Durante el año 2017 hice dos semestres de prácticas del grado de psicología en un Centro de Inserción Social (C.I.S.) compartiendo el PRIA-MA (Programa de Intervención para Agresores de violencia de género en Medidas Alternativas —a la pena de cárcel—) con cinco estudiantes en prácticas de los grados de psicología, pedagogía y criminología; cuatro mujeres y yo, que formábamos el grupo interventor bajo la supervisión de una asociación. La población diana del programa son condenados por sentencia firme a penas inferiores a dos años por delitos relacionados con la violencia de género. Es decir: la reinserción de población no reclusa que realizaban el programa de forma impuesta por la sentencia y, precisamente, como alternativa a su ingreso en prisión.
Desde un punto de vista formal, el programa PRIA adopta un enfoque cognitivo conductual, que parte de la idea de que «igual que la conducta violenta es aprendida, se puede enseñar al hombre violento formas alternativas de comportamiento adaptado en la relación de pareja. El objetivo pasaría por intervenir en áreas relacionadas con el manejo de las emociones, los pensamientos erróneos, las habilidades de relación y la resolución de problemas». Creo que el concepto nuclear del programa es perfectamente válido: la sentencia, por sí sola, no va a cambiar al agresor; sino que habría que llevar a cabo alguna clase intervención sobre él para que no vuelva a agredir. Por lo demás, concuerda plenamente con el objetivo último del sistema penal español, que no es otro que la reinserción de los individuos en la sociedad. La cuestión es si lo que se hace actualmente, y en las condiciones en las que se hace, es lo más adecuado y eficaz para alcanzar dicho objetivo.
En la página web de Instituciones Penitenciarias encontraréis publicadas algunas evaluaciones del PRIA, tanto sobre el programa en sí mismo y su nivel de eficacia, como de los índices de reincidencia de los agresores. Son interesantes, consultadlas, pero… por lo que yo he aprendido de mi experiencia, la realidad no necesariamente coincide con ellas.
La intervención que conozco de primera mano se realizó para intentar la reinserción (y evitar así la reincidencia) de un grupo de 13 usuarios de distintas edades, nacionalidades, niveles socioeconómicos y educativos, creencias religiosas y una sola cosa en común: todos eran hombres. Para empezar, frente al estereotipo (interesado) del maltratador como una persona monstruosa, no reconoceríais a ninguno de los sujetos intervenidos por la calle. De hecho, no reconocéis a ninguno: son vuestros hermanos, vuestros compañeros de estudios o de trabajo, vuestras actuales parejas. Muchos de los penados de mi grupo consiguieron ocultar (tanto la condena como la realización del programa de dos horas a la semana, durante diez meses) a su entorno laboral y familiar. Puede ser cualquiera. Podría ser yo. En segundo lugar, el enfoque cognitivo conductual es la elección de preferencia para promover el cambio de conducta, y está contrastado empíricamente. Pero la conducta que se intenta cambiar son las diferentes formas de agresión a la pareja o expareja. Se presupone que la razón es una falta de determinadas destrezas de relación. Pero en el grupo sobre el que intervine la mayoría eran sujetos perfectamente funcionales, incluso hiperfuncionales, desde el punto de vista de sus destrezas sociales. Educados, simpáticos, inteligentes, encantadores. Si tenían dificultades de relación, en la mayoría de los casos pasaban desapercibidas, excepto con la pareja o expareja. Les prestaríais vuestro coche. Les daríais las llaves de vuestra casa. Y alguno os regaría las plantas. Sin que se lo pidierais.
El programa PRIA es un programa psicoeducativo, no terapéutico. ¿Se puede llevar a cabo a un intervención psicoeducativa sobre agresores machistas sin apenas mencionar el machismo? ¿Es efectiva una intervención tan inespecífica que, en 8 de sus 11 unidades, serviría lo mismo para un agresor machista que para un (o una) adolescente que tiene problemas de relación con su familia o su grupo de pares?
De las 328 páginas que desarrollan el programa PRIA los siguientes términos aparecen mencionados el número de veces que se indica: Machismo, (5 veces, una de ellas, en la bibliografía), Machista (4 veces), Patriarcado (3 veces), Patriarcal (1 vez), Feminismo (3 veces), Feminista (8 veces, 5 de las cuales son ejemplos con una connotación negativa).
La violencia de género es un género de violencia. El enfoque del programa PRIA despolitiza la violencia machista y el machismo, pues ésta no se da en un espacio contextual neutro, sino muy específico y perfectamente situado y, al identificar erróneamente la violencia machista como violencia generalizada, interviene sobre las causas equivocadas. Por hacer un símil, es como recetar paracetamol para el enfisema pulmonar. Si además de tener un enfisema, te duele la cabeza, es probable que te alivie la jaqueca. Y poco más.
El problema no es el plancton que traga la ballena. El problema es el mar contaminado. Ni siquiera. El problema es Platón, y Aristóteles, y Santo Tomás de Aquino, y San Agustín, y Darwin. Y Freud. El problema es la cultura. Patriarcal. La única que existe. El problema no es la sentencia condenatoria. El problema es el juez. El problema es el sistema judicial. El problema somos los hombres y nuestra cultura compartida: la masculinidad.
Como fenómeno estructural a la sociedad, el machismo construye nuestra percepción y orienta la significación de nuestra realidad (de la realidad masculina, que interpretamos como la única posible). Es por esa razón que, quien no es un hombre generalizadamente violento, puede ejercer violencia contra las mujeres (sean pareja o expareja) en determinadas situaciones. Ese debería ser el eje del programa. No se debería intervenir solo para que los hombres, conservando intacto su machismo, dejen de agredir a las mujeres en esas mismas situaciones. Eso sólo sirve para, en el mejor de los casos, redirigir la violencia; en el peor, para enseñarle nuevas estrategias de maltrato, como emplear formas más sutiles (no tipificadas o más difíciles de probar ante un tribunal) de violencia machista.
Ninguno de los hombres del grupo se reconocía como machista, ni al principio ni al final de la intervención. La mera sugerencia los indignaba. Algunos hablaban directamente de denuncia falsa. Otros, minimizaban o relativizaban la violencia. Hay una anécdota que creo que resultará bastante representativa. Cuando en el grupo interventor manifestamos nuestra preocupación ante la falta de efectividad que estaba teniendo nuestra intervención, (debido precisamente a su carácter neutral e inespecífico) se propuso introducir un elemento no previsto en el programa: proyectar, y analizar con el grupo la película Te doy mis ojos, de Icíar Bollaín (Aquí una escena) durante dos sesiones consecutivas. Varios de los hombres confesaron, durante la fase de análisis, que era la primera vez que se habían visto a sí mismos como agresores. Al concluir el programa, unánimemente ellos mismos afirmaron que habían sido las sesiones más productivas.
No estoy diciendo que el programa sea completamente inútil. No lo creo así. Pero desde luego, si lo más efectivo del programa es el pase de una película que ni siquiera estaba en el mismo, quizás haya llegado el momento de pararse a reflexionar y hacer una profunda crítica. Quizás ha llegado el momento de que la sociedad deje de mirar al dedo cuando el dedo feminista señala al origen estructural del problema que sufre: las creencias machistas. Quizás ha llegado el momento de repensar el programa y devolverlo a la realidad. Aunque ésta pueda ser dolorosa.
Autoría: Roberto Plaza y Anónimo.
«Yo me aventuraría a pensar el que Anon (anónimo), quien escribiera tantos poemas sin firmarlos, fue a menudo una mujer» Virginia Woolf
Genial y clarificador artículo, que destaca perfectamente el cambio de óptica, de objetivos y de medidas que se hace necesario y es la realidad actual (el documento data del 2010). Es tiempo de asumir responsabilidades, llamar a las cosas por su nombre y actuar: machismo, cultura machista, violencia machista, masculinidad tóxica, patriarcado.
Celebramos enormemente que este comentario venga de un hombre. Muchas gracias por comentar y ojalá entre todos hagamos la suficiente presión como para que las cosas cambien pronto, pues cada oportunidad desperdiciada para la reinserción es un tren a la reconciliación perdido.
Buenas tengo un amigo que realizó uno de estos programas PRIA, llegó diciendo que la culpa era de su expareja, que ellos eran las víctimas, eso fue hace 4 años… Hoy en día sigue pensando que el no fue un maltratador y que todo fue culpa de su ex.
Estos programas creo que deberían ser vistos de otra manera, creo en mi opinión que hacer que estas personas empaticen con las víctimas, lograría que al menos vieran, como en el caso de la película, que si son personas violentas, que si maltratan y que están ahí por algo.
¡Muy bueno y esclarecedor! Es alarmante la cantidad de casos, además; lo que aporta al acierto en la causalidad real.
Totalmente de acuerdo. En cambio el programa del Gobierno Vasco, Gakoa trabaja de forma transversal intensamente la igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres, la responsabilización y concienciación sobre el machismo y tras una evaluación externa del Instituto vasco de Criminología ha dado unos índices de reincidencia inferiores al 2%. Os dejo el enlace a la evaluación externa.
https://www.justizia.eus/gestion-de-penas/documentos
Me parece que el tema de la re habilitación, re educación, re inserción (o como se quiera llamarlo) de los agresores , maltratadores, etc es factible , en la medida que ellos y nosotras nos reconozcamos producto de una sociedad in equitativa, violenta que interactúa constante y perennemente desde un micro sistema -la persona, la familia-, pasando por un meso sistema – instituciones (religión, justicia, política, etc) envueltos por un exo-sistema de creencias y constructos sociales.
Por lo que las intervenciones no solo deben ser puntuales y dirigidas solo las victimas sino también y con un carácter determinado a los agresores, pues si solo nos dedicamos a la mujer víctima estamos dejando a las futuras víctimas a expensas de un maltratador no rehabilitado en mi país Bolivia entre 7 y 8 de cada 10 mujeres sufren violencia por parte de su compañero íntimo OPS/OMS 2006, 5 de esas 7 u 8 mujeres continúan viviendo con su maltratador y los maltratadores, construyen nuevos nexos en los que replican violencia con sus parejas. Si a ello añadimos que el indice de recuperación ,-rehabilitación , re educación- del violento es del 0,04 % tenemos indicadores bajísimos que nos deben obligar a seguir investigando y actuando de mejor forma .