Ahora que ya nadie tiene presente a Olivia y Anna porque el foco del amarillismo mediático ya encontró nueva carnaza con la que deleitar a su público ávido de dolor ajeno. Ahora que el oportunismo barato ya no les dedica (o comparte en sus redes sociales) morbosos homenajes (como por ejemplo el que representaba a las niñas como si fuesen sirenas) con los que poder “solidarizarse” sin ninguna implicación real en la problemática. Ahora que la moda es opinar sobre volcanes sin tener ni pajolera idea, en lugar de hacerlo sobre sociología o psicología con los mismos mimbres. Ahora, es cuando voy a intentar hacer mi aportación a un tema tan delicado como lo es la violencia vicaria.
Y tal como acostumbro a hacer, mi análisis comienza nuevamente abordando el significado de ciertos términos que considero relevantes para el caso: Un padre que mata a sus dos hijas para vengarse de su expareja, ¿es un drama o una tragedia? Ambas palabras tienden a usarse de forma prácticamente intercambiable, sin embargo, el primer término alude a hechos cuyas consecuencias son estrictamente personales (individuales) mientras que, por el contrario, el segundo enuncia que los mismos trascienden a la categoría moral (de forma colectiva).
Personalmente, me preocupa mucho esta continua pérdida de matices léxicos cuando se debate sobre la comidilla del día/temporada en las mesas y barras del país, pero cuando sucede en los medios de comunicación de la mano de periodistas profesionales, el error carece de justificación alguna. Y es que, aunque sea involuntariamente, la palabra elegida plantea ya de por sí un posicionamiento político entre los negacionistas del terrorismo machista, el patriarcado, etc. que consideran tal asesinato un “caso aislado” y quienes consideramos que la retórica de los dramas particulares es el cajón de sastre que viene décadas sirviendo como pretexto para negar el alcance de cualquier fenómeno socialmente estructural.
Pero, quizás, al matiz clave reside en el uso incorrecto que reciben términos como desastre o catástrofe como si tratasen de otorgar un valor superlativo a los anteriores, cuando lo cierto es que tienen un significado bastante específico. (Desastre y/o desgracia es cuando la vida cotidiana de una población se ve alterada de forma indiscriminada por ciertos hechos improvistos e infaustos y catástrofe es aquel desastre que alcanza a un país de forma global, incluidos sus sistemas de respuesta institucional).
Y tales “confusiones” terminológicas son graves porque la violencia machista en todas sus formas no es producto de la mala fortuna ni un huracán que llega de improviso y golpea la costa provocando muertos sin que las autoridades puedan hacer gran cosa salvo advertir a los civiles de la zona que está llegando y tratar de socorrer a las víctimas con unos medios que nunca van a ser suficientes para desafiar a las fuerzas de la naturaleza desatadas. La violencia machista es un fenómeno humano y, por tanto, tiene unas causas políticas. La violencia machista es, en consecuencia, una tragedia. Una que además podemos señalar como evitable (adoptando las medidas políticas adecuadas) porque no es otra cosa más que el desenlace lógico y previsible de la connivencia social de todos los estratos de la sociedad hacia la ideología sexista predominante y el supremacismo misógino considerado “tolerable”.
¿Puede el punitivismo evitar que suceda la violencia vicaria?
Muchos demagogos —usualmente alineados con la (extrema) derecha, pero no sólo— aprovechan estados de conmoción pública como estos para introducir falsos debates como el de la pena de muerte, la cadena perpetua, el endurecimiento general de las penas, etc. y lo hacen plenamente a sabiendas que será más fácil que tales políticas reaccionarias calen en el ideario colectivo en un momento en que al común de los mortales le cuesta pensar y analizar lo sucedido de forma racional, ya que lo sencillo es dejarse llevar por sus emociones más primitivas (la sed de venganza) hacia los autores de unos crímenes que hieren su sensibilidad y con cuyas víctimas pueden empatizar fácilmente (por ejemplo, en este caso, cualquier persona que haya tenido descendencia, que ame a sus hijos y considere impensable el mero hecho de causarles daño).
Recordemos que el objetivo del sistema penitenciario español no es la venganza, sino la reinserción de los presos y que, cuando se estableció así, no fue por capricho o azar, sino por buenos motivos y muy bien fundamentados. Cosa bien distinta sería determinar si dicha meta se está alcanzando y, en caso negativo, examinar (y corregir) cuáles podrían ser las causas por las que los criminales vuelven a reincidir (especialmente los de ciertos perfiles, como los agresores sexuales, con tasas más altas y que además generan nuevas víctimas que hubiesen sido evitables). Lo que no es admisible, es que las deficiencias derivadas de una mala aplicación de un buen modelo, se pretexten para desecharlo y pretender implantar otro aún más primitivo, inhumano y perverso (hablaré de ello en otra ocasión).
¿Por qué es un falso debate? Porque la realidad objetiva y demostrable cae por su propio peso y, en la violencia vicaria, lo hace con más fuerza incluso, si cabe. Basta con comprobar la existencia de casos en que padres que acaban de matar a sus hijos, se quitan la vida justo a continuación. ¿De verdad hay cabeza humana alguna en que pueda caber que la posibilidad de morir en la silla eléctrica o la inyección letal, sea suficiente para retenerlos? Otros nos han demostrado el horror de cómo, con las manos aún ensangrentadas, como quien dice, se entregan a las autoridades aceptando con estoicismo las consecuencias legales por el crimen que acaban de cometer. ¿Alguien puede realmente tomarse en serio que la perspectiva de pasar toda su vida entre rejas podrá impedirles que ejecuten su hoja de ruta homicida?
Eso jamás sucederá por una razón muy simple: Desde el momento en que deciden, planifican y/o ejecutan su sentencia, nada más les importa lo suficiente. Ni siquiera perder su propia vida. O arruinársela. Puede que algunos lleguen a arrepentirse, pero únicamente años de prisión más tarde, porque en esos momentos su única meta vital es consumar la venganza y la satisfacción de conseguirlo será para ellos infinitamente superior al miedo derivado de cualquier consecuencia.
No existe, pues, efecto disuasorio o ejemplarizante que pueda valer. Únicamente un análisis profundo del fenómeno de la violencia machista extrema y sus antecedentes podrá evitar que nuevos casos de violencia vicaria sigan saltando a las portadas de los tabloides e informativos. Es decir, la comprensión más fiel posible sobre las ideas, creencias, conceptos, valores, emociones, sentimientos que operan en el agresor, de las circunstancias capaces de desencadenarlo, del imaginario social que previamente habilita que sea posible, las dinámicas grupales que lo propician y hacen que se reproduzca generación tras generación, etc.
La única parte positiva es que ese trabajo lleva ya décadas realizándose por parte de la sociología y antropología, la psicología social y, de forma multidisciplinar, desde el enfoque feminista. La parte negativa es que dichas voces son continuamente ignoradas por ciudadanos y gobernantes porque, para sorpresa de nadie, les parece que las cosas son “de otra manera” y que sus creencias son igual de válidas (o más) que el conocimiento científico. Y así nos luce el pelo.
¿Qué es (y qué no) la violencia vicaria?
La vicaria (también denominada por sustitución o por interpósita persona) en una forma de violencia caracterizada por el hecho de que la persona receptora de cierta agresión no es el destinatario real de la misma, sino un mero instrumento con cuyo daño causar un dolor emocional y psicológico a otra persona a quien le importa su bienestar.
Al igual que sucede en la llamada violencia ambiental (golpear cosas o destrozar objetos —especialmente aquellos por los que la víctima siente mayor apego—) la vicaria es un tipo de violencia instrumental; es decir, que sirve a un propósito, pero… ¿cuál es dicho propósito?
En el primer caso, el agresor intenta siempre obtener, preservar o recuperar el control sobre su víctima mediante la creación de un contexto intimidatorio. Ejemplos reales pueden ser desde dejar caer piezas de la vajilla deliberadamente, dar puñetazos o patadas a puertas, o cortar dramáticamente su vestido preferido con unas tijeras delante de ella hasta quemar sin que ella se entere la caja donde guardaba sus cartas personales, fotos irrecuperables y recuerdos de toda una vida para entregarle la caja con las cenizas cuando regresa.
El nexo común de todos esos actos es la voluntad de mandar un mensaje: «golpeo la puerta por no golpearte a ti pero, la próxima vez… ¿seré capaz de contener la rabia que me provocas cuando no obedeces lo que te digo?» O bien «destrozo tus cosas y tú no puedes hacer nada para impedírmelo. ¿Por qué? Porque puedo. Para que veas lo que sucede cuando te atreves a cuestionar mi autoridad, con que imagina todo de lo que podría llegar a ser capaz de hacer si algún día se te ocurriese decir que quieres romper conmigo». Se trata de actos con una carga simbólica tan fuerte que no necesita verbalizarlos explícitamente para asegurarse que llegan alto y claro a su destinataria.
Otra forma muy habitual de realizar esa misma exhibición de fuerza o poder es maltratar a mascotas —llegando incluso a quitarles la vida— o agredir a seres queridos del entorno de la víctima (especialmente los más indefensos: menores y mayores a su cargo). Y es aquí donde suele producirse una comprensible confusión, porque ese tipo de violencia puede parecer idéntica, pero no lo es, ya que el propósito de la vicaria no es amedrentar sino destruir a la víctima. Golpearla donde más pueda dolerle. Intentar que no levante cabeza ya en todo lo que le reste de vida. Que jamás pueda olvidar ni superar el golpe. Dicho de otro modo, es la imposición de un castigo supremo ejecutado de la forma más cruel y despiadada posible.
Para entender el fenómeno de la violencia vicaria hay que entender la perversa y retorcida psique del agresor machista standard. Ya todo ha fallado. Ha hecho sobrados intentos por mantener o recuperar el control mediante manipulación psicológica y emocional, pero no ha funcionado. Tampoco las amenazas han tenido éxito, ni las amenazas veladas ni las explícitas, porque su víctima ha dejado de tener miedo (o ha pasado a tener aún más miedo a lo que sabe que le espera si continua con él). De modo que Manolo pasa por sus fases del duelo y llegar a “aceptar” que ha perdido a esa mujer de forma irreversible, ya que ella ha rehecho su vida (o está dando los últimos pasos necesarios para hacerlo) y todo parece indicar que finalmente será feliz sin él… a no ser, claro, que él lo remedie. Por la fuerza. Ya que eso es precisamente lo que él no puede tolerar de ninguna de las maneras. Sea cual sea el precio a pagar, nada podrá impedir que esa “zorra” se escape sin haber recibido la venganza que él considera “merecida” por una larga lista de agravios percibidos y que únicamente tienen sentido en el esquema mental de una mente podrida de odio misógino y creencias machistas como la posesividad.
La importancia del relato
Cierto es que muchos maltratadores machistas simplemente llevan a cabo su “ajuste de cuentas” de forma impulsiva e irracional. Pero no es nada extraño en los casos de violencia vicaria que, lejos de conformarse con arrebatar a su víctima lo que más quiere, estudien y planifiquen fríamente la forma de maximizar el daño infligido para intentar hundir a su víctima en el pozo de la desesperación más profunda. Hasta el último detalle puede ser perfectamente deliberado y calculado para atormentar a su víctima, focalizando concretamente en ella el odio y desprecio general que en el fondo siente por todas las mujeres del mundo.
«No vas a volver a ver a tus niñas ni a mí» fue la última frase que le dijo Tomás Gimeno a la madre de Olivia y Anna. Si pensaba suicidarse y, por lo tanto, le daba totalmente igual que la policía encontrase los cadáveres. ¿Por qué no le dijo simplemente: «he matado a tus hijas, las he dejado en tal sitio y ahora me voy a suicidar; te jodes»? Pues sencillamente porque las indirectas son otra forma más de tortura. Un mensaje así tiene diversas lecturas posibles, por evidente que pueda parecer una de ellas y, por lo tanto, permite mantener el hilo de esperanza de poder recuperarlas. Unas esperanzas que él sabía perfectamente que eran falsas y que utilizó de forma sádica sabiendo que, antes o después, las autoridades descubrirían su rastro.
Ahora bien, si existiese un pozo donde uno pudiera hacer que se te trague literalmente la tierra de forma que nadie pueda saber jamás donde estás ni qué es lo que ha sucedido ¿Lo hubiera preferido para tirarse junto a sus hijas en lugar de al océano desde su barca? La incertidumbre puede llegar a ser un infierno mucho peor que afrontar la mayor de las desdichas y ellos lo saben. Por más que racionalmente podamos estar bastante seguros de algo, la negación es una fuerza psicológicamente poderosa que se agarra a cualquier clavo ardiendo hasta que existe una prueba tangible e inequívoca del fatal desenlace (y a veces incluso después). Intentar privar a esa madre incluso de dos cadáveres a los que llorar es una forma de intentar privarla de la posibilidad de elaborar correctamente el duelo por la enorme pérdida que ha sufrido, algo que concuerda plenamente tanto con el móvil como con el modus operandi de un maltratador.
Y eso contando con que «No vas a volver a ver a tus niñas» es ya una amenaza bastante explícita y que delata claramente la autoría de ciertos actos encaminados a conseguir que así sea. Muchos maltratadores usan formulas aún más ambiguas como «Ahora si vas a saber lo que es sufrir», «Te vas a arrepentir de todo lo que me has hecho pasar» o directamente incluso intentan privar a sus víctimas de una explicación sobre lo sucedido, algo capaz incluso de llegar a trastornar mentalmente a cualquier persona.
Imaginemos por un momento que el engaño de José Bretón hubiera surtido efecto. Que la policía se hubiera creído la desaparición de Ruth y José o que no hubieran podido encontrar evidencias de la intervención de un tercero. Podemos pensar que con ello intentaba quedar impune por su crimen, claro. Pero, ¿era esa la única motivación? ¿O en el fondo lo que buscaba era angustiar a su expareja? Ella siempre podría intuir que él había tenido algo que ver o incluso tener una certidumbre bastante grande de que así era, pero eso no la iba a librar de las dudas o de obsesionarse con hipótesis alternativas.
Todo esto por no mencionar el gran as en la manga que le otorga al agresor el hecho de ser el único conocedor de la verdad. ¿Alguien duda que, de haberse salido con la suya, años más tarde hubiera acabado confesándole lo sucedido para volver a hundirla cuando ella ya estuviera mejor y no fuese posible ya probarlo? O incluso peor aún, que sería capaz de fabricar “nuevas informaciones” falsas con la intención de tirarle el cebo a los medios con la intención de que se active cíclicamente el caso lo justo para no dejar que la víctima cierre la herida.
En toda forma de maltrato, el control de la información y la construcción del relato es siempre fundamental porque la luz de gas es una forma de violencia en sí misma que todo agresor machista explota antes o después, y en mayor o menor medida.
Palos de ciego
Si únicamente un análisis profundo del fenómeno de la violencia machista extrema y sus antecedentes puede evitar que la violencia vicaria siga sucediendo, necesariamente implica que los análisis “cuñados” basados en creencias ignorantes y estadísticas falsificadas sólo sirven al propósito de crear el “ruido” que impide la implantación de soluciones verdaderamente efectivas. Discursos que, pese a que cada vez hay más información accesible y más mujeres dedican gran cantidad de tiempo a la divulgación del saber y la pedagogía feminista, se mantienen impertérritos desde los tiempos en que el caso que conmocionaba era el de Ruth y José (2013) y que, por consiguiente en lo que a mí respecta, considero cómplices necesarios de la muerte de Anna y Olivia a todos aquellos hombres que los defiendan.
Al primero que nos encontramos —no por más ridículo, menos peligroso— es invariablemente el clásico señoro random opinólogo-de-todo que, sin necesitar apenas un titular, se cree capaz de “diagnosticar” enfermedades mentales y, por supuesto, no digo ya sin haber ejercido cualquier profesión ni remotamente relacionada con el ámbito de la salud mental, sino cuyos conocimientos más próximos al campo son su título en informática o empresariales, o el haber ojeado una revista Quo en la consulta del dentista.
Pues no, lo siento. Siguen sin ser “locos” y empieza a hartar tener que repetir continuamente lo evidente. ¿Cuál sería la patología que supuestamente tenía Tomás Gimeno? ¿Cuántas de las personas que cometen actos como los abordados en este artículo tienen realmente trastornos psiquiátricos diagnosticados por un profesional? La realidad es mucho más prosaica: Son hombres corrientes, como cualquier otro. Hombres plenamente conscientes y responsables de sus actos. Hombres que llevan vidas perfectamente funcionales e integradas en la comunidad. Pero hombres educados en unas creencias sobre el género que son compartidas por todos los demás y de las que sólo parecemos preocupamos cuando alguno decide llevar la aplicación práctica de las mismas hasta sus últimas consecuencias.
Únicamente un grado de sofisticación por encima, nos encontramos al típico señoro que va de razonable (en ocasiones incluso reconociendo la motivación machista del crimen) y librepensador, pero luego resulta que intenta quitarle hierro al problema que socialmente representa enlazando el famoso bulo que pretende que el «70% de los filicidios los cometen mujeres» como si de un crío diciendo «y tú más» se tratase. De nada sirve mostrarle que su falacia ha sido sobradamente desmentida por los datos y fuentes oficiales, ya que caerá en el saco roto de su teoría de la conspiración. Curiosamente y, además de ser estadísticamente minoritarios, al contrario de lo que sucede con los filicidios cometidos por hombres, en los protagonizados por mujeres sí encontramos una llamativa presencia de trastornos psiquiátricos; como en el reciente caso de Godella, donde la autora había sufrido varios brotes psicóticos. Pero no permitamos que la realidad arruine un buen prejuicio machista.
El cómo es posible, por cierto, que medios de comunicación de primera plana como ABC se dediquen a difundir impunemente tales falsedades (a sabiendas de lo que lo son) es ya harina de otro costal. Porque hace muchos años que la ética periodística de los medios de derechas ni está ni la se la espera; pero la labor de las asociaciones de prensa y autoridades reguladoras que deberían intervenir ante tales negligencias y transgresiones graves de la deontología profesional simplemente brillan por su ausencia.
Violencia vicaria Vs. Suicidio ampliado
Pero sin duda, una de las tergiversaciones más dolorosamente capciosas es la de pretender equiparar —por el mero hecho de ser aparente y superficialmente similares— la violencia vicaria con el suicidio ampliado. Igual que en el caso anterior, basta con preguntarse «¿Cuál es el propósito/objetivo de dicho acto?» para entender que nos encontramos ante crímenes radicalmente diferentes, por no decir absolutamente opuestos.
Mientras el objetivo de la violencia vicaria no es otro que la venganza o el castigo (provocando la mayor cantidad de sufrimiento posible), aquí no hablamos de personas que odien a sus hijos ni a sus maridos. No hablamos de personas que hayan tenido antes comportamientos negligentes o de maltrato para con ellos. No les mueve voluntad alguna de venganza ni castigo. No quieren provocar sufrimiento. Al contrario, la motivación que les guía es la piedad. Son personas profundamente deprimidas que, considerando que no hay forma alguna de escapar del callejón sin salida en el que creen encontrarse y atormentadas por ideas muy pesimistas acerca de su propio futuro y el de sus seres queridos, deciden unilateralmente (y por contradictorio e incomprensible que parezca) “proteger” a sus hijos asegurándose de haberles quitando la vida antes de hacer lo mismo con la suya propia. Bajo la lógica alterada de su patrón de pensamiento no les estarían arrebatando su futuro, sino salvándolos de un porvenir adverso mediante un acto altruista que, por ello, suele ser siempre ejecutado de la manera más rápida e indolora posible.
Ni que decir tiene que, la inmensa mayoría de casos en que se cumplen los requisitos para ser considerados suicidios ampliados la autoría recae fundamentalmente sobre mujeres. Y es que, no es sino la propia cultura patriarcal (con la adjudicación sexista de los cuidados a la mujer y fomentando el “complejo de salvador” en que suele derivar) quien contribuye a ello porque, en condiciones normales, a los hombres les resulta es muy útil y cómodo tener cerca a una mujer abnegada a su bienestar y la preservación de sus privilegios, aún a costa de la gran factura emocional que esto les pasa a ellas continuamente en su vida y sus relaciones familiares, sentimentales e incluso de amistad.
Suicidio ampliado Vs. Mujeres llevadas al límite
Para tener una perspectiva del cuadro al completo nos faltaría aún una pieza clave; y es que, no pocas veces que una mujer protagoniza hechos como los descritos, se trata realmente de un suicidio ampliado, ya que no es el resultado de una percepción distorsionada por un estado depresivo y mentalmente inestable, sino de la consecuencia de la profunda desesperación a la que se ven abocadas debido a relaciones de maltrato machista perpetuadas impunemente, en ocasiones durante largos años.
Hablamos de mujeres dependientes de su maltratador, demasiado a menudo sin los recursos económicos y/o la red de apoyos (él ya se habrá encargado de enfrentarla con todos ellos para mantenerla aislada) necesarios para romper la espiral infinita que supone siempre el ciclo del maltrato y alienación al que han sido sometidas. Hablamos de mujeres que, sabedoras de la inacción de las autoridades y de la desprotección por parte de las instituciones cuando se denuncia, llegan a percibir la muerte como única alternativa a su sufrimiento. Hablamos de mujeres que, posiblemente, han sentido la tentación de rendirse en más de una ocasión y que, si han resistido ha sido únicamente por la lógica preocupación sobre el bienestar futuro de su descendencia: ¿Qué o quién les garantiza que, cuando ellas falten, su maltratador no volcará en ellos los mismos gritos, insultos, menoscabos y golpes? ¿Qué o quién les podría garantizar que sus hijas no van a ser objeto de los mismos abusos sexuales que ellas han tenido que sufrir a manos del padre de las criaturas? Nada ni nadie. Ésa es la triste realidad.
Cuando madres insosteniblemente acorraladas llegan a matar a sus propios hijos antes de abandonar el mundo, lo hacen desde el convencimiento plenamente justificado de que toda alternativa sería aún peor para ellos. Por más que sus manos puedan ser las homicidas a nivel material, moralmente el único asesino real es el maltratador que las empuja contra las cuerdas de la desesperación más extrema. Si quieren buscar responsables a dichas tragedias, miren a todas las personas del entorno que conocían la situación y no hicieron nada por ayudar. O a las instituciones (educativas, sanitarias, legales) que debían haber detectado e intervenido de oficio para velar por el bienestar de esa mujer y el de los menores. Si quieren buscar responsables, en fin, mírense a ustedes mismos riendo los chistes de mierda de sus compañeros de trabajo o subiendo el volumen de la televisión para no escuchar los gritos con que su vecino abronca a su mujer cada tanto y a lo mejor no tendrán que echarse las manos a la cabeza cuando a alguno de ellos el desprecio que sienten por las mujeres se le vaya de las manos.
Que tarado ha escrito esto? Dulcificando y prácticamente justificando a asesinas. Los dos últimos puntos, que asco. Suicidio ampliado? Llamas suicidio a un cruel asesinato de una criatura indefensa? Lo haces porque consideras que un niño es una extensión del cuerpo de la madre o un objeto de su propiedad? Si se aplica tu forma de razonar hasta el propio asesino de Ana y Olivia podría considerarse uno de tus suicidios ampliados, y de eso a justificar a Bretón sólo hay un paso.
Hablas de muerte rápida e indolora? una mierda!. Si por las fechas de cuando escribiste este texto una madre mató a sus dos hijos quemándolos vivos provocando un incendio en el piso, no sin antes atrancar la puerta para que no tuvieran ninguna posibilidad de ser ayudados por los vecinos. También por esas fechas fue asesinado Lucio con una crueldad extrema pocas veces vista.
Los métodos mas usados que usan las madres para matar a sus hijos son ahogarlos en la bañera o tirándolos por la ventana, de forma cobarde, cuando son pequeños e indefensos. Debe ser horrible ver como tu madre con cara de psicópata te ahoga mientras no puedes hacer nada porque eres un niño de 5 años, además de ser una muerte dolorosa. Y a los niños que tiran por la ventana lo mas probable es no mueran en el acto, ya que ellos intentarán por instinto caer de pie, pero morirán pocos minutos después sin que los médicos puedan hacer nada. A diferencia de sus madres que se tirarán de cabeza, como el último caso que vi donde la madre murió en el acto pero el niño murió media hora después.
Lo que dices en el último punto me pregunto si de verdad ha pasado alguna vez. Pero no hace falta comentar mas, quien ha escrito esto debe ser un tarado y seguramente será hombre hetero, que eso lo hace todavía peor.
Buenos días. Al habla el tarado.
Observo que su falta de comprensión lectora no le han permitido alcanzar a comprender que, en este artículo, no se está llamando suicidio ampliado a los casos donde madres asesinan a sus hijos con crueldad extrema ni mucho menos se está justificando ni dulcificando nada. Lo que se está diciendo realmente es que:
1. La violencia vicaria es un fenómeno diferenciado del suicidio ampliado. Cada uno de ellos con unas causas propias y condicionantes distintos. Mientras que el primero se trata de un acto de maltrato, el segundo es la consecuencia de ideas irracionales dentro del marco de un trastorno mental, como es la depresión. Y finalmente, en el último punto, se enuncia la existencia de un tercer fenómeno que en nada se parece a los anteriores, como es es el de mujeres que viven situaciones tan extremas que, racionalmente, pueden no tener otra salida al sufrimiento que viven tanto ellas como su descendencia.
2. Las mujeres pueden cometer violencia vicaria y los hombres pueden cometer suicidios ampliados. Sin embargo, el estudio de ambos fenómenos indica que el perfil mayoritario de agresor por violencia vicaria es un hombre mientras que el del suicido ampliado es una mujer. Los casos contrarios son excepciones a la norma estadísticamente insignificantes y, en el caso de ese último fenómeno, directamente inexistentes.
3. Lo que se critica es que, demasiado a menudo, los suicidios ampliados cometidos por mujeres sean equiparados con los casos casos de violencia vicaria cometidos por hombres (siendo dicha comparación profundamente ignorante o capciosa) y cómo, al mismo tiempo, éstos últimos que los hombres ejecutan con extrema crueldad sean presentados pública y mediáticamente como suicidios ampliados pese a no cumplir ninguna de las características necesarias para considerarlos como tal. Y eso SÍ que es un verdadero intento por dulcificar y justificar las consecuencias de la ideología machista y a sus responsables.
Saludos.