Contra el lavado de cara pedófilo

Desmontando el lavado de cara pedófilo

Empezaré con una breve cronología de los hechos para quien no se haya enterado: el 9 de septiembre el Ministerio de Consumo solicitó a Amazon la retirada de la venta de vaginas de silicona que simulan cuerpos de niñas de corta edad. Sólo dos días después (le faltó tiempo), el tristemente insigne periodista de “izquierdas”, paladín de la “posverdad” y abanderado de la lucha contra la “corrección política”, su ilustrísima Juan Soto Ivars, nos deleitaba con un airado artículo publicado en El Confidencial donde venía a cuestionar la ‘conveniencia’ de retirar dichos productos del mercado y donde aprovechaba para cargar duramente contra Irene Montero por sus argumentos esgrimidos al requerir dicha retirada de juguetes sexuales para pedófilos. Como si no hubiera sobrados motivos legítimos para criticar la labor institucional de la ministra, en fin.

Así que antes de entrar en harina y, puesto que es muy habitual que exista bastante confusión terminológica en torno a este tema, intentaré clarificar de qué hablamos exactamente al usar cada término de este artículo. La palabra “pederastia” se usa para referirse al abuso sexual cometido por un adulto contra infantes, mientras que “pedofilia” alude de forma exclusiva al hecho de que una persona adulta experimente atracción erótica o sexual hacia niños o niñas, al margen de cuáles sean sus actos al respecto. Un breve inciso, insustancial tal vez, pero que puede dar pistas del “rigor” y el nivel documental de susodicho periodisto: «el español es uno de los pocos idiomas que presentan esta distinción esencial y necesaria», afirma Ivars. Resulta curioso, teniendo en cuenta que “sólo” lo hace la otra lengua occidental más hablada del mundo, el inglés (pederasty/pedophilia); por no mencionar el francés (pédophilie/pédérastie), el alemán (pädophilie/päderastie), el italiano y el portugués (donde incluso la grafía es idéntica a la del castellano) y… casi mejor paro de buscar más coincidencias por no extender de forma innecesaria un artículo que, me temo, va a ser largo de por sí.

¿Qué es la pedofilia?

Los pedófilos llevan mucho tiempo intentando vender una idea a la sociedad: “la pedofilia es una orientación sexual”. Una definición sencilla que, así expresada de forma sintética, no parece estar exenta de cierta lógica, pues “sentir deseo sexual por un ‘grupo particular’ [de personas] y no por cualquier otro” es una afirmación que (tal como está enunciada) se cumple en el caso de la heterosexualidad, la homosexualidad y… de la pedofilia. Esta postura es también la defendida por Juanito en su columna, clarificada más tarde con un tweet posterior donde se lo preguntan de forma explícita. Pasen y vean: «Quien viola a niños es un pederasta, un criminal, mientras que el pedófilo, como el heterosexual o el homosexual, es una persona con una inclinación sexual determinada y un objeto de deseo que, en este caso, para su desgracia, son los niños y las niñas».

Pues bien, sucede que el concepto que nos están queriendo transmitir aquí no tiene nada de inocente ni casual, ya que toda idea está siempre relacionada con otras de forma inherente. Por ejemplo, voy a citar “al azar” un par de ellas que en la España actual gozan de una situación de consenso mayoritario: “la orientación sexual es una característica innata de la persona”. “Nadie debería ser perseguido ni acosado por el mero hecho de su orientación sexual”. ¿Se entiende ya por dónde voy?

En caso de aceptar como válida la definición de partida, de forma implícita y subyacente estaríamos aceptando también que “la pedofilia es una característica innata de la persona” y que “nadie debería ser perseguido ni acosado por el mero hecho de ser pedófilo”. Es decir, está defendiendo de forma encubierta la despatologización de la pedofilia.

¿Y por qué los pedófilos no lo dicen así, directa y explícitamente, entonces? Lo peor es que sí que lo hacen, algunos se atreven a exigir sin ningún remilgo la retirada como “desorden mental” en el DSM IV pero, por lo general, tontos no son y saben que es mucho más fácil que dichas afirmaciones puedan generan recelo, alerta y cuestionamiento; mientras que, si fuese la otra persona quien llegue a dichas conclusiones por sus propios medios después de haber aceptado (previamente y de forma acrítica) la idea de la pedofilia como orientación, sería más fácil que su ideología pueda conseguir los objetivos marcados en su agenda oculta mientras vuelan por debajo del radar.

¿Dónde está la trampa?

Para empezar, cuando hablamos de “orientación sexual” no nos referimos a sentir deseo hacia un “grupo particular” (cualesquiera) de personas. Hablamos de una atracción hacia el sexo biológico. Nos referimos, se sobreentiende, a la atracción hacia las personas de un sexo determinado (es decir, los genitales, y los caracteres sexuales secundarios) o de ambos y por tanto sólo existen dos grupos posibles: hombres y/o mujeres.

Si un hombre refiere experimentar deseo sexual de forma exclusiva por mujeres rubias, ¿tendría el menor sentido afirmar por ello que existe la ‘rubiasexualidad’? ¿O que deban ser rubias para que dicho individuo experimente deseo sería una mera preferencia personal dentro de su heterosexualidad? Del mismo modo, los infantes tienen un sexo: un pedófilo puede experimentar excitación por niños y no por niñas, o viceversa, en función de su orientación real. La categoría de edad, igual que el color del cabello, pueden “seleccionar” a un grupo de personas, pero uno variable y circunstancial en lo que a atracción sexual se refiere, nunca una nueva forma de atracción con entidad propia.

Otra cuestión importante es: ¿por qué la existencia de mujeres pedófilas es una rara avis? Si realmente fuese una orientación sexual, su distribución por sexos debería evidenciarse de forma más homogénea igual que sucede con gays y lesbianas. ¿Alguien es capaz de imaginarse que la homosexualidad fuese un fenómeno fundamentalmente masculino y la existencia de lesbianas resultase ser estadísticamente una excepción a la norma? ¿No, verdad? Es lo que tiene que la homosexualidad sí sea una orientación, mientras que la pedofilia no.

Analicemos ahora la coherencia interna del discurso: la pedofilia es —en términos empleados por el propio señor Ivars de forma literal— un “deseo desviado” y algo “repugnante”. Pero no olvidemos que unas líneas antes la estaba equiparando con la homosexualidad, ¿son entonces desviado y repugnante adjetivos que podemos atribuir a la homosexualidad también? Esta afirmación le valdría a Soto una merecida acusación por homofobia. En caso contrario y, puesto que ha puesto a ambas al mismo nivel, ¿en base a qué argumento sería legítimo hablar de una de ellas de forma despectiva y no de la otra? No soy un experto, pero yo diría que alguien se ha pillado los dedos con la trampa de la “diversidad”.

El pedófilo como víctima.

Pero la cosa no se queda aquí. Una vez promovida la idea de que no hay nada de malo en experimentar atracción sexual hacia los niños (siempre que no se incurra en prácticas sexuales con ellos) el relato liberal y postmoderno suelen presentar al pedófilo como una víctima: una persona atormentada por dicha pulsión que él no eligió tener y contra la que debe luchar a diario durante toda su vida para no incurrir en actos delictivos y dañinos para terceros. El director Lars Von Trier llega a afirmar esto en boca del personaje de Seligman de su filme Nymphomaniac (2013): «Si el sexo es, como hemos dicho, el mayor impulso que puede experimentar jamás un ser humano, ¿qué pasa con ese 95% [de pedófilos] que vive toda su vida reprimiéndolo, que nunca cae en la tentación, que sacrifica su sexualidad para no hacer daño a ningún niño? Un hombre capaz de anularse así a sí mismo, de aceptar con resignación tanto sufrimiento, de matar así su propio deseo, ese no es culpable: yo creo que merece una medalla».

En esta misma línea, el artículo de Soto Ivars nos transmite una imagen tan dulcificada, distorsionada y engrandecida del pedófilo que llega incluso a rayar con el victimismo: «todos los que consiguen reprimirse y ser célibes lo son a costa de muchísimo dolor y sufrimiento. De hecho, muchos buscan tratamiento psicológico y no pocos se suicidan sin haber cometido un solo acto pederasta en toda su vida».

Pobrecitos pedófilos, eh. ¿Es que nadie va a pensar en su bienestar y sus necesidades? ¡Muchos incluso se tiran por un puente sin haber hecho nunca daño a nadie! Una medalla es poco, estatuas ecuestres en las plazas públicas es lo que deberíamos dedicarles por tamaña gesta de NO “ceder a sus impulsos” y abusar de niños. Lamento el sarcasmo y la dramatización sobre un tema que reviste tal gravedad (para las víctimas de pederastia, las auténticas y únicas víctimas en este asunto), pero es que su discurso sesgado y capcioso ha llegado a ser indistinguible de la parodia.

«Un pedófilo célibe no es, por tanto, ningún monstruo», recalca Juan. Y será de las pocas cosas en que atina a decir algo con sentido. De lo que no se da cuenta, es que el pederasta tampoco es ningún monstruo. Tampoco lo son los violadores ni los asesinos de mujeres. Por monstruosos que sean los actos de todos ellos, quienes los cometen son personas y más concretamente hombres (machos adultos de la especie humana) y, desde luego, ningún “pedófilo célibe” es un ser puro e inocente, sino una bomba de relojería. Porque ninguno de ellos es célibe libremente, sino por “decisión propia”, pero tomada bajo la coacción de unas consecuencias potenciales, tanto legales como sociales. La cuestión no es si esas personas van a abusar de menores o no. La única cuestión que se nos plantea es cuándo y de qué forma va a hacerlo.

¿Cuántos de esos “pedófilos virtuosos” (como también se autodenominan, entre otros eufemismos, como “anticontacto” o “no practicantes”) aceptarían que se les proporcione de forma legal e incluso gratuita dicho tipo de artículos repugnantes a sabiendas que al solicitarlo, como contrapartida, van a ser registrados en un listado de vigilancia policial preventiva de sus actividades? No nos engañemos: si tuvieran esa opción continuarían pagando en bitcoins (una criptomoneda que garantiza la privacidad de la transacción) a través de la ‘dark web’ (el área recóndita de internet donde puede adquirirse droga, armas, pornografía y prostitución infantil, mercenarios, etc) y cabe preguntarse por qué, puesto que no tienen nada que esconder. ¿Cuántos de ellos prefieren el total anonimato porque esconden pornografía ilegal en alguna parte? ¿Cuántos de ellos son célibes únicamente porque no se les ha presentado ninguna ocasión para abusar y quedar impunes, pero prefieren no tener los ojos suspicaces de nadie encima por si acaso algún día…?

En ese sentido me pregunto… ¿Dejaría a solas alegremente a una sobrina suya con uno de esos pedófilos célibes cuya existencia tanto defiende el señor Soto Ivars? ¿Hubiera permitido Lars que, siendo bebé, su hija Agnes quedase al cuidado de uno de esos señores a los que concedería una medalla al mérito? Debe ser que nada hay más hipócrita que la distancia emocional con las víctimas.

¿Es posible inducir o evitar la conducta pederasta?

Continúa diciendo en su execrable artículo que «un pedófilo podría comprar uno de esos consoladores y desahogar con él su deseo desviado, de forma que el juguete sería más bien una salvaguardia contra la pederastia que mantendría al pedófilo entretenido con un ser inanimado».

Hace muchos años que cualquiera puede acceder a través de internet a ingentes cantidades de porno gratuito y clasificado por todos los tipos posibles (las características físicas de la mujer, la etnia de los participantes, el tipo de prácticas, etc.) y adquirir toda suerte de juguetes sexuales a un precio relativamente asequible para cualquier bolsillo. ¿Por qué las violaciones a mujeres adultas no sólo no han disminuido, sino que han aumentado en la frecuencia y virulencia? (Por ejemplo, con la popularización de las violaciones grupales, fenómeno donde se ha observado un llamativo descenso de la edad media de los agresores.) ¿El porno y los artículos de sex-shop no deberían haber ejercido un efecto de “salvaguardia” de la mujer adulta?

Quizás tenga algo que ver que la violación a mujeres nunca es una reacción a una necesidad sexual frustrada que, ante la imposibilidad de ser satisfecha de forma aceptable, se canaliza en forma imposición disruptiva, sino un deseo desviado relacionado directamente con la erotización del acto de poder que lleva implícito atentar contra la voluntad y dignidad de otra persona, conjugado con unas profundas ideas y sentimientos misóginos que las convierten a ellas en su blanco predilecto.

Y sucede que esa misma erotización de la relación de poder está presente en el abuso de un niño o niña de forma incluso más explícita y evidente que cuando se viola bajo coacción o amenaza porque, no olvidemos, estamos hablamos de personas extremadamente vulnerables que, en muchos casos no sólo se encuentran privadas de la capacidad material para defenderse del abuso, sino que muchas veces carecen incluso de la capacidad mental para comprender que lo es. Una vagina de plástico nunca va a poder “entretener” a ningún pedófilo para que, a la postre, los menores puedan estar a salvo; por la sencilla razón de que un objeto inanimado nunca podrá suplir esa necesidad de someter y doblegar a otro ser humano a través de un ejercicio de poder desigual. Si acaso, el efecto que puede causar es el de insensibilizar al pederasta potencial al permitirle ahondar en su fantasía enfermiza hasta que un simple juguete sexual deje de ser suficiente y necesite subir al siguiente escalón para suplir la misma emoción que antes satisfacía a través de la simulación.

«No hay pruebas de que un objeto pueda incitar a ella [la pederastia]. De la misma forma que para un heterosexual no es incitación a la homosexualidad el porno gay o la presencia de un consolador con forma fálica, para una persona con un deseo sexual sano nada incitador hay en juguetes sexuales con formas infantiles». «Denunciable sería solo en el caso de que esos objetos promovieran realmente la pederastia, pero no encontraréis una sola prueba de ello».

¿Puedo avalar mi teoría con estudios científicos rigurosos como nos exige Soto Ivars a quienes nos escandalizamos con esta cuestión? No. Lo reconozco. Pero… ¿Y cuántas pruebas nos está aportando él para respaldar sus atrevidas afirmaciones sobre los supuestos efectos beneficiosos de dar libre acceso a los pederastas a juguetes a medida de sus gustos? ¿Qué datos fehacientes y conclusiones irrefutables nos facilita él para demostrar que con ello se contribuirá a reducir las tasas de agresiones pederastas? Pues el caso es que no recuerdo haberlas visto, pero voy a releer… vaya… pues parece que ninguna. Ni una sola. Se ve que es más fácil exigir al adversario que contribuir al debate.

En su lugar, se limita a citar a una supuesta feminista twittera, una tal Loola Pérez, tristemente conocida en RRSS por haberse ganado el aplauso de lo más florido (rancio) y selecto (misógino) del panorama forocochero patrio gracias a artículos antifeministas. Bueno, para ser justos también cita como referente a un señoro (Pablo de Lora) que ha escrito un libro. Uno de esos tantos que hablan desde su púlpito de un “feminismo hegemónico” queriendo vendernos la idea del chiringuito de feminazis frente al cual estaría ese otro feminismo “bueno”, disidente de la corriente principal, pero minoritario. Lamento decirte, Pablo, que es justo al revés. El “feminismo” que ha logrado introducirse en las instituciones y que está controlando las principales asociaciones como la Plataforma8M o COGAM es el liberal: el partidario de regular la prostitución, de legalizar los vientres de alquiler, etc.

Pero vayamos a la raíz: quizás (y sin duda en ocasiones de forma deliberada), existe demasiada confusión entre lo “no elegido” y lo innato. Puede que un pedófilo no haya elegido (como tal acto de elección deliberada y consciente) sentir atracción por menores de edad. Pero eso es muy diferente que afirmar que, incluso antes de nacer, estaba “programado” para sentir esa pulsión sexual desviada. Lo segundo no es más que un burdo intento de naturalizar la parafilia que padece y que, como todas las demás (zoofilia, coprofilia, necrofilia, etc.), tiene componentes eminentemente ambientales; es decir: son fruto de la socialización y las experiencias, especialmente las vividas en la edad temprana.

Y es importante porque, aún en ausencia de pruebas capaces de refutar la teoría en uno u otro sentido, seguimos pudiendo hacer un análisis del fenómeno desde un punto de vista sociológico. ¿Acaso los deseos patológicos no están influenciados por la educación?

Es decir, no se trata ya de si dichos objetos tienen (por sí mismos) el poder de evitar o inducir a la conducta pederasta sino de si la mera posibilidad de adquirirlos tranquilamente en Amazon puede contribuir a crear un clima social de normalización del hecho de masturbarse con juguetes que simulan ser niñas. En caso afirmativo cabe preguntarse si dicha normalización podría crear un relato social legitimador que contribuya indirectamente a que un mayor número de pedófilos pasen al siguiente nivel al sentirse validados en lugar de despertar animadversión, repugnancia y señalamiento.

¿Qué vendrá después?

Pongamos por caso que corre el año 2035 y, como sociedad, ya hemos consentido que su perversión sea definida como una orientación sexual “igual que cualquiera otra”. Imaginemos que la tesis de que esos repulsivos juguetes les mantienen entretenidos ha calado tanto que ya pueden compraros incluso en tiendas físicas de cualquier ciudad. Pensemos por un momento que socialmente han dejado de ser señalados y mirados con asco genuino para ser vistos como seres humanos que sufren mucho e incluso merecen un reconocimiento por sus sacrificios. ¿Estarán satisfechos los pedófilos entonces?

Mucho me temo que no y me siento en la responsabilidad de llamar iluso a todo aquel que opine lo contrario. A día de hoy, los pedófilos se están rebautizando a sí mismos como MAPs (Minor-attracted person) que, lógicamente, suena así como mucho más neutral e inofensivo y, con su propia bandera y distintivos llevan tiempo tratando de introducir la inicial ‘M’ o ‘P’ de ‘Pedo’ en cualquier parte de esa sopa de letras en que se ha convertido el paraguas del “LGTBIAQ+ETC puntos suspensivos”. ¿Y qué se supone que pintarían allí? Sencillo, allí es donde últimamente se están aglutinando todos los colectivos que son y/o se “sienten” discriminados para hacer… ¡tachan!… sus reivindicaciones.

¿Y es lógico, no? A estas alturas la idea que venderían no es la de ser víctimas de sus propios impulsos, sino ser víctimas de la sociedad; injustamente denigrados por sus preferencias sexuales que es algo que, al fin y al cabo, está expresamente prohibido por las leyes y la carta de los Derechos Humanos. Tendría sentido, por tanto, que ellos también tuvieran algo que decir y solicitar amparados bajo ese paraguas de tolerancia y diversidad que es la bandera arcoíris, ¿no es cierto?

¿Y qué es lo que reclaman? Nada, poca cosa: sólo acabar con las leyes de protección infantil contra el abuso sexual. No exagero. Desde 1998 cada 24 de junio celebran lo que ellos denominan “Día del Orgullo Pedófilo” en que reivindican poder tener relaciones sexuales “consensuadas” con menores de edad. Dicho en pocas palabras: legalizar le pederastia. El mismo objetivo que defiende el Partido de la Caridad, la Libertad y la Diversidad que desde su fundación en 2006 concurriría legalmente a las elecciones de los Países Bajos. ​Y si las relaciones con niños pasasen a ser válidas bajo la premisa de que ellos las consienten, ¿qué ocurriría con la pornografía infantil? Quedaría automáticamente legalizada de facto, como es lógico.

Sólo cuando conoces cómo funcionan los “no-monstruos” es cuando comprendes que su retorcida retórica no es más que la cortina de humo tras la que inevitablemente vendrá una consecuencia completamente lógica: la aspiración de poder sublimar y consumar sus deseos desviados presentándolos como una forma de sexualidad atípica, subversiva, rebelde, que desafía los moldes tradicionales. Según su relato, el único motivo por el que las leyes no permiten que se puedan tener relaciones libremente con menores en la actualidad es debido al puritanismo herencia de la sociedad judeocristiana y la hipocresía propia de la moral victoriana que establece unos límites “innecesarios”. Algo así como el límite de velocidad de 120Km/h en las autopistas, que fue fijado en un contexto previo al de los actuales avances tecnológicos que permitirían circular a velocidades superiores en condiciones de seguridad. Así pues, sería preciso algo así como una nueva “liberación sexual” que, entre otras cosas, debería permitir a los niños y niñas tener sexo con mayores, si así lo desean. Por supuesto, todo lo que hacen no es buscando su propio beneficio, claro que no; ellos sólo luchan por la libertad de esos pobres críos y crías. De hecho, si escuchan alguna vez a pederastas justificándose siempre verán que son ellos los seducidos. “No fui yo, señoría, fue el crío quien me atrajo hacia sí de forma lujuriosa. Yo traté de resistirme, pero no soy de piedra y, de hecho, eso pequeño maldito me utilizó para conseguir de mí todo lo que quiso y después me dejó tirado”.

Su negacionismo no conoce límites, de hecho, adquiere tintes de auténtica obscenidad, como puede apreciarse aquí claramente: «Varios activistas han discutido que los resultados negativos atribuidos a las relaciones sexuales adulto-niño se pueden explicar mejor generalmente por otros factores, tales como el ambiente o un incesto en la familia. Según estos, “los actos por sí mismos no dañan a nadie; el impacto emocional y el daño psicológico vienen de las influencias “después del hecho”, tales como el asesoramiento, la terapia, etc., que procuran crear artificialmente “una víctima” y “un autor” donde no existen ni unos ni otros”» (Riegel, 2000, pp. 21. Extraído de Wikipedia).

Es decir, no sólo están negando que la pederastia cause impacto negativo alguno a los niños con los que mantienen relaciones, sino que tienen la desfachatez de trasladar la culpa de este daño a quienes “problematizamos” sus abusos porque estamos “estigmatizando” socialmente al menor como una víctima. ¿Es posible ser más miserable? (Y, por cierto, ¿no recuerda mucho esta línea argumental a la empleada por los regulacionistas de la prostitución como expresión de la libertad individual elegida voluntariamente?)

¿Podemos pararlos?

En cualquier caso, una cosa sí es segura: frente al ‘rebranding’ de la marca pedófilo y el consiguiente intento de lavado de cara de su imagen pública y posterior blanqueamiento de sus delitos… nos tendrán enfrente.

Nunca olviden que las cucarachas se cuelan por entre las grietas. Debemos abandonar hoy mismo el silencio, la neutralidad y la inacción y empezar a fumigar a estos parásitos y a todo aquel aliado que intente proporcionar el calor y humedad que necesitan para proliferar. Porque, si es que aún estamos a tiempo de detenerlos, en caso contrario acabaremos teniendo una infestación y quienes la sufrirán de lleno en esta ocasión serán las personas más vulnerables de todas: nuestras pequeñas y pequeños.

Recursos Útiles:

  1. NUNCA descargues o captures el material pederasta en tu dispositivo (¡Es delito! Aunque tu intención sea la de aportar pruebas por si desaparece luego).
  2. NO des difusión a estos contenidos (por mucho escándalo que te produzcan) ni los denuncies dentro de la propia plataforma donde están albergados (facebook, twitter, etc) ya que suelen limitarse a borrar el contenido problemático sin reportarlo a las autoridades, dificultando así la investigación criminal.
  3. Denuncia ante las autoridades: denuncias.pornografia.infantil@policia.es

Más información: Qué hacer y cómo denunciar si encuentro pedofilia en internet.

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