¿Qué es la tasa rosa? Es el coste adicional de los productos cuando son destinados a las mujeres, especialmente si son idénticos a los destinados a los hombres. Su funcionalidad es la misma, sólo les diferencia el público objetivo: diferente diseño (el color rosa impera en los artículos de higiene, ropa y calzado), diferente sección, precio más elevado. No lo confundas con el IVA de los productos de higiene menstrual: compresas, tampones, copas menstruales, etc. a los que se aplica un 10% (impuesto reducido, como los hoteles, restaurantes o transportes) en lugar del 4% que deberían llevar, que es el IVA superreducido para los artículos de primera necesidad. Somos más de la mitad de la población mundial y menstruamos todos los meses, no hay duda de que se trata de una necesidad básica. ¿Y qué pasa con el resto de productos y servicios, con los que no son de higiene menstrual?
Cuando compras una cuchilla de afeitar -el ejemplo más habitual- o una camiseta te sale más cara si la eliges en la “sección de mujer”: lleva aplicada la tasa rosa. A no ser que te detengas a comparar precios, no te das ni cuenta. Coges el producto que es “para ti” y te diriges a la caja a pagarlo. Tu ticket de la compra es bastante más caro si lo haces así que si, por el contrario, seleccionas los mismos productos en la “sección de hombre”. Los estudios hablan de hasta un 7% de diferencia. Salimos perdiendo hasta cuando vamos al supermercado. Y no sólo al supermercado. Los productos y servicios en los que se ha detectado esta diferencia de precio, la que llamamos tasa rosa, los puedes encontrar en los estantes de dietética, perfumería, videojuegos, juguetes, deportes, telefonía, productos para bebés, peluquerías y hasta seguros.
A quién afecta la tasa rosa
¿A qué se debe esa diferencia de hasta un 7% de precio? ¿Por qué te cobran más por tu seguro que a un hombre? ¿Por qué pagas más por un perfume, un teléfono, un chupete o un corte de pelo? ¿El color rosa que le aplican a todo es más caro de producir que los demás colores? No tiene ninguna lógica ni sentido, más que lo de siempre: el sistema patriarcal se beneficia de nosotras. Y como el capitalismo en que vivimos está articulado por grupos empresariales dirigidos por hombres, en muchos casos machistas y misóginos, a ellos no les supone ningún problema que nosotras paguemos 6’45€ por 3 cuchillas de afeitar desechables (rosas, por supuesto) mientras que las suyas cuestan 6’35€ un envase de 5. No les duele el bolsillo, todo son beneficios.
¿Todo? ¿Serán estos señores realmente conscientes de dónde sale el dinero con el que se pagan estos productos y servicios? Si tenemos en cuenta el techo de cristal y la desigualdad de salarios entre hombres y mujeres, nos queda clarísimo que nuestro poder adquisitivo es inferior al suyo. Viviendo en pareja o en familia, por lo general, las compras se hacen en común. No se paga cada uno lo suyo. Si los precios de “nuestros” productos y servicios son más caros que los de los suyos, pero a la hora de abonarlos se hace con parte de su salario… ¿quién está pagando realmente la tasa rosa? En muchos casos, los mismos que lloran y patalean cada vez que denunciamos su existencia: ellos. Vosotros. Pagáis de más por los artículos de las mujeres con las que cohabitáis sólo porque son rosas. Porque llevan lacitos, puntillas, imágenes de princesas o envases tan llamativos como las luces de una feria. El machismo os afecta a todos los niveles y no lo veis, hombres.
Quienes salimos aún peor paradas a este respecto somos quienes vivimos solas o con otras mujeres. Además de cobrar menos por el mismo trabajo, pagamos más por los mismos productos. Fíjate en nosotras cuando vayas a la compra: miramos los precios y las etiquetas con lupa, huimos de la “sección de mujeres” como alma que lleva el diablo y, aún así, por algún lado nos cae parte de la tasa rosa porque es inevitable. Está en todo. Yo no puedo ir a una peluquería y pedir el precio de un corte de pelo de hombre (mucho más económico que uno de mujer) porque haría cortocircuitar a quien me atienda. Es decir, puedo hacerlo, pero voy a tardar tanto en dar explicaciones y es tan alta la probabilidad de que me cobren el precio caro o me inviten a irme, que ni lo intento. Tampoco pude regatear el seguro de mi coche, cuando lo tuve. Era más caro porque soy mujer. Mi pareja de entonces, hombre, había comprado un coche en las mismas fechas que yo. Él pagaba menos. Misma aseguradora, casi mismo vehículo, mismos años de carnet. Yo no llevaba las gafas violetas entonces, pero no entendía la diferencia y nadie me la supo explicar.
Qué hacen las autoridades al respecto
Aunque desde el Gobierno han anunciado en repetidas ocasiones su intención de acabar con esta desigualdad y aplicar el IVA superreducido a los artículos de higiene menstrual y los mismos precios al resto de artículos, sean destinados a quien sean, lo cierto es que todavía no han hecho nada al respecto y no parece que vayan a hacerlo próximamente. Por otro lado, una bajada del IVA no siempre implica una bajada de precio, como ya se ha visto en el caso de las entradas de cine, cuando en 2018 bajaron del 21% al 10%, pero siguieron costando lo mismo a los espectadores.
Asociaciones de consumidores como Facua ya han denunciado este hecho. De poco ha servido, pues fabricantes y comerciantes hacen oídos sordos. La falacia en la que se apoyan las agencias de marketing de que nosotras preferimos más un determinado diseño porque nos sentimos identificadas con ello no es más que otra forma de meternos el género con calzador. Incluso si así fuera, ese supuesto diseño con el que nos identificamos no justifica la disparidad de precios. ¿O es que la persona que diseña un bolígrafo con purpurina cobra más por su trabajo que quien diseña uno negro y sobrio, o uno con dibujos de animales? ¿A dónde va a parar ese dinero que pagamos de más cuando adquirimos productos diseñados «para mujeres»?
Como en todo lo relacionado con el machismo, el principal problema de esta desigualdad es que no somos realmente conscientes de ella. A menudo, confundimos la tasa rosa con el impuesto de los productos de higiene menstrual (que, como digo, debería ser reducido al 4%). Y eso, si es que tenemos noción de lo que son ambas cosas. Debemos aprender a diferenciarlos, a ser conscientes de ambos abusos y a denunciarlos. O, cuando menos, elegir lo que compramos disponiendo de toda la información al respecto. Confío en que llegue el día que no haga falta denunciar la tasa rosa. Es más, que ya nadie recuerde qué era la tasa rosa. Hasta entonces, sigo mirando de soslayo cada anuncio que hace el Gobierno de turno con respecto a todo lo relacionado con nosotras: mientras los cambios no sean un hecho, las palabras son humo y se las lleva el viento.