¿Y si te digo que la reproducción asistida, la donación de óvulos y el alquiler de úteros tienen más en común de lo que piensas? ¿Que en todos esos procesos al menos una mujer, si no más, sufre alteraciones en los ritmos naturales de su cuerpo, recibiendo dosis extra de hormonas, por el mero deseo (que no derecho) de traer una nueva criatura al mundo? ¿Me creerías si te cuento que mi deseo de ser madre me llevó directa a plantearme alternativas que implicaban el sufrimiento innecesario de otras mujeres?
Hubo un tiempo en que estuve tan metida en la rueda del capitalismo que cumplía con todos los requisitos establecidos: trabajo, piso, pareja (hombre), vacaciones remuneradas, incluso mascotas. Lo único que no tenía era descendencia. Y a ello que nos pusimos. Dado mi personal periplo por “el mundo de la maternidad” tengo experiencia suficiente como para venir a contarte aquello de lo que nadie te habla sobre la gestación subrogada o, como prefiero llamarlo, el alquiler de úteros.
¿Qué tiene que ver que yo quisiera ser madre con el alquiler de úteros? Bueno… En aquella época el feminismo estaba muy lejos de mí y, en un momento dado, llegué a plantearme la ovodonación, sin ser consciente de que todos los tratamientos de fertilidad, así como también el alquiler de úteros, comparten lo siguiente: la hormonación en exceso de la mujer para regular sus ciclos y controlar artificialmente todo lo que ocurre en su cuerpo durante estos procesos médicos, con sus consecuentes efectos secundarios. En el caso de los mal llamados «vientres de alquiler» se suma el agravante de que la mujer que lleva a cabo ese embarazo no se va a quedar con la criatura, se la quitarán en cuanto nazca, contrato mediante. Ahora ya sé que estaba en un error. La donación de óvulos no es ningún juego. La gestación subrogada (precioso eufemismo les ha quedado a los machistas del mundo), tampoco. Son intervenciones invasivas con una larga lista de efectos secundarios de los que no hablan porque, evidentemente, eso no vende. Un embarazo conlleva riesgos. Muchos. No te los explican cuando llegas a la consulta para decir que quieres ser madre. Y los partos siguen sujetos a la violencia obstétrica de la que no conseguimos deshacernos. Gestar y parir es un riesgo, hacerlo para otras personas es absolutamente innecesario.
Pero, antes de continuar, déjame poner orden.
Yo tenía 30 años cuando decidimos ampliar la familia. Un año después de empezar a buscarlo mi doctora de cabecera de entonces me derivó al especialista con carácter urgente porque las demoras eran largas y el tiempo corría en mi contra. Y aún con ese “carácter urgente” tardaron meses en atendernos en el hospital. En total hubo tres tratamientos de inseminación artificial (IA) y dos de fecundación in vitro (FIV), todo esto por la seguridad social. Tres años de idas y venidas para cinco tratamientos. Las demoras eran desesperantes. Un tratamiento completo dura poco más de un mes, pero había larga lista de espera. La atención psicológica no existía. Tras esos tres años de seguridad social infinitos, llenos de lágrimas, teniendo que dar explicaciones por las continuas faltas al trabajo para los continuos análisis de sangre, chequeos, revisiones, ingresos, quirófanos, etc. decidimos ahorrar e “invertir” en una clínica privada. La mejor que encontrásemos. Bueno… dimos con una que prefiero olvidar. Y con otra, gestionada enteramente por mujeres (en aquella época) que fue mi salvación. No porque consiguieran el deseado embarazo, que no lo hicieron, sino porque al fin alguien estaba dispuesto a explicarnos las cosas. Y, sobre todo, hacerlo con empatía, paciencia, cariño y respeto. Claro, a cambio de una pasta gansa.
Seguí pasando por exhaustivas pruebas (para completar todo aquello a lo que la sanidad pública no daba cobertura) y así, al cuarto año de intentarlo con ayuda de la medicina, pasé por la última FIV. Tras el fracaso, nos hablaron de ovodonación. Nos lo pintaron precioso, “nadie se iba a enterar de que el bebé no era mío”, buscarían a una donante físicamente similar a mí, harían todo lo posible, blablablá. ¿El inconveniente? El exageradísimo dineral que nos pedían porque nosotros pagábamos mi tratamiento y el de la donante (luego supe que ellas también pagan íntegra su parte si deciden retirarse antes de terminarlo, sin llevar a cabo todo el proceso). La banca nunca pierde, ¿cierto?
Estuvimos tentados. Era nuestro sueño dorado… pero, ¿lo era?
Lo pensé, lo pensé mucho. Me senté conmigo misma durante muchos días y muchas noches. Yo llevaba ya la friolera de seis tratamientos, había cambiado de medicamentos como quien cambia de calcetines, había metido de todo en mi cuerpo, especialmente hormonas. Había vivido y padecido los efectos secundarios (algunos, devastadores), de los que tampoco te informan antes de empezar. ¿Quería yo eso para otras mujeres? Pincharte cada día a la misma hora durante semanas en la tripa, a la altura de los ovarios. Comienzas con un medicamento y, a medida que avanzan los días, pasas a dos o a tres. Hasta que llega el día D y la hora H (marcados por ese ciclo completamente artificial y medido) y te pones la última dosis. A la vez que esto pasa, te sacan sangre en días alternos para ver tu evolución. Tu tripa se va inflando, estás generando una cantidad elevada de ovocitos que luego serán óvulos que, con mucha suerte, llegarán a ser fecundados y, con mucha más suerte, los gestarás (tú o la mujer receptora) una vez te los implanten.
En una IA te inseminan de manera artificial tras haber pasado por toda la hormonación. Es incómodo, pero soportable. En una FIV te extraen los óvulos, los inseminan fuera de ti y luego te los implantan. Pasas por dos procesos muy incómodos que requieren, además, anestesia. Tu cuerpo se hincha, tira, duele, se hace pesado, la tripa se te llena de hematomas a consecuencia de las agujas, te cansas, se te hace eterno y a todo eso le sumas los efectos del cóctel de hormonas que llevas encima: tan pronto estás enfadada como contenta, triste, eufórica, apática, abatida, inapetente, vorazmente hambrienta, somnolienta, insomne, sientes náuseas, sientes las molestias de la menstruación… una maravilla, como puedes imaginar. Poco más de un mes experimentando todo esto para, si finalmente el embarazo no progresa, seguir experimentándolo un montón de semanas más. Muchas. Demasiadas.
¿Iba a querer yo eso para otras mujeres? ¿Iba a ser tan egoísta como para permitir que otras mujeres, mucho más jóvenes que yo, sufrieran todo eso para que yo, si todo iba bien, trajese al mundo una vida nueva gracias a sus óvulos? ¿A cambio de qué, de cuatro cochinos euros que les salvase el mes? No, no lo quería. No lo quise. Me retiré a tiempo. Pensé en ello durante mucho tiempo después. Sigo pensando en ello y ya han pasado un buen puñado de años. El alquiler de úteros implica pasar por todo este proceso que he descrito y, además, llevar a término un embarazo, con todo lo que eso conlleva.
Me declaro en contra de la donación de óvulos. Me declaro en contra del alquiler de úteros. Me declaro en contra de hacer sufrir a las mujeres más de lo que ya sufrimos sólo por ser mujeres. Me niego a que otras mujeres padezcan lo que yo padecí o peor, sólo por mi capricho de ser madre, de que el bebé llevase mis genes. No olvidemos que ser madre (o padre) es un deseo, no un derecho. No puedo estar a favor de que parejas infértiles, parejas de gays o niñas ricas que no quieren sufrir los riesgos del embarazo ni “perder la figura” sometan a otras mujeres a tanto sufrimiento y alteraciones de la salud a cambio de dinero. Ni a cambio de nada. Con la salud no se juega. Si aún tienes dudas, pásate por esta entrevista al dueño de una clínica de alquiler de úteros, se te van a despejar de golpe. O por esta otra entrevista a la periodista Júlia Bacardit, que explica estos tratamientos con mucha claridad.
No olvidemos que hay cientos de miles de criaturas desamparadas en el mundo, huérfanas, necesitadas de amor y de un buen soporte con el que crecer. Luchemos para que los trámites de adopción sean ágiles, sencillos y rápidos. Para que sean aptos para todos los bolsillos. Luchemos para que se reduzcan las esperas y que todos esos pequeños salgan de los orfanatos lo antes posible. Ahí es donde tenemos que poner el foco.
Las cifras:
Sin tener en cuenta la edad, la tasa de éxito de embarazo de manera natural es del 26%. A medida que la mujer cumple años, ese porcentaje disminuye, suponiendo una mujer sana. Diferentes patologías pueden reducir aún más este número.
La tasa de éxito de la IA es del 45% acumulado tras tres intentos. Es decir, el primer intento tiene una tasa de un 16%, el segundo llega al 30% y el tercero puede llegar al 45%.
La de la FIV es del 64% acumulado tras dos intentos. Alrededor del 53% si es uno solo.
Estas cifras disminuyen a medida que aumenta la edad de la mujer. Cuanto más baja es la tasa, más intentos se necesitan: más tratamientos agresivos para la salud de la mujer.
Mediante ovodonación la tasa de éxito puede llegar al 99% tras tres tratamientos de este tipo. ¿A qué precio? ¿Cuánto cuesta la salud de las mujeres?
(Datos obtenidos tras consultar las webs de diferentes clínicas privadas de tratamientos de fertilidad).
Pienso igual, todo lo que sea utilización del cuerpo de otra persona, ya sea de una manera descarada como la gestación subrogada o la utilización de sus óvulos o esperma debe ser totalmente prohibido.
Estimada Alma,
Muchas gracias por leernos y comentarnos. Consideramos que la donación de esperma no tiene nada que ver con la donación de óvulos ni, muchísimo menos, con la explotación reproductiva (vientres de alquiler o como quieras llamarlo). El donante de esperma no tiene que someterse a ningún tratamiento de hormonas con el que alterar los ritmos de su organismo ni está expuesto a los muchos y devastadores efectos secundarios de dichos tratamientos.
En cualquier caso, estamos de acuerdo contigo en que las personas no deben ser utilizadas, ni en todo ni en parte, independientemente del fin a que vaya destinado tal «uso».
Deseamos que nos sigas leyendo y comentando.
Nunca quise hacer comparaciones, ni menos con los vientres de alquiler, No obstante, las tres cosas deben ser prohibidas. Mas que nada por temas éticos y psicológicos, ya que un óvulo o un espermatozoide son algo mas que un par de células, y no deberían poderse comprar por 4 duros.
Aunque el proceso de donación de óvulos no fuera una mala experiencia, de igual modo habría que prohibirlo.
Estimada Alma,
Gracias por tu comentario. Esperamos ver pronto llegar el día en que los cuerpos humanos no sean vistos ni tratados como juegos de construcción con piezas intercambiables, ni tampoco como recipientes receptores de los deseos ajenos. Hasta entonces, seguiremos en la lucha.