Querida yo: No me conoces, pero yo a ti sí. Soy yo. Somos yo, aunque tú todavía no me ves. No te asustes, por favor. He venido a decirte que estaremos bien. Todo saldrá bien, aunque ahora mismo no te lo parezca. Ya sé que es un rollo todo lo que estás viviendo en el colegio, pero tienes que ser fuerte. Los niños no te levantan la falda y se burlan de ti por nada que les hayas hecho, es que nadie les ha enseñado a tratarte de otra forma. Quizá no te apetezca saltar a la comba ni sentarte en el bordillo a escuchar las historias de las otras niñas porque preferirías jugar a deportes o correr por el patio. Lo sé. Tampoco es que resulte fácil saltar y correr llevando esa ropa, ¡estoy de acuerdo contigo! Sé que no te gusta hacer las tareas de la casa mientras tus hermanos corretean por el pasillo con su cama sin hacer. A mí tampoco me gusta, ¿sabes? Pero… sssh… será nuestro secreto. Cuando te hagas grande, lo usaremos a nuestro favor, encontraremos el modo y haremos que cambie. Mamá y papá lo hacen lo mejor que saben, a ellos tampoco les ha enseñado nadie. Querida yo, ha pasado un tiempo, ¿te acuerdas de mí? ¡Yo no recordaba que hubieras crecido tan rápido! Da gusto verte. Sí, sí, lo que oyes: da gusto verte. Lo sé, no es así como te sientes. Nadie te lo está poniendo fácil, ni en casa ni en el instituto, y te quieres hacer invisible. No te puedo explicar a qué se deben los comportamientos de algunos. Es decir, te lo podría explicar, pero no me ibas a creer – nos ha costado años empezar a entenderlo. No quiero engañarte, no va a ser fácil. Te quedan unos cuantos años de pasarlo mal y te vas a ir enfadando cada vez más, ¿por qué no puedes ser como ellos? Te lo aseguro: no quieres ser como ellos. A veces miras de reojo y con cierta envidia porque campan a sus anchas, ¿a que sí? Incluso ahora, lo seguimos haciendo. Cada vez menos, eso sí. Piénsalo bien ¡y mira cómo se comportan! No creo que pudieras conciliar el sueño cada noche con toda esa energía negativa dentro de ti. Hasta donde yo sé, no eres así. No somos así. Vamos a intentar cambiar el mundo, eso sí te lo puedo decir. Vamos a hacer todo lo que esté en nuestra mano, tú y yo. Es decir, tú cuando seas yo. Ahora sólo tienes que seguir adelante con las clases. ¡Venga, un empujón! En nada terminas los estudios y… pues, ya veremos. Si te cuento ahora todo lo que va a pasar, la vida pierde su gracia. Quizá sigas estudiando. O te pongas a trabajar. O puede que lo dejes todo a un lado para casarte y tener hijos, “como debe de ser”. En cualquier caso, seguirá habiendo obstáculos, pero ¿sabes una cosa? Estarás cada vez más cerca de entender el mundo. También estarás cada vez más cerca de querer comprar una ametralladora y arrasar con todo, no te voy a engañar. Pero no lo harás. Según vayas creciendo querrás saber más. Leerás, preguntarás, compartirás. Se te pasará la rabia. O no. Pero sabrás reconducirla. No estoy diciendo que, de repente, todo sea purpurina y unicornios. Para nada. A medida que pase el tiempo, vas a percibir aún más desigualdades e injusticias, ¡por qué nos hacen esto a nosotras! Respira. Respira profundamente y confía en mí. Podremos con todo eso y saldremos aún más fuertes. Te lo prometo. Nada de esto es culpa tuya. No eres tú quien lo causa. En realidad, es asunto de todas las personas. La sociedad está podrida y la sociedad la formamos las personas. Lo estamos haciendo todo fatal, por ahora. Por eso he querido venir a decirte que podemos cambiarlo. Desde dentro, desde abajo, peleando y con esfuerzo, eso sí. Pero uniendo nuestras voces y nuestras fuerzas, podemos cambiarlo. |
Querido yo: Te entiendo. No sé si todo saldrá bien. Pero, te (espacio para pausa dramática) entiendo. Y sé que eso es algo que necesitas más que el aire y lo mucho que te cuesta encontrar esa comprensión en los demás. Si te sirve de consuelo, yo sigo sin saber por qué no les interesa cuando, como tú y yo sabemos, las intenciones y los contextos a veces dicen más de las personas que los hechos y los actos. Aunque bien pensado… cómo podría eso servirte de consuelo, ¿no? Es un poco como decirte que nada mejorará en adelante y no es ese el mensaje que quiero transmitirte. Lo que realmente quiero decir es que no siempre es posible. Que no todo el mundo está preparado para pensar de esa manera. Incluso que puede que otros tengan otra forma de pensar que sea igual de válida (aunque a los idealistas nos cueste aceptar que tal cosa sea posible porque, en fin, todos estamos un poco metidos en nuestra propia película de cómo son y deben ser las cosas). Algunos incluso no querrán hacerlo, aún cuando podrían. Y lamento tener que ser yo quien te lo diga pero, lo cierto es que… no… podemos… cambiar… eso. Ni ahora ni en un millón de años. Sabes bien (y si no, pronto lo descubrirás) que el amor, el afecto, el cariño… no siguen un patrón lógico. Que es posible querer más a un amigo que a un padre. Que es posible que, para un padre, un sobrino sea más su hijo que su verdadero hijo, etc. Y que en el fondo no hay nada de malo en ello, por mucho que pueda sonar terrible y enunciarlo despierte miradas de estupor, escándalo o pesar. Porque nunca se puede pedir a nadie aquello que no puede sentir, desde dentro, o que —simplemente— no está dispuesto a dar. Pero recuerda siempre que hay algo que, en contraposición al amor, el afecto o el cariño, sí que es lógico. Algo que debe siempre ser racional y fundado: el respeto. Porque no todo es respetable, pero la decisión sobre qué sí y qué no no puede basarse en cuestiones emocionales y subjetivas. Y esto es importante también a la hora de exigir el respeto de los demás. Porque de este modo lo harás siempre desde la autocrítica, y no como acostumbran a hacerlo esos necios que se creen especiales por el mero hecho de haber nacido. Como si no todos hubiésemos nacido de la misma manera. Más o menos. Cambiando de tema. Se que será tentador para ti pensar que eres estúpido por querer ser bueno. Que no es eso lo que nadie premia. Ni la familia, ni la escuela, ni la sociedad. Como también sé que no vas a dejar de intentarlo por más disgustos que te ocasione, no necesito pedírtelo por favor. Y no te puedo decir que, al final, vaya a traer recompensa alguna; pero vaya, que tampoco lo hacemos por eso, ¿no? Lo que sí te puedo decir es que no hay paz —más hermosa ni duradera— como una conciencia tranquila. Todo lo demás te lo podrán quitar. Lo intentarán, de hecho. Y algunas veces lo conseguirán. Pero no eso. Y es una luz tan intensa que llegarás —demasiado pronto— a saber que no hay ninguna necesidad de pasar por tanto dolor y que ya puedes irte porque la vaina no va de resistir, sino de disfrutar de todo esto. Igualmente quiero pensar (que me corrija el otro yo si me equivoco) que encontrarás la manera de hacerlo. Que por fea que se ponga la cosa, encontraremos algo con que nos salga a cuenta. Que no dejaremos de buscarlo porque… eso es lo que hacemos: cuidarnos. Quizás esperabas que te diera algún consejito como esos típicos de “confía más en ti mismo, escucha tu propia intuición”. Pero no va a ser el caso. Lo vas a hacer un poco de aquella manera… y, ¿sabes? tampoco pasa nada. Claro que tampoco deberías sorprenderte cuando te veas maldiciéndolo todo porque sabías lo que iba a pasar si tomabas el camino de lo que “había que hacer” en lugar del que querrías haber recorrido. Pero lo soportarás. Porque eres más fuerte de lo que crees. Sabes que todo está bien. Que (en el fondo) no hay error. |
De modo que he venido a decirte que te quiero. Que lo estás haciendo muy bien. Nadie nace sabiendo y no te han explicado nada. Sigue tu camino, hazlo lo mejor que sabes, no te rindas. Un día, todo encajará. Empezarás a verlo todo a través de un filtro violeta. Y ése será el momento en que todo comience de una vez, para bien, para ti.
Los principios tampoco son sencillos, no te creas nada de lo que te cuentan las películas. Te aviso porque sé que te acordarás y me lo querrás echar en cara. No te pones las gafas violetas y la vida se hace fácil, así, sin más. Para nada. Lo que sí ocurre es que te las pones y todo empieza a tener sentido. En ese momento entenderás esta carta. Comprenderás que lo estás haciendo maravillosamente y que, oye, para qué engañarnos, te estás convirtiendo en alguien de lo más interesante. Una persona fuerte, sabia, crítica, empática y luchadora. ¿Quieres saber algo? También llegarás a quererte. Y estos cinco adjetivos te parecerán pocos.
Ahora, con tu permiso, me despido. Nos queda mucho trabajo por delante. No dejes que nada te detenga. Cuídate.
[Nota: esta carta ha sido inspirada por la maravillosa canción “Querido yo” de David Rees y por mis infinitas conversaciones arreglando el mundo con mi anfitrión (y compañero de misiva) en este espacio: Violines Desafinados. Gracias a ambos.]