[Aviso: Si bien este artículo sobre la serie Sky Rojo de Netflix ha sido escrito tratando de evitar spoilers, lógicamente contiene descripciones de ciertas escenas y extractos de diálogos sin los cuales sería imposible realizar un análisis crítico.]
En toda lucha, en todo movimiento social, una de las cosas más importantes (y frecuentemente más infravaloradas) es la capacidad de sus militantes para saber leer con qué momentum cuentan y poder encontrar un equilibrio sostenible. Una mirada demasiado aferrada a la crudeza de la realidad tangible termina conduciendo al inmovilismo o, peor aún, a la asimilación de lo intolerable; por lo que invariablemente carecerá de la capacidad para la transformación. Por otra parte, una mirada tan utópica e imbuida en el “cómo deberían ser las cosas” que llega a desentenderse de la situación de partida, aboca a una desconexión con los límites físicos de su propia potencialidad, y por tanto corre el riesgo de sufrir un agónico desgaste que sólo podrá desembocar en el colapso y la desactivación.
Tiene mucha razón Mabel Lozano cuando afirma que Sky Rojo «es un cómic, una ficción con dosis de testosterona elevadas a la enésima potencia, y cualquier parecido con la realidad de la trata es anecdótica» y su crítica es extensible a cualquier aspecto de la realidad, así: en general. Sin ir más lejos, podemos ver a alguien que ha resultado gravemente herido con el cráneo abierto y medio cuerpo paralizado, salir del hospital a los (literalmente) dos días para robar una ambulancia y ponerse a conducir a ritmo de persecución trepidante. Igualmente, lo cierto es que tampoco pretende ser lo contrario. Las lagunas de guión del tamaño de océanos, las reacciones incomprensibles de varios personajes secundarios y demás incongruencias deberían dejar meridianamente claro al espectador que no está viendo algo creíble sino, efectivamente, una ficción donde el rigor resulta continuamente sacrificado en aras de la fluidez de la narración y la hipérbole.
¿Dónde estamos?
Lo ideal sería que un sábado de madrugada, sin previo aviso y de forma sincronizada, un comando de militares armados con rifles de asalto echase abajo la puerta de todos los macroburdeles de este país y sacase a rastras de los pelos a cada putero medio en pelotas y a cada mujer prostituida envuelta en una manta. Lo suficientemente lejos de ellos para sentirse seguras, pero lo suficientemente cerca para poder reconocer a los trajeados y honorables propietarios del club ser introducidos en un coche patrulla esposados a la espalda. Lo ideal sería que, desde el día siguiente, la policía fuera entrando escalonadamente en cada local de barrio que aún tuviera la valentía de subir la reja, y que la científica se pusiera a investigar el historial de llamadas de todos los teléfonos que aparecen en las páginas de «contactos» y secciones «relax» de los periódicos.
Muy lejos de esa utopía, quizás lo deseable hubiera sido que Netflix apostase por emitir Biografía del cadáver de una mujer, premio Goya al mejor corto documental (disponible en Filmin, lo que significa que, si tenéis carnet de la biblioteca pública, en algunas comunidades podéis verlo gratis como préstamo mediante eFilm). Ahora bien, mi pregunta es: ¿va a pasar algo de eso en un futuro cercano?
Lamento decir que no. Y el motivo es que a pesar de tener el “gobierno más comunista de nuestra historia” (permítanme que me ría) y una ministra que afirma querer abolir la prostitución y que es algo que su Ministerio de Igualdad «tiene en el horizonte», lo cierto es que toda la carne se está poniendo en el asador de la aprobación de una Ley trans que va a suponer el borrado de las mujeres y un retroceso sin precedentes en cuanto a las medidas de protección e inclusión que tantos esfuerzos costaron implementar en la legislación vigente. Por otra parte, el 93% de los españoles consume porno y (en datos que brinda la propia serie) el 40% de los españoles ha pagado por sexo. Somos, de hecho, el primer país europeo en demanda de prostitución y el tercero del mundo, únicamente superados por Tailandia y Puerto Rico. Nadie está haciendo nada frente a esa realidad. Aquí es donde estamos.
Además, a nivel global, el bombardeo mediático promoviendo la ideología neoliberal es incesante. Ya sea en documentales que atribuyen todas las problemáticas de las mujeres prostituidas al estigma social y la carencia de regulación legal (induciendo a pensar que prostitución y trata son dos fenómenos distintos y totalmente independientes) como en ficciones que sí que pretenden ser un fiel reflejo de la realidad de una mayoría de “trabajadoras sexuales”, y en las que se blanquea la explotación sexual con la cantinela sobre lo libre, voluntaria y entusiastamente que han elegido abrazar dicha “profesión” y sus parabienes. De ahí es de donde partimos.
Así que —por comprensible que me parezca— lamento discrepar en esto con Mabel Lozano (a la que respeto y admiro y cuyo encomiable trabajo carece de la difusión y el reconocimiento que se merece) cuando expresa que le «aterra que la gente que no tiene ni idea de qué va esto, que es la mayoría de los chavales que verán la serie, piensen que es la realidad que hay detrás de la prostitución y la trata» pero es que, quizás, sean esos otros los contenidos que más deberíamos temer puedan “confundir a la gente”, y no tanto una serie que, dejando al margen la chusquedad de sus licencias creativas, no por ello deja de poner el dedo en la llaga de una realidad tan incómoda que nadie parece querer ver: la prostitución NO es ningún trabajo, estas mujeres sufren abusos sexuales comparables a las torturas y crímenes de guerra que tanto escándalo generan en la opinión pública:
«Si un soldado metiera su verga en la boca de una mujer hasta hacerla vomitar podría ser denunciado en cualquier país del mundo. Sin embargo, en un club puedes hacerlo por 50€ y nadie dice nada»
Derribando el mito liberal de la libre elección.
Y es que lo cortés no quita lo valiente. Pese a todos los pesares, Sky Rojo realiza una contribución inestimable al feminismo, que no es otra que la de lanzar alto y claro a los hombres un mensaje que debería ser obvio, pero que no lo es en absoluto: la mujer a la que pagas por sexo NO desea que la toques ni experimenta ningún tipo de placer con ello. Si realmente lo quisiera, si le produjese placer, no te cobraría por lo que sucede cuando se cierra la puerta. En el mejor de los casos el contacto sexual al que la estas sometiendo le provoca indiferencia. En el peor… rechazo, cuando no directamente asco. Y ese asco se traslada al espectador en forma de metáfora (extremadamente visual) recién comienza el primer capítulo:
«Yo siempre he sido un poco escrupulosa, así que cuando alguien me pregunta qué significa ser puta le digo: imagínate que no te gusta que te toquen, que ni siquiera te gusta beber agua de la misma botella que otro. Y ahora, imagínate que cada día te metes en la boca el dedo índice de 25 o 30 personas. Dedos de todo tipo: con las uñas largas, cortas, sucias, con las yemas amarillentas, dedos con olor a cebolla o a tabaco o a comida que no sabes distinguir… y los chupas con devoción.»
Y no se queda ahí. Con independencia de que nos guste más o menos el resultado final, el hecho es que, en contra del imaginario colectivo y de los intereses de un lobby poderoso y violento, incluso se atreve a profundizar lo suficiente como para poner el nombre tabú a lo que en realidad le está sucediendo a cada mujer en todo club a cualquier hora del día: violación. Remunerada, pero violación de todos modos. O violaciones, para ser más exactos. Una detrás de otra. Durante todos los días de sus vidas. No es por tanto de extrañar que el 67% sufra trastorno de estrés postraumático (TEPT) y, sin embargo, continúa siendo una realidad deliberadamente invisibilizada que en Sky Rojo se hace explícita sin empaques ni remilgos…
«Todas las guerras dejan secuelas. La de las putas es que dejan de sentir. Los psicólogos lo llaman disociación. Pero no es más que un mecanismo de desconexión para soportar ser folladas una y otra vez por extraños sin sentir miedo, asco o dolor. Cuando no quieres follar, el sexo se convierte en una violación. Sin ternura ni afecto necesitas un cortocircuito interior para soportarlo. Desconectarte. Que todo te dé igual.»
…igual que lo hacen en este otro, donde se pone en relieve que la problemática añadida de la drogadicción entre las mujeres prostituidas no es fruto del ‘vicio’ ni las malas decisiones a nivel individual (tal como dicta el discurso hegemónico) sino una consecuencia directa de la exposición a la realidad diaria de ese supuesto «trabajo», al tiempo que funciona como un mecanismo de anclaje del propio sistema prostituyente (tomo drogas para soportar prostituirme — me prostituyo para poder pagar las drogas que necesito). Un ciclo de retroalimentación de probada eficacia tal que, a menudo, no son otros que los propios puteros y proxenetas quienes les administran las sustancias:
«Cuando un anciano con sobrepeso te está penetrando, el cerebro busca caminos para fugarse. Es una forma de supervivencia. Se llama evasión. La de Gina estaba en el techo, podía superar cualquier repulsión haciendo dibujos infantiles uniendo los puntos una y otra vez. La mía era un poco más destructiva, pero servía para lo mismo: anfetaminas cuando había que subir, opiáceos cuando había que flotar. Esa era mi evasión.»
Tengamos presente que, debido al estigma social asociado al consumo y/o abuso de sustancias, muchas mujeres en esta situación terminan por interiorizar la culpa de su politoxicomanía, creyendo merecerse todos los abusos que sufren, cuando su realidad es tan cruda e inhumana, que lo cierto es que la evasión química llega a suponer una razonable alternativa al suicidio.
Entonces ¿es Sky rojo una serie abolicionista?
Pues no. Parafraseando a Pulp Fiction (cuyo director es un claro referente de la serie) Sky Rojo está a mil jodidas millas de ser abolicionista. Por mucho que sus creadores afirmen haberse documentado e inspirado en el libro de la experta en trata. Así es como se defienden de las críticas sus creadores en una entrevista para Sensacine:
«Utilizamos la comedia y la acción para retratar un drama social muy tremebundo, que ocurre en las cunetas. Es un género arriesgado, de un funambulismo importante, pero es nuestra apuesta para contar algo muy sórdido y dramático de una forma que llegue a los más espectadores posibles. Si nuestra serie sirve para que alguien durante un minuto se pare a pensar por lo que ocurre al otro lado de la carretera, ya habremos conseguido algo» (Álex Pina). «La realidad supera a la ficción siempre. Muchos de los testimonios que hemos escuchado son más parecidos al género del terror. Incluso de las cosas que contamos, hay espectadores o gente que ha leído guiones que nos ha dicho: “¿pero esto es así u os lo habéis inventado?” Es un tema muy desconocido. Es el gran tema del que nadie habla y gracias a que nadie habla de ello sigue funcionando con impunidad. Simplemente que ocupe el debate y la gente hable de ello ya es más de lo que habíamos soñado» (Esther Martínez Lobato).
Al contrario que Mabel (quien afirma «No creo que su objetivo sea poner un granito de arena contra la trata y la explotación humana. En vez de hablar de marcianos hablan de esto. No tiene nada que ver con la realidad, pero tampoco lo buscaban. Le están haciendo un flaco favor a todo esto, pero es que la intención de los creadores no era retratarlo, ni visibilizarlo, ni combatirlo»), yo no voy a desconfiar de su palabra ni de su buena fe. Sin embargo las cosas como son, Álex y Esther: si realmente la intención no era sólo crear un colorido y exitoso tributo a la filmografía de Tarantino salpimentado por la banda sonora de Trainspotting y guiños a Requiem por un sueño, Airbag, etc con el que pasar por caja, sino también sensibilizar de algún modo sobre esta problemática, lo cierto es que habéis hecho: regular tirando a MAL. Lo siento, pero esto es así. Si fuera un «ejercicio de funambulismo» lo cierto es que os hubierais caído de la cuerda, traspasado la red y estrellado contra el suelo. Vuestra serie convierte un dolor incesante en una aventura burbujeante y, desde el equipo de El feminismo de la Reconciliación, tememos y lamentamos que eso pueda herir la sensibilidad y resultar ofensivo e indignante para las mujeres que ejercen, cuya realidad se ha quedado tan lejos de ser representada.
Y es que no es posible hacer crítica social al mismo tiempo que glamourizas la lacra que (se supone) estás denostando. No es posible regocijarse en la exhibición morbosa de la sordidez (como esas filas de mujeres caminando encadenadas por el cuello entre lluvias de confeti o las máscaras de cuero con cremalleras para la boca portadas por mujeres obligadas a caminar a cuatro patas mientras son arrastradas por una correa) sin que el mensaje sobre el que quieres hacer reflexionar se diluya en la superficialidad. Había otras formas de adaptar y hacer accesible las mismas problemáticas sin incurrir en la frivolidad e inundarlo todo bajo la refulgencia del neón. De verdad que era posible (y muy necesario) hacer una historia atractiva para la chavalería sin necesidad de plagiar la estética visual de los videoclips de Rosalía. Por mucho que intentes justificarlo haciéndoles decir que «somos mujeres heridas, vapuleadas, así que a veces hacemos cosas raras que no encajan bien en una vida normal» de verdad que sobraban totalmente escenas como en la que se divierten mojándose unas a otras con agua y jabón en un lavadero de coches, glorificando ese cliché norteamericano tan misógino como es el Bikini Car Wash. Desde el respeto, pero de verdad que resulta en extremo ridículo subrayar el momento en que las tres protagonistas se quitan el maquillaje que el proxeneta les «había impuesto para ser deseadas» mientras los exageradísimos pendientes que lucen se los dejan (literalmente) hasta para dormir durante los 8 capítulos que dura la primera temporada. Y así podríamos seguir. De modo que no. Sky Rojo es una serie que podríamos tildar incluso de machista al nivel que la mayor parte de la industria de creación de contenidos desde el male gaze más puesto hasta las cejas de porno.
Ahora bien, si somos honestos, en algo los creadores de la serie tienen razón: ¿hubieran aprobado los directivos de Netflix un guión sobre el drama de la prostitución en toda su crudeza en lugar de esta quimera edulcorada y hasta podría decirse que rebozada en purpurina? En caso de que les hubiera dado un siroco y se hubiera colado en el catálogo, ¿la hubieran promocionado en las marquesinas de los autobuses de todo el país? Lamento ser yo quien lo diga, pero existe una masa crítica de audiencia que jamás ve contenidos del género documental (menos aún esos que te dejan ‘rayado’ y con mal cuerpo) a los que no es posible llegar si no es mediante una historia atractiva y acorde a sus gustos modelados por el mainstream. De no ser por este casting de chulazos con torso desnudo enseñando tableta al tiempo que hablan con voz suave y rasgada y de cuerpos femeninos supernormativos y ultrasexualizados, ¿cuántos chavales de 20 años (la edad media a la que se inician en la prostitución, y en descenso) la hubieran visto? Por otra parte: Los contenidos como los de Mabel que abordan la cuestión con mucho más rigor ¿dónde pueden verse? No, lo pregunto en serio: desde su estreno en 2018 aún no he sido capaz de ver El proxeneta. Paso corto, mala leche. Y eso conociendo de su existencia y teniendo un deliberado interés por la obra. ¿Cuántas personas van a pinchar para reproducir esta serie sin casi ni proponérselo y se van a tragar unas cuantas bofetadas de realidad?
En conclusión: partiendo de la base de lo que Sky Rojo NO es, soy de la firme opinión de que tampoco podemos quedarnos en el #FlacoFavor, lamiéndonos las heridas por la gran ocasión desperdiciada. Debemos asumir que esto es lo que hay, lo que tenemos y que, por mucho que diste de ser el material de trabajo ideal, es imprescindible poner los pies en la tierra (de puteros) y utilizarlo en su contra y en beneficio de la abolición (sin renunciar por ello a la crítica necesaria). En última instancia ni siquiera importa demasiado cual pudo ser el leitmotiv de Álex y Esther. Involuntariamente o no, el hecho es que nos han brindado recursos útiles para generar polémica y, con ella, debate y reflexión. Y eso es con lo que elijo quedarme. De modo que prosigamos.
Yo no sabía nada.
Una escena que me gustó especialmente es ésta que pone el foco directamente en el mismo núcleo que fue mi idea de partida cuando empecé a escribir Sólo existen dos tipos de putero.
«—Lo-lo-lo siento de veras, Coral, yo no-no sabía que habías pasado por eso.
—¿Y se lo has preguntado alguna vez?
—¿Perdona?
—¿Que si te interesó alguna vez preguntarle a la persona que se pone un arnés y te sodomiza cómo se siente?
—Yo siempre os he tratado con respeto. Si voy al club charlamos, tomamos algo, nos reímos, hacemos lo que hacemos, a veces tenéis orgasmos que que… (ellas se ríen) Yo no tengo la culpa de la vuestro.
—Sí la tenés. Porque pagás por follar. ¿De verdad pensás que lo hacemos libremente, nosotras? ¿De verdad creés que es agradable para mi ponerte vaselina en el culo, que alguien me quiera poner cocaína en la vagina para divertirse? ¿De verdad pensás que lo hacemos libremente? Si no hubiera personas que pagaran por follar, no habría personas como nosotras, secuestradas.»
¿Por qué Alfredo esquiva por dos veces la pregunta de Wendy? Es una pregunta sencilla y de esas que pueden responderse con un simple monosílabo: sí o no. Así que, ¿por qué entonces se hace el sordo la primera vez y la segunda directamente se sale por la tangente?
No olvidemos que, en todo momento, se nos presenta al personaje como el putero majo, gracioso, amable y respetuoso, casi ideal (en el sentido que ni siquiera penetra a las chicas, sino que gusta de lo contrario). Lejos de ser nunca agresivo, es el tipo de putero que las ayuda (aunque sea bajo chantaje de contarle a su mujer sus hábitos nocturnos), el que se muestra empático con ellas cuando le hacen partícipe de su situación. Alfredo es el segundo tipo de putero de mi clasificación: el que no sabía nada… pero tampoco nunca quiso saber. El que si supiera, no podría ir al club porque le atormentaría la conciencia pero, por si acaso, prefiere cerrar los ojos y dar por hecho que esas mujeres hacen todo lo que hacen por voluntad propia, que incluso tienen orgasmos y hasta se divierten junto a él. En resumen, el que elige tragarse la performance de la “puta feliz” (de la que nos habla en esta conferencia la superviviente de trata Amelia Tiganus). El que se autoengaña pensando que él no es cómplice cuando ve en las noticias el drama de alguna víctima de trata. El que cree que él no es un violador. Una ficción conveniente y directamente relacionada con la que, para mí, es la cita más descarnada de la cinta:
«Cuando por fin te enteras de que el club es una ratonera, una cárcel de la que no vas a salir nunca, te das cuenta de que lo peor no es follar: lo peor es tener que reírse»
En la misma categoría encontramos también a nuestro ‘apuesto’ Fernando, la versión castiza de Richard Gere encarnando el consabido mito del putero “enamorado”. Quizás algo menos sofisticado y adinerado que en Pretty Woman, pero con mucho más en común de lo que parece, como puede verse en este representativo diálogo:
«—Pero ¿no decías que querías estar conmigo todo el tiempo? ¿Qué soñabas conmigo?
—Y sueño, pero… pero hay que ir poco a poco.
—En el club no querías ir poco a poco.
—El club es un oasis y la gente va allí a cumplir sus fantasías. Uno tiene la fantasía de que le meen, otro de que le peguen y yo tengo la fantasía de tener… una novia como tú que me está allí esperando, eh, pero… pero como un sueño imposible, ¿sabes?»
Sin duda la utopía de algunos es la distopía de otras y viceversa. Decía Patricia Sornosa en una entrevista para LocoMundo en Movistar+ que «la prueba más evidente de que los prostíbulos son lugares utópicos para muchos hombres es el nombre que les ponen: Bar de copas Paraíso, Sala Edén, Club Oasis, es como wow… Si los nombres a los prostíbulos se los pusieran las mujeres se llamarían de formas totalmente diferentes: se llamarían Bar de copas Depresión Profunda, Sala Trauma o Club Tengo Que Drogarme Para Soportar Esta Mierda».
Pero fantasías aparte, el hecho es que Gina acude a él para pedirle ayuda contándole que están en peligro y necesitan escapar y ¿qué hace él? Violarla diciendo que «se va a encargar de todo» para, acto seguido, exhortarlas a irse de su lujoso complejo hotelero con el fin de no escandalizar a su clientela y dejándolas totalmente expuestas ante los matones que habían ido a buscarlas.
Por suerte, en lugar de acabar casándose como sucedería en la ficción hollywoodiense, Fernando termina muriendo entre terribles sufrimientos disuelto en un bidón de ácido tras acudir al prostíbulo con actitud de potentado para comprarle a Romeo la libertad de su «amada». ¿Porque le importa ella un comino? No. De forma no solicitada y únicamente después de haber tenido tiempo para reflexionar sobre la perspectiva de ser padre. Yo personalmente a eso lo llamaría justicia poética.
¿A quién le importa?
La otra clase de putero en la clasificación de mi artículo, era el que sabe perfectamente que ellas no desean sexo y que les asquea todo lo que se ven obligadas a hacer… pero al que le da exactamente igual. Hablamos de un hombre profundamente resentido con las mujeres, ultramisógino y que no disfruta tanto del sexo per se, como del hecho de humillarlas y someter la voluntad de las mujeres en general y de las prostituidas en particular. Lo vemos representado en este fragmento con una claridad sobrecogedora:
«Llevo toda la vida huyendo. Pero no se puede escapar. Es una rueda y estamos dándole vueltas como si fuéramos ratones. Un día un tipo me quiso mear encima y yo le dije que no. Y se rió en mi cara. Me dijo que le iba a suplicar que me meara encima, que se lo iba a pedir… por favor. Cuando llegó a los 1.500€ me dijo, ¿lo recojo o me vas a pedir algo? Le supliqué que me meara encima. Ni siquiera puedes decir que no. Es… una rueda. No puedes escapar del club porque tienes una deuda. No puedes escapar de la deuda porque tienes una amenaza. Y no puedes escapar de la amenaza porque… tienes una familia.»
No en vano (y ya sean reales o fingidos), en las páginas porno hay una categoría especifica de vídeos donde un hombre aborda a mujeres presuntamente al azar en la vía pública y les ofrece cantidades significativas de dinero a cambio de cosas «sencillas» como mostrar sus pechos unos segundos a la cámara para, posteriormente, ir subiendo el listón de las peticiones y engordando la cifra hasta que finalmente acceden a realizar felaciones o dejarse hacer cosas que, en un primer momento, habían rechazado de plano e incluso con manifiesta indignación. Conseguir que sean ellas mismas quienes traicionen su moral sexual o sus principios a través de la ambición o, en general, conseguir de cualquier modo quebrar la negativa al sexo de las mujeres es, de hecho, una fantasía tipicamente masculina que tiene un único propósito ulterior: ahondar el consabido mito machista del «todas putas» que bien podríamos iconificar mediante el famoso chascarrillo de Groucho Marx: «Señorita, ¿se acostaría usted conmigo por un millón de dólares? Por supuesto. ¿Y por un dolar? Qué se cree usted que soy. Eso ya ha quedado claro, ahora estamos negociando el precio».
Como es lógico, a nivel cuantitativo, los puteros de este talle son menos abundantes que los anteriores pero también resultan mucho más peligrosos para la integridad de las mujeres prostituidas. Y es que la mayoría de los hombres con dicho perfil no pueden permitirse elegir tres chicas para, a continuación, poner un maletín lleno de billetes sobre el mostrador exigendo «toda la noche» con tono autoritario pero, lo importante, es que les encantaría poder hacerlo. Y cuando su resentimiento no encuentra salida por las buenas, fácilmente lo hará por las malas, reconvertido en violencia si es rechazado. Esta realidad (lamentablemente más habitual de lo que se piensa) adquiere representación en la escena en que Wendy es violada por la fuerza cuando va al baño del local en el que han parado para beber, divertirse y planificar su huida:
«—Wendy, ¿tú estás bien? Dime la verdad, a ti te pasó algo en el baño, ¿verdad?
—Nada nuevo, Gina. Entró un tipo. Me dijo que se la chupara. Le dije que no. Porque ya no soy puta. Esperé… toda mi vida… poder decir que NO… a algo. Y cuando por fin lo voy a hacer, ¿sabés lo que pasó? Nada. No pasó nada. Siguió todo igual. Se ve que esa palabra mágica no funciona siempre. O que funciona para algunos nada más.
—Claro que funciona. Y si no, hacemos que funcione nosotras mismas. ¿Sabes qué vamos a hacer? Cuando terminemos toda esta mierda vamos a volver al bar, y vamos a hacerle entender a ese hijo de puta que “no” es no, que “sí” es sí… y que “no sé”… también es no. Luego vamos y le arrancamos las pelotas para fijar el concepto, cielo.»
Para concluir. Ambos tipos de putero corresponden en realidad con un único perfil común: son siempre hombres y siempre misóginos con una moralidad sexual esculpida por la cultura de la violación. No importa su apariencia física, ni su clase social, ni su etnia, ni sus convicciones políticas. Todos forman parte de la misma escoria capaz de poner reseñas de este tipo en la ficha de Google Maps de su prostíbulo habitual, a la que simplemente les es indiferente que el deseo de la otra parte no sea recíproco con tal de vaciarse los huevos. Esto es lo único que verdaderamente les importa a todos ellos:
«Pero es que nosotras vivíamos en la cara B de la vida. Excepto por las noches, cuando nos juntamos con toda esta gente… normal… que viven en la cara A y vienen aquí a follarte, pero nunca te preguntan qué te pasó para terminar en un sitio así, cuándo empezaste a drogarte y por qué, cómo estábamos de desesperadas o en qué mugriento lugar nos llegó el desamparo… todo eso les da igual. Lo importante es que estés tan jodida que puedas chuparle el ojete a cualquiera. Todos esos hombres honorables que viven en la cara A pueden venir de visita a la cara B y dominarte, lamerte, escupirte, meterte un puño o hacer que te bebas su semen, pueden obligarte a lo que sea, porque luego volverán a su lado confortable de la vida.»
La escoria proxeneta.
Al margen de lo que pueda parecer, la realidad es que en España el proxenetismo NO es ilegal ya que no contempla todas sus formas sino, únicamente, el lucro directo. Es decir: la figura del chulo. Sin embargo, la forma más habitual que adquiere el proxeneta en una sociedad capitalista es la de un empresario. El propietario o administrador de los lugares donde se ejerce y que, de cara a la galería, se limita a contratar «camareras» y/o alquilar dormitorios, pisos, etc a las mujeres prostituidas, «desentendiéndose» legalmente de lo que ellas «quieran» hacer «libremente» con cualquier tercera parte involucrada en la transacción económica del «servicio» que en realidad están ofreciendo:
«¿Por qué crees que pone Club en grande ahí afuera? ¿Porque somos un equipo de fútbol? ¿Te parece que si fuera ilegal nos dejarían poner un neón en la puerta anunciándolo a todo color?»
Una estratagema que, como bien explica Romeo en el extracto anterior, no podría tener lugar sin la connivencia del resto de la sociedad, perfectamente conocedora de que no es más que un subterfugio formal y que, igual que sucede con el reciente debate sobre los falsos autónomos de Glovo, esos honorables «empresarios» se lucran con la explotación sexual de mujeres de todo el mundo. Y mucho:
«Destruir a cada chica le daba a Romeo un beneficio de unos 250.000 euros en dos años. Después, todas éramos carne de perro. Viendo aquellos carteles me pregunté cuánto dinero había ganado conmigo los últimos 15 meses sin meterse ni una sola polla en la boca»
«—Detrás de cada puta hay una mujer con ilusión, pero también con culpa. Y gracias a esa culpa se van a pasar dos años follando a razón de quince clientes al día. Es decir, 10.950 hombres en dos años.
—Estamos hablando de una inversión de 6.000 € para ganar casi 300.000 € por cada chica.
—¿Alguien conoce un negocio mejor? ¿Diamantes? ¿Arte? ¿Oro? La cocaína no, ¿verdad? Pues vamos a mimarlas, vamos a quererlas porque tenemos en nuestras manos el mejor negocio de nuestras vidas.»
Eso, cuando no son directamente (o indirectamente a través de sicarios) responsables de asesinatos, palizas de muerte, secuestros, amenazas, extorsión a testigos, jueces o jurados y, por no extendernos, todas las tropelías posibles que conocemos sobradamente gracias a las películas y series sobre las mafias. Es de agradecer, por tanto, que en este diálogo se dé réplica a sus discursitos justificatorios habituales con semejante contundencia:
«—Y en vez de rescatar perros de la calle, por qué no dejas de traer chicas de Colombia.
—Yo no traigo esas chicas a la prostitución. Las trae la pobreza. ¿Quieres acabar con la prostitución? Acaba con la pobreza. Yo me voy a Suiza y le digo a las chicas que vengan a trabajar de camareras y no viene ninguna. Porque son ricas. Cuando me voy a las favelas de Río o a los suburbios de Medellín esas chicas y sus familias se comportan como si les hubiese tocado la lotería. No prohíbas los clubs. Prohíbe la pobreza.
—¿Ese discursito es tuyo o de Romeo? No en serio, cariño, tú puedes engañar a tu conciencia con esta mierda si quieres, pero lo que tú haces es secuestrar chicas y obligarlas a ser putas amenazando con matar a sus familias. Y alguien que hace algo así ¿Qué es? Escoria.»
Ahora bien, una escoria muy bien organizada y con recursos suficientes para comprar voluntades políticas, pagar sobornos a las personas adecuadas que deben hacer la vista gorda para que todo siga funcionando y lo más importante: blanquear su imagen de cara a la opinión pública:
«—El 40% de los españoles consume sexo de pago. Es decir, de diez españoles que veáis por la calle 4 se van de putas. Casi la mitad de España.
—Son buenas cifras.
—No está mal, teniendo en cuenta lo denigrado que está este hábito. Nos han puesto a parir, joder. Que hasta los clientes tienen que venir a escondidas al club. Imaginar lo que podríamos llegar a conseguir si estuviera bien visto follarse a unas cuantas putas al mes.
—Si es que hay que dignificar la profesión y defender los derechos y las libertades del consumidor.
—Exacto.
—¿Cómo se mejora la imagen de todo en la sociedad capitalista, Romeo? Con publicidad.»
Publicidad que, como todos sabemos, no se limita a anunciar los locales, ni siquiera el placer y sexo salvaje que prometen, sino que está encaminado a algo mucho mas importante: meternos hasta en la sopa un relato que resulte favorable a sus intereses.
La aportación regulacionista.
Dicho relato no podría entenderse del todo sin enunciar la complicidad manifiesta de las militantes «feministas» partidarias del regulacionismo como Loola Pérez, las plataformas «prosex» como Aprosex, los sindicatos amarillos como OTRAS en España (apoyado por Ada Colau) o AMMAR en Argentina (con varios condenados por proxenetismo entre sus filas), las asociaciones humanitarias y en favor de los Derechos Humanos de renombre vendidas al capital de Soros y la OSF como Amnistía Internacional y demás piezas del complejo entramado tejido cuidadosamente por el lobby proxeneta.
Como comentábamos al principio del presente artículo, su discurso se basa en unas líneas argumentales muy básicas (poco más que eslóganes) que, siguiendo el principio goebbeliano de que «una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad», son recreadas ad nauseam. Y su «verdad» es que la trata es muy fea y muy mal todo, pero que la prostitución también puede ser un ejercicio de libertad y de autonomía corporal para la mujer cuando es elegida voluntariamente. Llegan incluso a tener la desfachatez de afirmar que puede ser ser liberador, empoderante y emancipador, tal como si someterse a los deseos (no correspondidos) de hombres asquerosos y misóginos fuera una especie de panacea deseable frente a la precariedad y explotación del mercado laboral. Como si consentir que manipulen y utilicen tu cuerpo para masturbarse con él mientras cierras los ojos y te imaginas tomando mojitos en una playa del Caribe o repasando mentalmente la lista de la compra, no fuera algo intrínsecamente perverso y repugnante.
La realidad, lógicamente, es bien distinta. ¿Cómo comienza todo para aquellas que no son víctimas de secuestros o engaños y obligadas a ejercer a punta de pistola? ¿Por qué querría una mujer libre ser voluntariamente puta teniendo alternativas dignas? Ésa es una pregunta sencilla: no querría. Lo «decide», sencillamente, porque NO las tiene. Para la inmensa mayoría de las mujeres en prostitución, no es más que el fruto de una necesidad acuciante y de la ausencia de horizontes más deseables. Y no hay más. No existe tal vocación. Ninguna niña sueña con ser puta cuando sea mayor. Ninguna adolescente anhela con alcanzar la mayoría de edad para poder ceder su cuerpo a desconocidos. Ninguna mujer nace para realizarse y ser feliz sufriendo tales abusos. Siempre lo abordan como un «mal menor» o «una solución temporal» para salir del agujero. Siempre es algo que esperan poder dejar lo antes posible. Al menos hasta que las destruyen psicológica y emocionalmente y simplemente se resignan. Y en este contexto, ¿cuál sería exactamente la diferencia real con la trata? No es necesario que nadie te retenga en contra de tu voluntad si no tienes a donde ir. No es necesario que nadie te amenace a ti o a tu familia si no tienes otro techo en el que cobijarte ni la posibilidad de tener otra fuente de ingresos. En palabras de Nuria Varela «llamar libertad de elección a escoger entre prostituirse o no comer, es un ejercicio de cinismo».
E incluso en las raras ocasiones en que se dispone de alternativas dignas, la decisión está mediatizada por un último factor, la pieza final que le falta al puzle. Romeo nos lo explica con orgullo:
«—Un proxeneta sobretodo es un psicólogo. Las putas vienen a nosotros arrasadas… arrasadas… no hay nadie en el mundo con la autoestima más baja. ¿Y nosotros qué hacemos? Las escuchamos, les damos cariño… ¿y por qué lo hacemos? ¿Porque nos importan?
— No. Para sacarles información y amenazarlas si nos tocan los cojones. Para saber cuál es su punto débil.
—No, Moisés. No. Bueno… también. Pero ese no es el motivo por el que lo hacemos. Esas mujeres están solas. No tienen nadie en el mundo. Si creen que eres el único que las tiene un poco de afecto… te lo darán todo.»
Detrás de esa eufemística «baja autoestima» lo que aparece siempre tras la «libre elección» son mujeres que previamente se encontraban en situaciones vitales límite. O que habían sido objeto de maltrato infantil y/o abusos sexuales en la infancia. O de maltrato machista. O de ambos. O bien que padecen diversos traumas psicológicos más o menos graves para los que no han recibido ningún tipo de ayuda. No es sino un fenómeno de alienación psicológica el que lleva a las mujeres a elegir voluntariamente esa vida o quedarse en ella como parte de un mecanismo de huida o de autodestrucción.
De modo que, retomando el título de este capítulo, ¿cuál sería la aportación de las personas que defienden legalizar la prostitución? Blindar legalmente el proxetismo: hacer que sea totalmente imposible combatirlo y, de paso, normalizar y validar moralmente el consumo de sexo no deseado. Es decir, convertir a ojos de la sociedad al explotador sexual en un mero «cliente» de un servicio como podría ser ir a hacerse una esteticién. Sin duda porque son parte interesada, y les encantaría poder ir al club a violar sin tener que esconderse ni bajar la mirada cuando se cruzan con un vecino.
¿Qué dice la crítica sobre Sky rojo?
Algo que me está llamando mucho la atención son los diversos artículos, críticas y reseñas que he leído sobre la serie, tanto en la edición digital de periódicos generalistas, webs sobre cine y blogs. No es que sea motivo de sorpresa pero, salvo en aquellos medios relacionados con el feminismo, el factor común es que los comentarios entorno a la visión de la prostitución que nos presenta Sky Rojo, simplemente brillan por su ausencia. Tanto los de izquierdas como los de derechas y, ya fueran escritas con un estilo periodístico más erudito o cercano y ‘de andar por casa’, el hecho es que no se mojan para reconocer que pagar por sexo sea una violación ni, por supuesto, para desmentirlo y contraargumentarlo. Todas las críticas que he leído (mayoritariamente hechas por señoros y casi siempre volorándola negativamente y recomendando no verla), incluso las despiadadas, se centran invariablemente en la estética y la ejecución de la serie a un nivel estrictamente formal. Es decir: en la forma, nunca en el contenido. Y lo considero llamativo porque esos mismos periódicos rara vez desperdician una ocasión para dejar patente el posicionamiento político de su linea editorial; a menudo de una forma, digamos, más bien poco sutil. ¿Por qué rehuyen de pronto posicionarse en el debate que nos proponen los creadores de La casa de papel? ¿A qué viene este súbito arrebato de neutralidad?
Así que, para concluir, me pregunto: ¿puede esto ser un síntoma de que Sky Rojo ha golpeado donde duele? ¿Existe algún otro referente cultural previo cualesquiera (noticia, libro, audiovisual, programa de radio, etc) que haya logrado semejante nivel de penetración entre el gran público y utilizado su altavoz mediático para mostrar la miseria moral que siempre se nos esconde del sistema prostitucional?
Quizás (como dice Princess Caroline para Mujeres en Lucha), que los representantes del patriarcado estén que trinan sea el mejor síntoma de que algo bueno nos ha traído todo esto, al fin y al cabo.
Abolición o barbarie.
Lo que más me gustó de ésta puñetera serie… sabes que es?
Pues leer tú artículo
Enhorabuena y gracias!!!
Gracias a ti por seguirnos, un abrazo.