No existen colores «de mujer» ni colores «de hombre». No existen profesiones de mujer ni profesiones de hombre. No existen prendas de mujer ni prendas de hombre. No existen valores morales femeninos ni valores masculinos. No existen perfumes para mujeres y perfumes para hombres. No existen comidas o bebidas propias de mujeres ni de hombres. No existen conductas femeninas ni conductas masculinas. Lo único que existe realmente son diferentes colores, profesiones, prendas, valores morales, perfumes, comidas, bebidas, conductas, etc y sociedades que se los atribuyen de forma divergente a los individuos humanos en función de sus genitales. Esto es, explicado muy brevemente, el género.
Parece increíble tener que explicar esto, pero…
El sexo es algo natural, ya que enuncia un hecho biológico, objetivo, demostrable. Al igual que la mayoría de especies de seres vivos (incluidas las plantas), los humanos presentamos una característica llamada dimorfismo sexual, que consiste en variaciones de la fisonomía externa entre los machos y hembras de una misma especie. Dicho de otro modo: existen dos sexos y los humanos nacemos con uno (1) vulva u otro (2) pene, así como con unos caracteres sexuales secundarios asociados a los genitales y controlados por diferentes hormonas sexuales.
El género, por el contrario, es un constructo, esto significa que es algo social (artificial/no-natural) que consiste en un conjunto de roles y estereotipos que cada sociedad relaciona subjetivamente con el hecho (objetivo) de ser «macho» o «hembra» humanos dentro del marco de sí misma.
Dicho de otro modo: es cada cultura quien decide: (1) cuántos géneros existen, en la mayoría de sociedades dos, en unas pocas tres y, en muy raras excepciones, cuatro o más, (2) qué rasgos se emplean para asignar a cada individuo un género u otro, en la mayoría de sociedades (género binario) dicha asignación se realiza de forma coincidente con el sexo desde el mismo preciso momento en que es posible conocer los genitales del feto y, únicamente en unas pocas comunidades, se usan otros rasgos alternativos; ya sean ‘físicos‘ (observables) —como el peso al nacer, peculiaridades tipo marcas de nacimiento, si come bien o no, si llora mucho o es tranquilo, etc— o ‘espirituales‘ —como pueden ser habilidades y talentos que, lógicamente, no se manifiestan en recién nacidos, sino que exigen la observancia del desarrollo posterior— y, finalmente, (3) qué roles serán asociados a cada género y el sistema de relación existente entre ellos, en la práctica totalidad de las sociedades, dicho sistema es jerárquico y privilegia al hombre —macho humano— para lo cuál requiere de subordinar a la mujer —hembra humana— ante sus necesidades.
¿Con qué propósito es creado el género?
Sencillo, con el de «especializar» a los individuos a través de la educación que reciben desde la infancia más temprana de forma que reproduzcan (conscientemente o no) un sistema complejo de normas y significados que cada sociedad considera como el más idóneo para lograr la supervivencia, tanto de las personas que la componen, como de su propia cultura compartida a través del tiempo. O dicho de otro modo; toda cultura humana se comporta como lo haría cualquier otro organismo vivo en un ambiente hostil: busca reproducirse para lograr su persistencia (la de sus usos y costumbres, códigos —lenguaje, escritura, gestos— y símbolos, conocimientos, experiencias compartidas, rituales, creencias, valores, etc) y el género no es más que uno de entre varios de sus instrumentos o estrategias para alcanzar dicho objetivo. No importa si para lograrlo debe sacrificar la justicia o la equidad, porque la supervivencia es algo mucho más primordial.
¿Y cuál es exactamente la aportación del género? Pues bien, sucede que la cultura es incorpórea; de modo que en última instancia su persistencia dependerá de la capacidad de persistencia de la comunidad de humanos que le hace las veces de «soporte tangible». Si las personas de una comunidad no se reproducen (o no lo hacen lo suficiente: el promedio para el reemplazo generacional se suele cifrar en 2,1 hijos por mujer), dicha cultura estará condenada a la extinción con la muerte del último de los suyos y otra ocupará el espacio que deja libre.
Por consecuencia, parece lógico que todas las sociedades hayan tratando de (1) preservar —casi a cualquier precio— la vida de las hembras de su comunidad alejándolas de todo riesgo y (2) socializar a sus mujeres para estar dedicadas —casi supeditadas en exclusiva— a la función de la procreación y el cuidado de los individuos inmaduros; que suponen su garantía de futuro.
Sin embargo, dicha asociación no es absoluta en términos de validez; se ha realizado en base a creencias, empleando una de entre tantas otras lógicas y criterios posibles. Una tribu cuya cultura tenga un marcado carácter místico, muy bien podría ver igual de lógico que la guerra sea una tarea propia de las mujeres porque «únicamente quien tiene la capacidad para dar la vida es quien puede quitarla» y que, por las mismas características físicas diferenciales, los hombres son idóneos para el cuidado de los menores cuando las mujeres están batallando fuera del poblado.
¿Acaso es más válido un sistema que otro? ¿En base a qué criterios podría serlo? Y más importante aún; puesto que el género instrumentaliza a las personas y les priva de libertad para un desarrollo personal acorde a su personalidad individual en aras de encasillarlos en un modelo prefijado… ¿Qué debemos hacer con el género? Se nos plantea pues la primera controversia:
¿Dice el radfem lo mismo que HazteOir/VOX?
El famoso bus ultracatólico rezaba que «los niños tienen pene, las mujeres vagina. Que no te engañen». Bien, hasta ahí es cierto que su discurso concuerda con el enfoque materialista del feminismo radical. Empecemos por un análisis de lógica proposicional sencillito: Si un partido fascista afirmase públicamente que la tierra es redonda ¿sería válido acusar de fascista a todo aquel que crea que la tierra es redonda por «decir las mismas cosas» que la citada formación política?
Parece que no se sostiene y que, más que un argumento, es una rabieta pueril y simplista de alguien que no alcanza el nivel mínimo para mantener un debate racional y riguroso; pero aún vamos a profundizar un poco más y a preguntamos… ¿Cuál es, en cada caso, la motivación que hay detrás del mensaje? ¿Por el hecho de partir de un mismo planteamiento, significa que el nazionalcatolicismo y del feminismo radical persiguen el mismo propósito?
No es necesario tener estudios avanzados para ver claramente que, mientras que los fachas blanden este eslogan como un intento de fijar el sexismo social con la vista puesta en que hombres y mujeres se comporten «como Dios manda» o «para lo que (según ellos) están programados biológicamente», el radfem pretende la abolición de dicho supremacismo biológico/teológico para que todo el mundo pueda comportarse como quiera o sienta, con total independencia de su sexo y sin sufrir acoso o persecución por el mero hecho de no encajar en el molde de masculinidad/femineidad establecido socialmente.
Cuando HazteOir y Vox dicen «los niños tienen pene, las mujeres vagina» están diciendo que solamente existe UNA manera correcta de ser hombre y UNA manera correcta de ser mujer y, por tanto, se declaran enemigos de la diversidad. Lo dicen para defender que son los hombres quienes deben ser fuertes y trabajar para proveer de medios materiales y son las mujeres quienes deben ser sensibles y estar dedicadas a la casa, y los cuidados. Cuando el radfem dice que «el género se asigna en base al sexo y el sexo nunca cambia» está diciendo que hay infinitas formas de ser mujer u hombre y que todas ellas son igual de válidas y, por tanto, no sólo se están mostrando partidarias de la mayor diversidad posible, sino que además pretenden acabar con la herramienta de opresión: el propio género, la misma que el patriarcado y sus beneficiarios llevan siglos utilizando en todo el planeta para esclavizar, discriminar y violentar a mujeres por el mero hecho de serlo (y colateralmente a homosexuales e incluso a ciertos hombres heterosexuales por no ejercer su papel impuesto de machos dominantes).
¿Dónde quedan ahora esas presuntas similitudes entre el discurso de ambos? Que no te engañen.
¿Existe la ‘identidad sexual’?
Si mantenemos el nivel de análisis crítico del punto anterior, ¿adivinan con quién tiene realmente al final numerosas y profundas similitudes el discurso de HazteOir/Vox (a pesar de declararse mutuamente como enemigos acérrimos)?
Exacto: Con quienes defienden la existencia de una presunta «identidad sexual» o «de género». Puesto que no es algo natural, sino netamente social, cuando elevamos el género a la categoría de ‘identidad’ lo que estamos haciendo es naturalizarlo; es decir, conseguimos naturalizar los roles y estereotipos sexistas. O dicho de otro modo: si entendemos el género como una parte de nosotros mismos, las «cosas de hombres» o «cosas propias de mujeres» serían también una característica de nuestra personalidad, en lugar de creencias indeseables que atentan contra la libertad, la justicia y la igualdad social.
Es más, el mero hecho de enunciarlas como tal podría ser entendido como un atentado contra la identidad personal de cada cuál. En vez de defender que los hombres puedan ser sensibles y las mujeres ser fuertes también, tal como expresaban los principios de la coeducación no hace tanto tiempo, estamos pasando a fomentar un modelo del tipo: Soy mujer porque me identifico plenamente con las cosas propias de las mujeres, como el color rosa y los cuidados ¿Quién eres tú para cuestionar que éstas sean cosas femeninas si nos gustan a la mayoría de nosotras? Por algo será, ¿no? Y quienes teniendo pene se identifican con esas mismas cosas femeninas es porque en realidad son mujeres con pene. No que sientan serlo, sino que lo son; nacieron mujeres, diferentes a mí, tal vez, pero al fin y al cabo mujeres igual que yo. ¿Quién eres tú para cuestionar su identidad?
¿Acaso la sociología y la antropología social no se han hartado a demostrar la influencia de la cultura sobre las cosas que nos gustan o producen rechazo y dar una explicación a las significativas diferencias entre unos grupos sociales y otros? ¿No existe entonces la posibilidad de que la identificación de las personas trans esté basada en una simple afinidad hacia las cosas que entienden como «propias» del genero opuesto y/o el rechazo hacia las cosas «propias» del género que les han impuesto?
Neurosexismo y sexismo religioso.
¿Cómo puede una mujer nacer con pene o viceversa? ¿Acaso puede alguien nacer en el cuerpo equivocado? ¿Qué es ser mujer, entonces? ¿Cuál es el factor diferencial que hace que una persona pueda ser clasificada como mujer y diferenciada de un hombre? Si la identidad sexual o de género es realmente algo con lo que nacemos… ¿qué la determina exactamente? O más importante aún: ¿Cómo podemos identificar dicha identidad de la persona fuera de toda duda razonable? (lo cuál adquiere una gran trascendencia desde el mismo momento en que empezamos a hablar de «infancias trans» y a medicalizar a menores de edad con tratamientos hormonales que van a tener un impacto crucial sobre su desarrollo posterior e incluso sobre su salud).
Los transactivistas liberales, los partidarios de la doctrina queer y los creyentes en la existencia de una identidad sexual o de género de todo pelaje político suelen invitar a sus feligreses a bloquear en redes sociales a las feministas radicales (a las que previamente marcan con la letra escarlata «TERF») para que nadie interactúe con ellas, no las debatan, no sean escuchadas… no vaya a ser que les convenzan de algo o consigan infundirles dudas: sólo acosar, insultar y bloquear. Por el contrario, desde aquí animo públicamente a todo el mundo a hablar, debatir y escuchar muy atentamente a las personas de dicha ideología y hacerles las preguntas del párrafo anterior. Compartiré mi propia experiencia resumiendo las únicas respuestas que yo he sido capaz de obtener en dos categorías:
La inmensa mayoría se han evadido con salidas por la tangente del tipo «no puede saberse», «es tan complejo que no es posible definirlo» o argumentos circulares, subjetivistas y autorreferenciales como «Simplemente es algo que se sabe/se siente/se percibe». En román paladino: no saben o no pueden explicar de forma racional sus creencias, de forma que se limitan a aceptar los eslóganes transactivistas como dogmas de fe, abrazando de facto una retórica protorreligiosa que concibe al género como una especie de «aura» mística de masculinidad/femineidad que nos es insuflada en algún momento (quién sabe si durante la gestación o si estábamos predestinados ya de antes incluso) y que puede «caer» en el cuerpo biológico de uno u otro sexo, determinando la concordancia (o falta de ella) entre la identidad sentida y los genitales. Se entiende mejor con un ejemplo:
Equivaldría a afirmar que existe una energía rosa de la femineidad (o algo así), que estaría por ahí flotando intangible por el universo hasta que un espermatozoide acaba de fecundar un óvulo. En ese momento, puede precipitarse sobre el cigoto dando lugar, bien a una «mujer «cis»» (si el cigoto es XX) o bien a una «mujer con pene» (toda vez el cigoto sea XY). Lógicamente, también existiría su opuesto: la energía azul de la masculinidad, que actuaría de la misma manera pero viceversa y, para terminar de rizar el rizo, existiría por último una energía color arcoiris que daría lugar a seres humanos «no binarios«. ¿Suena un poco a secta, sí o no?
Finalmente y en base a mi experiencia, hay un perfil (totalmente minoritario) de transactivista mucho mas hábil dialécticamente, que sabe construir una exposición calmada y pretendidamente sensata. A diferencia de la masa anterior, saben perfectamente que afirmaciones tan osadas no pueden ser sustentadas en el vacío, así que te hablan de cerebros sexuados y te tiran a la cara enlaces a papers en inglés que supuestamente corroboran la existencia de cerebros de mujer y cerebros de hombre diciendo «toma, infórmate un poco». ¿Cuál es el problema? Que no es más que una falacia ad verecundiam a sabiendas que prácticamente a nadie le va a dar por ojearlos y ponerse a descifrar su farragosa terminología poco comprensible para los profanos. Quienes sí lo han hecho (yo no he sido uno de ellos, lo reconozco) señalan que esos papers únicamente apuntan a meras hipótesis y que las conclusiones de muchos de ellos carecen de toda validez por incurrir en carencias metodológicas y experimentales graves. En el peor de los casos, podemos afirmar rotundamente y sin miedo a equivocarnos que no existe un consenso científico a este respecto, lo cual significa que tampoco existen evidencias que respalden el innatismo del género. De modo que NO: La ciencia no respalda eso sino que, en tal caso, apunta una y otra vez justo en la dirección opuesta: El cerebro NO tiene sexo.
Conviene recordar que el siglo pasado ya vimos una corriente hasta cierto punto popular de estudios que pretendían estar demostrando científicamente las diferencias estructurales entre los cerebros de negros y blancos, realizados y apoyados (como no podía ser de otro modo) por señores de ciencia (racistas) con el propósito de legitimar sus propias creencias intolerantes y legitimar las evidentes injusticias del sistema creado por y para los caucásicos. Todos esos estudios están hoy más que denostados y, sin embargo, en pleno siglo XXI han encontrado en el neurosexismo un digno heredero. El tiempo los pondrá en el lugar que les corresponde.
Conclusión
No niego que una mayoría de las personas que defienden el discurso transactivista lo hagan de forma bienintencionada y deseando el mayor bienestar para las personas trans y para la sociedad en su conjunto, pero debemos plantearnos lo siguiente: ¿Las ideas que defienden son realmente lo mejor para los propios interesados y contribuyen a la justicia social? ¿Se está escuchando la opinión y las demandas representativas de todo el colectivo, o únicamente del sector cuya ideología concuerda con los intereses de la corriente hegemónica (patriarcal y capitalista, recordemos)? En línea con esto último, ¿cómo se explica que en Irán (país donde las mujeres están fuertemente oprimidas y la homosexualidad está penada incluso con la muerte) la «transición» de género sea vista con buenos ojos e incluso alentada institucionalmente? ¿Es Irán, por consiguiente, un país más inclusivo con la diversidad sexual y más tolerante con las minorías que el resto de naciones? ¿O será que la teoría trans encaja perfectamente con su visión reaccionaria y fundamentalista religiosa pro-género, donde mujeres y hombres deben comportarse como Allah manda?
Aún con independencia de lo anterior: Ante la clamorosa ausencia de evidencias que otorguen validez a las hipótesis sobre la identidad sexual o de género, ¿qué postura es más ético adoptar a la hora de redactar leyes que protejan a dicho colectivo vulnerable? Incluso debemos ir un paso más allá: ¿Cuáles pueden ser las consecuencias indeseadas de adoptar socialmente la postura feminista radical? Básicamente, ellas hablan de autoaceptación: «Todos los cuerpos son válidos tal como son. Nadie nace en el cuerpo equivocado» o «Todo el mundo debería ser libre para expresarse como sienta o quiera hacerlo con total independencia de su sexo» ¿Son éstos mensajes potencialmente dañinos, incluso aunque posteriormente se demostrase que no tienen razón y que la ciencia pruebe la existencia de una «identidad trans» innata?
Por otro lado, si la famosa «identidad trans» finalmente resultase ser una falsa creencia anticientífica, ¿podremos decir que fue igual de inocuo embarcamos en aras de la inclusión en la aprobación de leyes que modificaban radicalmente todos nuestros conceptos naturales para dar encaje a un je ne sais pas así místico como el aura que supuestamente le imprime el género a las personas, aunque no haya la menor prueba?
De entrada, estaríamos presenciando la validación legal de las terapias de conversión contra homosexuales algo que, recordemos, no consiguió ni la propia iglesia católica. ¿Cuántos niños gays y niñas lesbianas podrían ser confundidos con trans por expresar formas y conductas que no corresponden a los estereotipos sexistas de su género y terminar siendo medicados con bloqueadores y hormonas para, posteriormente, ser inducidos a operar sus genitales (de forma prácticamente irreversible) bajo la coacción de que, si no lo hacen, corren serio riesgo de terminar suicidándose porque así lo dicen las estadísticas?
A quien crea que esto es una paranoia le respondo: YA está pasando, y lo abordaremos con más profundidad en la segunda parte de este artículo.
Se puede decir más alto, pero no más claro. En ocasiones, quienes tenemos esa visión «bienintencionada» de este tema es porque carecemos de argumentos e información completa. Habrá casos y casos, pero ahora mismo prima manipularnos y llevarnos a su terreno. Hace falta más diálogo y menos enfrentamiento. Gracias.
Qué desafortunado hablar de «terapias de conversión» cuando hay hombres trans gays y mujeres trans lesbianas, como contraparte de gente diciendo que «el radfem les curó la transexualidad».
Es que ha oído campanas y no sabe por dónde vienen. Supongo que a quien haya escrito eso le horrorizaría tanto tener un cuerpo con unas características sexuales distintas que por eso cree que las personas trans están «mutilándose»
Los colectivos trans llevan décadas luchando por la despatologización, por una sociedad donde cada persona tenga autonomía sobre su cuerpo y pueda vivir su vida sin tener que ceñirse a los roles de género.
A esta persona le han hecho creer que la comunidad trans habla de «diferencias en los cerebros masculinos y femeninos» cuando precisamente se han pedido cambios legislativos para combatir esa idea patriarcal que nos imponen desde las Unidades de Trastorno de Identidad de Género en casi todas las comunidades autónomas. Y la verdad, no empecemos con el tema de las terapias reparativas. En mi caso, en la UTIG me impusieron «volverme heterosexual» y por negarme, me dificultaron durante años el acceso a tratamientos médicos.
Buenísimo artículo, quedo a la espera de la segunda parte. Gracias por explicarlo tan claro!