¿A los hombres les gusta el sexo? Qué buena pregunta y qué breve podría ser mi respuesta: no. A los hombres no les gusta el sexo. Ni siquiera a los que presumen de follar a diario (ya se sabe, comen 1 y cuentan 20) les gusta el sexo. No con nosotras, al menos. Pero es que ya sabemos que no les gustamos las mujeres: lo que les gusta es poseernos a todos los niveles posibles y es contra esto contra lo que luchamos a diario.
El porno no es sexo
Ya estoy viendo venir las hordas de señoros vomitando misoginia en los comentarios de este post. No van a tardar en llamarme malfollada, frígida, mojigata, estrecha, lesbiana, etc. Parémonos a repasar uno de dichos insultos, el primero de todos en particular: malfollada. ¿Qué te dice eso, Manolo? Suponiendo una relación heterosexual, que es de lo que hablo hoy, si yo estoy malfollada… ¿la culpa no será de un hombre, que no ha sabido hacerlo bien? ¿Y por qué no sabe hacerlo bien? ¿Porque no quiere, porque no le interesa, porque no me pregunta lo que deseo/me gusta/me apetece? O, tal vez, ¿porque tiene asumido que el porno es una escuela sexual tan buena como cualquier otra, incluso LA escuela sexual por excelencia para muchos?
Y ahí está la el origen de todo: en entender el porno como el sexo. El porno es una demostración de poder (prostitución grabada, nada menos) llevada a la estancia más íntima y privada de tu casa, el dormitorio. Eso ya lo sabemos. Nosotras. No parece que ellos lo sepan, a estas alturas de la película. Repetir lo que ven en pantalla con la absoluta creencia de que la ficción imita a la realidad sólo perpetúa los roles de poder que con tanto empeño han elaborado los machistas para que creamos (nosotras y ellos) que así es como tienen que ser las cosas. Pero el sexo no es el porno y viceversa. Como digo, en el porno se hace exhibición de poder, pero no sólo eso: misoginia, pederastia y una absoluta falta de empatía (sin la cual las dos anteriores formas de odio no tendrían lugar) son «la marca de la casa». El sexo es algo muy distinto. Más allá del debate «con o sin amor», el sexo es una forma de comunicación entre dos o más personas. Una manera de mostrar deseo, afecto, pasión, cuidados, entendimiento, intimidad y, como mínimo, cariño, cuando no amor.
Una relación sexual entre dos personas heterosexuales en la que, invariablemente, él satisface sus deseos, impone sus normas, sus tiempos, sus ritmos y exige sin ofrecer nada a cambio es una señal luminosa cual neón de que a él (siempre es él) no le gusta realmente el sexo. No le gusta cuidar, compartir, conocer, hacer estremecer; no disfruta con el placer que proporciona a su pareja de cama (ella). Lo que le gusta es saciarse. Sorprende la cantidad de mujeres que afirman no haber tenido orgasmos en toda su vida sexual, no haber sentido deseo, no haberse sentido deseadas y ser conscientes de que están «cumpliendo» con una especie de deber marital (estén o no casadas) porque «es lo que hay que hacer». Pero sorprende, aún más, la cantidad de hombres que no se preocupan por el disfrute de sus parejas y se dan por satisfechos con cualquier orgasmo fingido como si estuvieran en el set de rodaje de «Cuando Harry encontró a Sally». Cuando esas mismas mujeres se deshacen de sus parejas y se lanzan a descubrir sus cuerpos, sus sexos, tomarse sus tiempos, explorarse y conocerse se les abre un mundo nuevo de posibilidades: sienten orgasmos, se saben queridas (sí, por sí mismas; el sexo con una misma es tan importante como el sexo en pareja, o más – si no te conoces no puedes saber qué te excita ni cómo pedirlo), se sienten deseadas y pueden empezar a tener voz en la cama, a pedir lo que quieren y a disfrutar compartiendo, en lugar de ser meros depósitos de semen, frustraciones, desprecio y violencias varias.
No somos vehículos para el placer de nadie
El error que cometen los machos del mundo al asumir que aquello que les excita viendo porno nos va a excitar también a nosotras es creer que aceptamos la sumisión como forma de placer. Y no, no es así. Aceptamos la sumisión en la cama porque también la aceptamos fuera de ella, vivimos sumisas desde el primer momento en que llegamos a este mundo cruel y despiadado que nos odia y que sólo parece sentir cierto «afecto» por nosotras si nos puede sacar rentabilidad de un modo u otro (no olvidemos que el capitalismo es sólo otra expresión del patriarcado). No hay que irse muy lejos en la hemeroteca para encontrar diversas demostraciones de «rentabilidad» aplicada a nosotras: la nueva moda en la industria de la estética (moda impuesta por ellos y que, una vez más, bebe del porno… diseñado por ellos mismos) es la de operarse la vulva para hacerla parecer aquella de una niña de cinco años de edad. Sí, apesta a pederastia. Pero es que hace tan solo unos meses la moda era operarnos para dejarnos el monte de venus terso y liso, casi inexistente, ¡como el de una niña de cinco años! Y antes de eso se habían popularizado las reconstrucciones de himen. ¿Ves ya el patrón? Bajo nuestro criterio está más claro que el agua: los hombres buscan muñequitas alejadas de la realidad, estereotipos de plástico con un (vomitivo) parecido a niñas y adolescentes. Las clínicas privadas también lo ven, ya hasta los seguros privados ofertan la cirugía genital femenina en su amplia carta. El negocio está ahí.
Cuando algo te gusta de verdad
Si a los hombres les gustase el sexo con las mujeres, les gustarían nuestros cuerpos, para empezar. Desearían, adorarían, incluso venerarían nuestras formas, nuestros pliegues, nuestras marcas (estrías, cicatrices, celulitis, vello, canas, pecas, arrugas). Les parecería apetitoso nuestro olor y no tratarían de camuflarlo con diversos productos que más bien parecen un ambientador de coche que otra cosa – pero a ellos qué mierdas les importa alterar nuestro pH, pudiendo lamer un helado de fresa y no un coño con olor, sabor y textura de coño excitado. A los hombres a los que les gusta el sexo con mujeres, y no son tantos como parece, les vuelven locos cada uno de nuestros centímetros de piel, nuestros gestos, nuestros sonidos, nuestros aromas. Disfrutan dando placer. No cronometran cuánto tardamos en llegar al orgasmo ni apuntan en una tabla de Excel cuántas mamadas «les debemos» por haberse «bajado al pilón» un par de veces en un año. Y no hacen nada de esto, precisamente, porque entienden lo que implican las relaciones sexuales: deseo y disfrute de igual a igual. Estos hombres (contados con los dedos de una mano) entienden que no somos recipientes, no estamos para complacerles, no somos vehículos a través de los cuales evadirse con un polvo mal echado a carreras imitando fotograma a fotograma un vídeo aleatorio de una plataforma de pornografía. Para estos hombres somos personas y, como personas, tenemos los mismos anhelos y las mismas ganas que ellos de disfrutar y compartir. Por suerte, el feminismo sigue avanzando, lento pero seguro y va abriendo los ojos de quienes quieren abrirlos. Llegará el día en que miremos atrás y se nos caiga la cara de vergüenza al ver cómo entendíamos el sexo ya bien entrado el siglo XXI.
(Imagen de portada: cookie_studio)