El amor de usar y tirar

Vivimos en una época en la que todo es de usar y tirar: la ropa, los utensilios, la cultura e, incluso, las relaciones. En plena era de la inmediatez lo queremos todo aquí, ahora, a estrenar y, por supuesto, para descartar una vez consumido. Ésa es la palabra clave: consumir. Consumimos sin disfrutar, sin ganas, sin interés, sólo porque está de moda, porque nos lo venden así, por seguir a las masas o por alimentar nuestro feed en las redes sociales y no quedarnos atrás con respecto a las demás personas. Devoramos series a las que no prestamos atención, nos ponemos una camiseta tras otra sin detenernos a pensar en cómo ha llegado a nuestras manos… compramos, consumimos, descartamos incesantemente. Lo más lamentable de esta mentalidad es que también la aplicamos a nuestras relaciones: consumimos personas a velocidad de vértigo y sin tener en cuenta cuántos cadáveres dejamos a nuestro paso. Somos protagonistas de esta época (lamentablemente) dorada del amor de usar y tirar. El amor líquido.

Y digo amor por ponerle un nombre que puedes identificar. Evidentemente, no es amor. Es una falsa necesidad de estar continuamente activa, siempre haciendo algo: trabajas, te ocupas de la casa, tu ocio ha de ser bien visible (apto para ser compartido online) y, para no quedarte en el sofá cuando realmente te apetece, consumes personas. Porque saber estar sola y disfrutarlo no es una opción, eso es de perdedoras. Tienes que tener pareja o, cuando menos, amantes. Te lo han vendido como amor, pero es otra forma de capitalismo: ninguna hora de tu día ha de quedar exenta de actividad.

Aún recuerdo cuando trabajaba en el epicentro gay de este país y tanto mis compañeros de trabajo como los clientes del negocio me hablaban de la recién estrenada aplicación para móviles Grindr (por si no la conoces fue la pionera, la primera app para geolocalizar hombres gays afines a tus gustos y necesidades). Les escuchaba con una mezcla de asombro, incredulidad y asco por partes iguales. Con un par de clics encontraban a otros hombres a quienes se llevaban a la cama sin tan siquiera preguntarles el nombre. Uno, otro, otro… Algunos días incluso ellos mismos perdían la cuenta. Como quien colecciona cromos o figuritas, ellos coleccionaban polvos.

Ojo, que no digo aquí que me parezca mal follar con dos o con doscientos (he dicho “con” y no “a” con toda mi intención – el lenguaje importa mucho). Lo que no me parece normal, ni en aquella época ni ahora, es tratar a las personas como objetos, como bienes consumibles, como cosas desechables.

Años después y ya con la existencia de las demás apps (Tinder, POF, eDarling, Meetic, Badoo, Adoptauntío, Loovo, Bumble, Wapa, etc.) he sido yo quien las ha probado. Hoy en día es habitual llevar instalada al menos una de ellas. Te sonará la historia: me resistía, mis amigas me insistieron, me hablaron de parejas estables que se habían conocido así, me aburría y terminé por ponerlas. En un momento que llegué a denominar “experimento social” tuve 7 de ellas al mismo tiempo – con resultados esperables: las mismas personas en todas las aplicaciones, aunque, curiosamente, ellos cambiaban sus nombres y descripciones en cada aplicación manteniendo su foto de perfil. No te voy a contar nada que no sepas ya pero, por si acaso, haré un repasito de lo que encontré: hombres casados que no se cortaban en decirlo, hombres casados a los que te costaba más sacarles esa información, aquellos que te hablaban de relaciones abiertas (tremendo invento machista para normalizar la poligamia de siempre), fotografías de modelos sacadas de internet, datos personales falsos, parejas en busca de tríos, escasísimas mujeres… A este respecto, añado algo que me resultó de lo más desconcertante: habiendo instalado aplicaciones que se suponían exclusivamente para mujeres, encontré que la mayor parte de los perfiles eran hombres solicitando fotos desnudas u orgías y, también, adolescentes y jovencitos que estaban ahí por el morbo.

Te puedo resumir mis experiencias como te las puede resumir cualquier mujer de tu entorno que haya hecho uso de esta tecnología: la realidad no se parece en nada a la ficción y la sensación que tienes, tanto si quedas con ellos como si no sales de la pantalla, es siempre la de estar en espera, en el cajón del “por si acaso” mientras rastrean incesantemente buscando a otra que les apetezca más por cualquier motivo. Eres sustituible, desechable, prescindible. No les importas. Sólo quieren consumir cuerpos. De hecho, la frase estrella con la que abren todas las conversaciones es una de éstas: “¿follamos o qué?” (cuánta delicadeza), “¿me mandas nudes?”, “¿no querrás un trío jejeje?”. Ni siquiera voy a pormenorizar el tema de las fotopollas no deseadas. Pasé más tiempo denunciando perfiles que entablando conversaciones.

Incluso si aceptas que ésta es la realidad, que el futuro era esto, que las relaciones sociales y, muy particularmente, las sentimentales van a ser así (o peor) y tienes que aprender a lidiar con ello, ¿no te parece que falla algo? Exacto. Esto sigue sin ser amor. Es sexo rápido, gratis (a ellos les sale gratis; te garantizo que, casi sin excepciones, hace milenios que no pisan una farmacia para comprar condones) y sin compromiso.

Eso es lo que falta hoy en día: compromiso, interés, cuidados, atención, respeto. Faltan sentimientos. Y, por supuesto, amor. Porque no se busca amor, ni en internet ni en la barra de un bar. Se busca inmediatez, se busca tapar vacíos, poner parches a las carencias… y volver a sentir ese agujero en el pecho a la mañana siguiente. Me produce mucha tristeza saber que le vamos a dejar este legado a quienes vienen detrás y que, para no variar, las más perjudicadas somos nosotras. Ellos, en base a mi experiencia y a las muchas que me han contado, se limitan a hacer lo que han hecho hasta ahora: como mucho, mantener una pareja medio estable que se ocupa de la casa y los cuidados familiares mientras pasan de cama en cama sin ninguna preocupación al respecto. Sólo que ahora lo tienen muchísimo más fácil porque todo es tan sencillo como follarse a una desconocida (sí, aquí digo “a” y no “con”, el matiz es importante) al mismo tiempo que contactan con otra media docena y llegan a casa a tiempo de sentarse a mesa puesta y contarle a su mujer lo dura que ha sido la jornada laboral. Como me dijo una vez una mujer muy sabia, “es la misma mierda con distinto lazo”.

Hemos convertido las relaciones amorosas en una parte más del mercado. Hemos pasado del amor para toda la vida al amor de usar y tirar, cual vaso de cartón. En tu mano está cambiar esto. No digo que no utilices apps, no digo que no tengas citas ni que te aísles del mundo, pero sí te invito a aprender a estar sola, a disfrutar de ti misma y de tu tiempo, a establecer y mantener relaciones de calidad, relaciones en las que primen los cuidados, el interés, el cariño, el respeto, el amor. Relaciones a fuego lento, de igual a igual, mirando a los ojos, dedicando tiempo a conocerse. Falta educación emocional y sobran prisas. Hagamos algo por darle la vuelta.

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