnos, en el fondo, por qué hacemos lo que hacemos.

Ciclope Polifemo y Nadie escribiendo sobre feminismo

5 comentarios

    1. Ay, gracias, se hace un poco raro que alguien no solo haya leído el texto sino que también se haya tomado el tiempo para dejar un comentario majo, ¡pero qué ilusión!

  1. «Porque lo que sí tengo claro es que si no decimos nada hasta que creamos saberlo todo, cuando llegue el momento nos va a faltar tiempo para explicarnos.»

    Excelente! Hace mucha falta escuchar vuestros pensamientos con la mente abierta para comprender. Gracias, Lilithren!

    1. Las gracias son recíprocas, que de poco sirve poner en marcha el motorcito de los pensamientos si no hay con quien intercambiar pareceres 😀

  2. «Porque lo que sí tengo claro es que si no decimos nada hasta que creamos saberlo todo, cuando llegue el momento nos va a faltar tiempo para explicarnos.»

    ¡Gracias!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *