Feminismo y guerra de Ucrania

Feminismo ante la guerra de Ucrania

Recuerdo un famoso dicho alemán que dice, «Si en una mesa hay un nazi y 10 personas que le respetan, en esa mesa hay 11 nazis» y luego pienso en cómo Ucrania lleva 8 años siendo gobernado por nazis que llevan asesinando a población civil desde el golpe de Estado de 2014 que ellos llaman “revolución” del EuroMaidan y en cómo los líderes de las principales potencias occidentales y representantes de las instituciones internacionales (UE, ONU) se han sentado metafóricamente a la mesa y mostrado su respeto a Poroshenko y Zelenski y la conclusión es inevitable: 77 años después de acabada la Segunda Guerra Mundial, Occidente entero está gobernado por el nazismo.

Y es que, no en vano y por desgracia, los Juicios de Núremberg no fueron ni de lejos todo lo representativos, ejemplares ni ejemplarizantes contra el fascismo que nos quisieron hacer creer. Primeramente, porque muchos lograron huir hacia Reino Unido, Canadá, Estados Unidos, Australia, Medio Oriente y fundamentalmente a Sudamérica con especial predilección por Argentina. Pero no lo hicieron improvisadamente, como fugitivos desesperados, sino en el marco de operaciones como Die Spinne, la Organización Odessa, etc.; es decir, mediante trayectos totalmente planificados por parte de personas de poder dedicadas a proteger a prófugos alemanes, croatas, eslovacos y austríacos que incluyeron la facilitación de dinero, salvoconductos, documentación falsa y nuevas identidades y  eficientemente ejecutados (a menudo con la colaboración de la Iglesia Católica o Cruz Roja y otras). Lo hicieron principalmente a través de tres rutas (ratlines): la itálica, la nórdica (pasando por Dinamarca hasta Suecia) y la ibérica (operando a través de puertos de Galicia).

Nuestro país, concretamente, tiene el dudoso “honor” de haber sido campo de actuación para cientos de agentes de la Gestapo, de la Abwehr y de la SD protegidos por el régimen franquista. Walter Kutschmann, uno de los jefes de la Gestapo en Polonia y autor material de la matanza de más de mil judíos (así como responsable policial de campos de concentración como Auschwitz, Lublin o Treblinka) residió en Vigo haciéndose pasar por sacerdote bajo la identidad de Pedro Ricardo Olmo Andrés. Otros muchos como León Degrelle, Otto Skornezy y Otto Ernst Remer, Anton Galler, Gerard Brehmer, Wolfgang Jugler, Hans Juretschke, Hauke Pattist encontraron en la Costa del Sol su retiro dorado.

Pero la cosa comienza a ponerse realmente fea cuando vemos cómo (al margen de la imposibilidad de demostrar sus crímenes o incluso por mucho que presupongamos de forma benevolente la ausencia de todo delito imputable) diversos miembros del partido nacionalsocialista, integrantes del III Reich de las Waffen-SS u otros agentes nazis, lejos de verse manchados por la eterna sombra de la sospecha y ser preventivamente apartados de toda forma de servicio público, terminan alcanzando altos cargos y puestos de responsabilidad dentro de los organismos internacionales y de gobierno de occidente. Tal fue el caso de Wernher von Braun, quien trabajó para la NASA, Walter Hallstein, quien llegaría a presidente de la Comisión Europea, del general Adolf Heusinger, quien presidió el comité militar de la OTAN o de Kurt Waldheim, 4º Secretario General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Quizás sean nombres que ya no suenan mucho. ¿Sabe usted de quién son nietos Olaf Scholz, el que fuera canciller federal de Alemania, o Christian Lander y Karl Lauterbach, ministros de finanzas y de salud de Alemania? ¿Y de quién era nieto Donald Franciszek Tusk, el presidente del consejo europeo?

Éstos hechos nos pueden dar una panorámica más clara del que podría ser el nivel de infiltración de la ideología supremacista nazi dentro de las instituciones europeas y norteamericanas en la actualidad pero es que, por mucho que descartemos la afinidad ideológica de la totalidad de las diversas cúpulas directivas y atribuyamos sus decisiones a meros intereses económicos de nuestros oligarcas mediante el tráfico de influencias, la cruda realidad termina siendo que: si compadrean, alimentan, apoyan, financian y aportan armas a movimientos fascistas, entonces, en la práctica, forman parte del problema al mismo nivel que quienes portan las esvásticas. Después de todo, la muerte del perro con un disparo en su búnker no sólo no terminó con la rabia, sino que el virus ha mutado y ahora está —en pleno siglo XXI— más activo y desde un mayor número de focos de lo que lo estuvo jamás.

En todas partes hay nazis.

Porque lo realmente trágico es que esos líderes del “mundo libre”, en teoría garantes de la “democracia” como sistema ideal (y exportable al resto del mundo) y del cumplimiento de los “Derechos Humanos”, no serían nada ni podrían llevar a cabo su programa pro-nazi sin una ciudadanía orgullosamente ignorante que les respalda o que, como poco, se cree a pies juntillas toda la propaganda atlántica sin el menor tipo de filtro ni espíritu crítico, creando así una corriente hegemónica que está por encima incluso de las diferencias (aparentemente extremas e irreconciliables) entre las diversas sensibilidades políticas.

En Ucrania hay nazis, como en España y como en todas partes. Eso no significa que el gobierno ucraniano sea nazi”. Bueno, verás, José Luis. Es que lo que ha pasado en Ucrania no se trata únicamente de que exista un partido de extrema derecha (Svoboda, que ha tendido a ser comparado con Vox) auto-declarado como los sucesores de Stepan Bandera (quien llevó a cabo matanzas de sus compatriotas ucranianos judíos que llegaron a escandalizar incluso a los propios nazis alemanes) y que llegó a tener una importante representación parlamentaria (partiendo de 37 escaños cuando sucedieron las revueltas y, tras las cuales, llegaron a colocar a un viceprimer ministro y tres ministros en el gobierno).

El auténtico problema es la absoluta normalización del nazismo dentro de esa pretendida “normalidad democrática” ucraniana previa al conflicto armado con Rusia. El auténtico problema es la absoluta impunidad (por no hablar directamente de connivencia con las autoridades) con que los criminales nazis han operado en las calles. El auténtico problema es la presencia de ideología fascista a nivel estructural en todas las esferas del poder institucional y mediático del país y, lo que es más grave todavía, que todo lo anterior haya sucedido con el beneplácito de los responsables europeos.

¿Cabe hablar de dictadura?

Toda vez que se analiza si tal o cual régimen político es dictatorial, se enuncia la ilegalización de partidos y la criminalización a la disidencia, así como el control y censura de los medios de comunicación como algunos de los principales rasgos característicos. Recientemente, Zelenski ha prohibido la actividad de nada menos que 11 partidos políticos. Me consta que muchos han caído en la tentación de justificarlo mediante el actual contexto de guerra que atraviesa el país, pero sucede que ese proceso contra la pluralidad política comenzó ya en 2015 con la ilegalización del Partido Comunista de Ucrania y cursó conjuntamente con el cierre de los tres principales canales que emitían en lengua rusa. En 2018 el gobierno aprobó una moción para prohibir el «uso y transmisión pública de cualquier contenido en lenguaje ruso», lo que incluía prohibir libros, películas, canciones. ¿Nos imaginamos lo que supondría en España la prohibición de nuestras lenguas cooficiales y a quién le encantaría que esto fuese una realidad?

Pero ninguna buena dictadura merece recibir tal distinción sin su buena limpieza étnica o genocidio: Poroshenko pertenecía a Solidaridad Europea; ojo, no al fascista Svoboda, sino a un partido presuntamente liberal de centro derecha europeísta (una especie del español Ciudadanos). Pues bien, de su boca escuchamos pronunciar estas palabras: «Porque tendremos nuestros trabajos, ellos no. Tendremos nuestras pensiones, ellos no. Tendremos cuidados para niños, personas y jubilados, ellos no. Nuestros hijos irán a escuelas y guarderías, los suyos se esconderán en los sótanos, porque no son capaces de hacer nada. Así es exactamente como ganaremos esta guerra». Con ese “ellos” se estaba refiriendo a la población del este de su propio país: el ahora famoso Donbass, una suma de importantes regiones de la nación donde la población es mayoritariamente rusófona en lo cultural, crítica con el liberalismo europeo en lo político y, a menudo también, nostálgica del régimen de la URSS en lo ideológico. Y con «guerra» se estaba refiriendo, literalmente, a la guerra (armada, con misiles y todas esas cosas) que sostenía contra los rebeldes de Lugansk y Donetsk debido al conflicto que él mismo había provocado con sus políticas. ¿Nos imaginamos a Albert Rivera pronunciando idénticas palabras como presidente de España refiriéndose a Catalunya y a una guerra civil contra el independentismo?

Pero el tiempo siguió pasando y seguimos para bingo: El año pasado (21 de julio), el presidente Zelenski promulgó la primera legislación explícitamente racista en suelo europeo en 77 años. Su “Ley sobre los Pueblos Autóctonos” estipulaba que únicamente los ucranianos de origen tártaro y caraíta tenían «derecho a gozar plenamente de todos los Derechos Humanos y de todas las libertades fundamentales» privando de los mismos a aquellos cuyo origen étnico proviene del eslavo. ¿Nos imaginamos una ley similar donde se diferenciase entre los ciudadanos españoles de origen celtíbero y que discriminase de iure a regiones enteras como Andalucía?

Luego hay otra cuestión que se suele abordar de forma bastante falaz. ¿Hay fascistas en el ejército español y el resto de fuerzas de seguridad del Estado? La pregunta tristemente ofende. ¿? Y luego, obviamente, está la forma en que, más allá del conocido Azov (en cuyo escudo puede verse la runa wolfsangel o el schwarze sonne / sonnenrad), los diferentes batallones explícitamente nazis (Dnipro, Aidar, Donbass, Shaktar, Pravy Sektor, Centuria, C14 o Tornado) fueron incorporados a la Guardia Nacional de Ucrania o bien actúan como parte de ella de facto.

Y sobre los medios de comunicación poco más cabe añadir desde el ejemplo que nos deja el presentador del canal 24 ucraniano, F. Sharafmal comentando en directo: «Me gustaría citar al nazi Adolf Eichmann, quien dijo que para destruir una nación es necesario, ante todo, matar a los niños. Matando a los niños [rusos], nunca crecerán y la nación desaparecerá».

Lo cierto es que, para no ser una dictadura nazi, debo decir que parece que lo disimulan bastante bien.

¿Pero cómo va a ser nazi Zelenski si es judío?

Zelenski concedió el título de Héroe Nacional de Ucrania a Dmytro Kotsyubail del batallón nazi Pravy Sektor, condecorándole con la Orden de la Estrella Dorada. ¿Se imagina lo que pasaría aquí si un republicano que haya sufrido de cerca la represión franquista e incluso las torturas del Servicio de Información de la Policía Militar en sus propias carnes, condecorase un buen día a Billy el niño? Por mucho que se pueda aducir una razón de Estado lo cierto es que, gestos así, demuestran como poco que por las venas de dicho personaje corre algo muy diferente de lo que corría por las de los gaseados en Birkenau.

Pero es que, además, por mucho que pueda parecer un absoluto contrasentido, la realidad es que la Historia nos ha dejado importantes evidencias de lo contrario cuando, con las chimeneas de los campos de concentración aún humeantes, cierto sector de judíos colaboró estrechamente con el tercer Reich. Si conocer esto le vuela la cabeza, es probable que no tenga mucha idea de lo que es el sionismo, del alcance del mismo en la geopolítica actual y de cómo de dicha alianza entre supremacistas deviene justamente la posterior fundación del Estado Terrorista de Israel, actual ejecutor del genocidio palestino; y aunque sus fondos ilimitados dedicados al blanqueo mediático se han esforzado a conciencia en que esta realidad quede fuera del foco, la realidad es que hay un importante rastro de evidencias que demuestran la «fusión» de la simbología nazi con la estrella de David. Sólo hay que querer mirar.

La paja en el ojo ajeno.

Hubo un tiempo en que unos mismos hechos objetivos eran presentados por los diversos medios de ideologías opuestas; si bien cada uno lo hacía desde un ángulo, enfoque, prisma e incluso iluminación favorables a su línea editorial ideológica y a sus propios intereses como grupo mediático. Es evidente que ese tiempo ha llegado a su fin: Con la cuestión ucraniana, la desvinculación de los medios con los hechos y la realidad es total y absoluta y, ya sea en televisión, prensa o radio, está siendo prácticamente imposible encontrar no ya un contrapunto informativo desde la perspectiva de Rusia, sino simplemente el menor atisbo de cuestionamiento crítico hacia el relato otanista que lo inunda todo, todo el tiempo.

Buena muestra de ello es que mucho se habla en estos días sobre la presunta “manipulación de los medios pro-rusos” (siempre planteado como un fenómeno difuso y ambiguo) y demasiado poco sobre, concretamente, qué informaciones se supone que son falaces o dónde están las pruebas que las refutan. Sin embargo, es precisamente a nuestros medios (los occidentales) a los que hemos pillado en innumerables manipulaciones y mentiras manifiestas desde el pasado 24 de febrero, llegándose a vivir en las redacciones momentos de auténtico esperpento, como cuando emitieron imágenes de un videojuego presentándolas como pertenecientes a la actual intervención militar rusa o con doblajes y subtítulos que cambiaban diametralmente el sentido de diversos testimonios personales que eran emitidos en antena. Y estamos hablando de cuestiones fácilmente contrastables por cualquier usuario de a pie: Si mienten o, como poco, no se molestan en comprobar cosas tan básicas, ¿qué no estarán haciendo con aquellas cuya validación de las fuentes y veracidad exija de una investigación mucho más profunda y exhaustiva (como podría ser el caso del montaje en relación a la matanza de Bucha)?

¿Por qué no se están borrando las informaciones que se demuestran falsas? ¿Por qué ninguna asociación ni comité de ética periodista les exige una rectificación pública? Sencillo: Contra el enemigo todo vale y, los ciudadanos de este lado de los Urales estamos sufriendo una campaña masiva de adoctrinamiento y manipulación sin precedentes en Europa desde los tiempos de Goebbels, de corte anticomunista y conjuntamente con la implantación de un discurso de odio —y deshumanización al más puro estilo “perro judío”— contra las personas de nacionalidad rusa por el mero hecho de serlo.

Mientras, el ridículo más espantoso recorre occidente con anécdotas vergonzosas como la exclusión de nadadores rusos y bielorrusos del Mundial de natación de Budapest por parte de la FINA, de atletas de las mismas nacionalidades de los Juegos Paralímpicos de Invierno de Pekín por parte del Comité Paralímpico Internacional (IPC), de los mismos tenistas del Grand Slam de Wimbledon por parte de sus organizadores, de la selección rusa del mundial de Catar 2022 por parte de FIFA y las medidas contra equipos rusos de futbol por parte de la UEFA y la Euroliga. La cancelación también ha llegado con fuerza al mundo de la cultura: Tchaikovsky por parte de la Filarmónica de Zagreb, Dostoievski por parte de Universidad de Milán, Tolstói por parte de Netflix o Tarkovski por parte de la Filmoteca de Andalucía. También se deja fuera a Shostakovich o Rachmaninov, la temporada de la soprano Anna Netrebko en el Metropolitan, al director de orquesta ruso Valeri Guerguiev por parte de la Scala de Milán y la Filarmónica de Munich, a la ucraniano-americana Valentina Lisitsa del Teatro de la Isla Margarita de Budapest (por ser “pro-rusa”), al Ballet Bolshói por parte del Teatro Real y hasta a Marx (alemán, recordemos) por parte de la Universidad de Florida.

El ridículo llega al nivel de expulsar árboles y gatos “rusos” de concursos tipo “mejor tal o cual de Europa” (no es broma) y, como ya hicieran los norteamericanos con sus “freedom fries” (como empezaron a llamar a las “french fries” tras la negativa del país galo a prestar su apoyo a la campaña imperialista del trío de las Azores en Iraq) o el franquismo con su “Ensaladilla Nacional”, el oportunista dueño de algún local de Zaragoza ha decidido volver a renombrar la “ensaladilla rusa” como ensaladilla de Kiev. También por “solidaridad” una sala de conciertos de Barcelona ha decidido no servir vodka a sus clientes cuando, de entre las marcas más vendidas en España tanto en locales como en supermercados (Absolut, Belvedere, Grey Goose, Knebep, Eristoff, Smirnoff), únicamente ésta última es de origen ruso, si bien actualmente pertenece a una multinacional británica; y las siguientes marcas más populares auténticamente rusas son Moskovskaya y Stolichnaya ¿Le suenan siquiera?

Así pues, era cuestión de tiempo que alguien diera un paso más allá y decidiera cruzar la línea de vetar la entrada de clientes por su nacionalidad: Lo ha hecho un bar de A Coruña. ¿Recuerdan la rabia e indignación que nos despertaba la escena del cartel que rezaba “Prohibida la entrada a perros y a judíos” en La vida es bella? Pues la diferencia es que ahora todo esto nos está pareciendo bien.

Y mientras todo eso sucede, insisto, el periodista español Pablo González continúa encarcelado ilegalmente y prácticamente incomunicado en Polonia desde el 28 de febrero acusado de ser un “espía ruso”. El abogado y divulgador español Rubén Gisbert tuvo que regresar desde Donetsk después de que efectivos ucranianos se organizasen para tratar de localizarlo e intentar capturarlo o eliminarlo por sus crónicas sobre el terreno. El periodista español Javier Couso (hermano del asesinado en un hotel de Iraq por parte de EEUU) sufre acoso y amenazas. Y la Policía Nacional arresta a disidentes políticos ucranianos como el bloguero Anatoli Sharí, acusado por su gobierno de “traición” y a quien, si deportan, espera sin duda la ejecución.

A nivel internacional la cosa está parecida, el escritor y cineasta chileno Gonzalo Lira, que denuncia haber sido retenido por el SVU y la reportera francesa Anne Laure Bonnel, que se ha visto cuestionada y censurada por el mero hecho de intentar hacer su trabajo e informar objetivamente.

Por otra parte, y aún cuando asumiésemos como válida la premisa inicial de que el Kremlin utiliza la presunta manipulación informativa de medios como Russia Today (RT) o Sputnik News como arma de guerra, ¿Estaría legitimada la censura previa a sus canales y tribunas? ¿Es tan siquiera legal este apagón de los medios rusos en base a nuestras propias leyes vigentes?

Ya respondo yo: No lo es. De hecho, atenta no sólo contra la libertad de prensa, sino directamente contra nuestro derecho ciudadano a la información. Concretamente en el caso de España, tales medidas exigirían de la declaración de un Estado de Sitio que, hasta donde yo conozco, no ha sido declarado. Y, en cualquier caso, se suponía que habíamos alcanzado el consenso social acerca de que las mentiras y la manipulación no se combaten mediante la censura, sino con la verdad. Las informaciones se investigan, se contrastan y, si (y sólo si) se demuestran falsas y manipuladas, es cuando se procede a exponerlas como tales; sin descargo de iniciar los procedimientos sancionadores de responsabilidad civil o penal que se estimen oportunos contra sus perpetradores.

Lo que en modo alguno podemos legitimar es que Europa use la “manipulación informativa de los medios pro-rusos” igual que USA utilizó la “lucha contra el terrorismo islámico” tras el 11-S, recortando derechos y libertades ciudadanos mediante la aprobación de leyes del estilo al Patriot Act (siempre por nuestra “propia seguridad”, claro está) o algo incluso más peligroso: la suspensión tácita y arbitraria de nuestras leyes vigentes bajo la premisa de motivaciones “de fuerza mayor”. Esta sucediendo que la caza de brujas alcanza incluso a periodistas freelance como Inna Afinogenova, Helena Villar y Victor Ternovsky por colaborar, entre otros, con alguno de los medios de esa “lista negra”.

Pues bien, no contentos con eso (y de sobra conocedores del hecho de que muchas personas desconfían de los medios de comunicación de masas y que las redes sociales llevan años siendo un importante foco de disidencia crítica y respuesta organizada contra el poder establecido), están atreviéndose a hacer lo nunca visto: censurar sus perfiles en plataformas como Twitter e incluso bloquear el acceso a sus canales de Telegram. Cuando China implantó lo que aquí se dio en llamar la Gran muralla digital, ¿Recuerda usted la extrema gravedad con que nuestros medios nos presentaron la noticia? Los principales medios occidentales hicieron entonces versiones TOR de sus webs para que los disidentes del régimen de Pekín pudieran saltarse las restricciones y acceder a sus contenidos mediante la deep web como contramedida ante lo que consideraban una forma de totalitarismo. ¿Nos damos cuenta ya de lo pantanoso que es el terreno que estamos empezando a pisar? Pues sed bienvenidos a esta Europa nuestra, garante de la “democracia” y de las “libertades” y “derechos” pero, hey, qué suerte que tenemos los occidentales estando siempre del lado correcto de la Historia, ¿verdad que sí?

Y es que, en lo que se agita el fantasma de ese presunto expansionismo ruso, se nos oculta el único y verdadero imperialismo: El que más intervenciones militares ha protagonizado. Aquel cuyos servicios de inteligencia han causado mayor número de injerencias internacionales y han estado implicados en las peores tramas de conspiración. Al que debemos más muertos y destrozos. El único hasta la fecha que ha empleado armas nucleares (Hiroshima y Nagasaki). Líder también en bombardeos y ataques con drones (con total indiferencia de los sucesivos relevos de poder entre Republicanos y Demócratas de sus diferentes administraciones a lo largo de décadas enteras). Y todo ello sin sufrir ningún tipo de sanción, consecuencia o advertimiento; sin someterse a autoridad alguna ni requerir autorización del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Sin rendir cuentas ante absolutamente nadie por hechos como haber falsificado las pruebas con las que legitimó públicamente su entrada en Iraq (tal como reconoció Donald Rumsfeld) ni condena por los crímenes de lesa humanidad ejecutados por sus soltados (Abu Ghraib, etc.). Es decir, el que practican los Estados Unidos de América y sus esbirros.

Progresismo out of context

Pero, si ya es trágico que la población general se trague toda la propaganda otanista, para lo que ya no me quedan palabras es para descubrir a supuestos “compañeras” y “compañeros” partidarios de la III República Española, autodenominadas feministas radicales (como Amelia Valcárcel) y autodenominados comunistas o bien anarquistas, o marxistas, o anticapitalistas o, simplemente, antifascistas, o bien activistas LGTB, antirracistas, etcétera, etcétera, plegarse al simplismo de tildar de “loco” y/o de “cerdo imperialista” (equiparable a Hitler cuando invadió Polonia) a Putin. Que si “trastornado imbuido en la utopía de reconstruir la URSS” o “nostálgico de la época zarista”. Son muchas las sandeces que hemos tenido que leer estos días en boca de personas aparentemente inteligentes, críticas, concienciadas, informadas. Y en mi opinión, el bochornoso espectáculo alcanza ya cotas máximas de ridículo e incoherencia cuando se contempla a independentistas vascos y catalanes y regionalistas gallegos, valencianistas, asturianos (pola oficialidá de la llingua asturiana), leoneses (#Lexit), etc., repitiendo las mismas consignas como loros amaestrados, cuando, en cierto modo, el conflicto del Donbass y Crimea tiene numerosos puntos análogos a los que denuncian todos y cada uno de estos movimientos contra el sistema hegemónico cultural que combaten, y cuando llevan años sufriendo la demonización de sus ideas y la manipulación criminal por parte de los medios de masas, invariablemente monárquicos, misóginos, y patriarcales, neoliberales, “nostálgicos” de la dictadura, homófobos, racistas y etnocentristas, unionistas y partidarios del ultracentralismo mesetario y del desprecio y ninguneo a las lenguas cooficiales del Estado. De modo que felicidades compañeras y compañeros: Ahora ya sabéis por fin lo que se siente al estar al otro lado. En el lado del imperio de la sinrazón. En el lado de los que se dejan llevar cómodamente por la corriente sin cuestionarse nada ni revisarse críticamente. En el lado de la barbarie.

Y no debería ser necesario aclararlo, pero: NO, en este blog no se defiende a Putin ni se respalda acríticamente su decisión de emprender una intervención militar sobre país alguno. A Putin se le puede (y se le debe) cuestionar como el señor muy señoro que es, perteneciente además a un partido de derecha conservadora. Por supuesto (¡faltaría más!) que es necesario hablar de las potenciales consecuencias de sus acciones y poner en tela de juicio sus motivaciones que, sin lugar a dudas, estarán al servicio de los intereses geoestratégicos de la Rusia a la que él aspira.

Ahora bien, por honestidad intelectual, del mismo modo se puede (y se debe) analizar también la conveniencia de convertirnos en objetivo militar de la primera potencia nuclear del mundo gracias al (más que entusiasta) envío de armas del Gobierno-Más-Comunista-de-nuestra-Historia™ del PSOE/UP y las calentadas de morro del entrañable Borrell como alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad y vicepresidente de la Comisión Europea. O del impacto devastador que puede tener para nuestra economía (aún renqueante tras la crisis estafa de 2008 y la traída posteriormente por el covid) la adopción de las sanciones contra Rusia. O, incluso, de las causas políticas que explican (no que justifican) su decisión. Como, por ejemplo, la forma en que la OTAN ha ido estrechando el cerco aprovechándose de la pasada debilidad de su adversario, imbuido en el proceso de desintegración de la unión soviética. O del incumpliendo de los acuerdos de 1990 sobre la no expansión hacia el este, con la sucesiva incorporación de la República Checa, Hungría, Polonia (1999), Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Rumanía, Eslovaquia, Eslovenia (2004), Albania, Croacia (2009), Montenegro (2017) y la previsible incorporación próxima de Ucrania en una hipotética octava ampliación. O de la forma en que finalmente han terminado abocando a Putin a la guerra (como alternativa única a su claudicación) mediante la activa desestabilización política de una zona a las puertas de Moscú, promocionada por los EEUU mediante las revueltas contra Yanukóvich primero, y el posterior adiestramiento y envío de armas a las milicias nazis que han contribuido a la violación sistemática por parte del gobierno ucraniano de los acuerdos de Minsk I (2014) y Minsk II (2015) desde el momento mismo de su firma. O de las parecen cada vez más fundadas sospechas del desarrollo de armas biológicas por parte del gobierno de Kiev que habrían contado con la colaboración de laboratorios secretos yankees relacionados con Hunter Biden, hijo del presidente americano, relacionado recientemente (y dicho sea de paso) con un fea trama de escándalos sexuales.

Se puede y se debe hablar de todo ello por diferentes motivos: El más relevante es que el gobierno español, de forma absolutamente cortoplacista e irresponsable (como por otra parte viene siendo la tónica habitual de nuestras sucesivas administraciones), se ha subido al carro de la estupidez vasalla e irracional de una Unión Europea a la deriva en contra de sus propios intereses y ha decidido apostar en nuestro nombre todas las fichas al caballo perdedor (USA) en un contexto histórico de, más que previsible, inversión del polo “magnético” en lo que al eje del liderazgo por la hegemonía económica mundial se refiere. Y es que, si ya hemos comprobado lo que supone ser los parias (PIGS) dentro de las indudables ventajas y privilegios de pertenecer al selecto club de miembros del Imperio en plena bacanal de opulencia, quizás pronto nos veamos en la tesitura de descubrir lo que supone continuar engrosando el mismo grupo de segundones, una vez caído el ocaso de ese Imperio en evidente decadencia, con la consecuente pérdida de riqueza y poder que, sin duda, implicará. De modo que claro que sí: Podríamos (y deberíamos) hablar largo y tendido de todas estas cuestiones; pero no será aquí y no será ahora porque, lamentablemente, ni soy yo la persona indicada para ello, ni mucho menos entra dentro de las pretensiones del presente artículo desentrañar los derroteros de la macro política a nivel planetario.

Feminismo… ¿nazi?

Ya bastante bochornoso es que el consabido atajo de pijas liberales que se hacen llamar feministas apoyen la prostitución y el porno, la Ley trans, la (mal llamada) gestación subrogada, etc. en nombre del movimiento. Yo a lo que realmente he venido aquí (habida cuenta de que esto no deja de ser un blog sobre dicha temática) es a recordar lo que, por sentido común, debería ser más que obvio: que simplemente es incompatible ser feminista radical (el único feminismo que existe) con mostrar cualquier tipo de apoyo, tibiedad o equidistancia para con un régimen nazi.

El fascismo tiene un único lugar para las mujeres: exactamente el que el patriarcado le ha reservado y, precisamente por ello, el feminismo y el fascismo han sido, son (y siempre serán) fuerzas absolutamente antagónicas y mutuamente auto-excluyentes. Un feminismo que apoye armar a Ucrania será feminista en la misma medida que la Sección Femenina de Pilar Primo de Rivera.

Un “feminismo” que se solidariza con Zelenski será feminista en la misma medida que Levgeniia Kraizman, líder de FEMEN, posando triunfal ante las llamas de la Casa de los Sindicatos de Odessa, en la cual fueron masacradas al menos 48 personas a manos de los nazis al arrojar cócteles molotov contra el edificio con intención de asesinar al mayor número de opositores posible que estaban refugiados dentro después de verse acorralados.

Un “feminismo” partidario de armar a batallones explícitamente nazis como Azov será feminista en la misma medida que pueden serlo los nazis ucranianos que llevan casi una década asesinando, torturando y violando a las mujeres y niñas de Donetsk y Lugansk y llegando a celebrar orgías —como las protagonizadas por el batallón Tornado— en las que abusaban incluso de bebés obligando a sus madres a presenciarlo.

Un “feminismo” que apoya al régimen ucranazi que en los últimos años ha convertido al país en la capital europea de la gestación subrogada y llevado, por tanto, a sus propias mujeres a ser vacas de cría para satisfacer los caprichos genetistas de burgueses extranjeros y se ha enriquecido a costa de traficar con sus bebés al mejor postor, ¿En qué medida puede ser feminismo, exactamente? Si ese es su “feminismo” igual es que va a ser usted más facha que feminista o, como poco, tiene aún mucha basura patriarcal que “deconstruir” y necesita que le gradúen esas “gafas moradas”.

Y no es la única actitud preocupante que llevamos tiempo observando dentro del feminismo radical. Desde el comienzo del conflicto se escucharon numerosas voces cuyo nivel de análisis de reducía a presentarlo como “hombres siendo hombres / haciendo lo que hacen los hombres / señoreando” y aportando una única receta: «Hay que quitarle el poder a los hombres».

Seamos honestos: No se puede negar que la historia humana de los conflictos (tanto personales como sociales y, definitivamente, los armados) ha estado determinada en demasiadas ocasiones por el ego y la voluntad de medirse el miembro de sus líderes, impregnados siempre en una eminente socialización masculina. Pero seamos serios también: La resistencia contra fuerzas tales como el colonialismo e imperialismo, el fundamentalismo religioso o el supremacismo racial no son equiparables.

Entremos pues, en ese juego. Supongamos que una revolución feminista depone a Putin y retira el poder a todos los hombres. Supongamos que sucede simultáneamente lo mismo en Estados Unidos, Alemania, Reino Unido, Francia, Italia y España. ¿Cómo combatirían las recién ascendidas a las altas esferas del poder la amenaza fascista, tanto dentro de sus propios territorios como internacionalmente frente al hervidero de nazis que han llegado a ser países como Ucrania y Polonia y que podrían llegar a suponer una amenaza más que tangible para dicho incipiente matriarcado internacional? ¿Dialogando? ¿Negociando con los nazis para tratar de llegar a pactos de no agresión? ¿Con empatía y comprensión y cuidados, porque el más cabrón es el que más necesita el abrazo? No, en serio, ¿Cómo exactamente? Lo he preguntado varias veces desde mi perfil de Twitter y, a día de hoy, sigo sin obtener una sola respuesta sobre cuál sería esa alternativa femenina de hacer las cosas o esa forma radicalmente diferente de afrontar los problemas.

La historia de Europa ya demostró una vez que el nazismo ni atiende a razones ni siente el menor respeto por la palabra dada. Es más, demostró que todo acuerdo al que se pueda llegar con el nazismo será únicamente parte de su estrategia para obtener una ventaja táctica en el futuro sobre todo aquel que no se pliegue ante sí y comparta sus ideales totalitarios. De modo que, cuando todos esos gobiernos e instituciones internacionales —conformados ahora exclusivamente por mujeres— llegasen a la conclusión inevitable de que la única forma real de frenar al fascismo, toda vez se le permite alcanzar el suficiente poder, es hablar su mismo idioma (el de la fuerza y las armas) y que la única forma de evitar que un nazi cause daño es metiéndole una bala en la cabeza; cuando las mujeres se decidiesen por fin a cooperar en una intervención militar coordinada y declarasen la guerra a la potencias hostiles… ¿En qué se diferenciaría entonces de lo que hacían aquellos “hombres siendo hombres”? En la metodología de llevarla a la cabo, quizás, pero no en el hecho en sí.

Porque la realidad es tan simple como que hay ciertos conflictos que no es posible evitar encarar y, este tipo de reduccionismos, a la hora de analizar situaciones tan complejas como una guerra, resultan de un infantilismo un tanto vergonzoso y manifiestamente impropio de un movimiento sociopolítico como es el feminismo, con una de las trayectorias más vigentes y uno de los corpus teórico más extensos y sólidos que se hayan enunciado jamás.

La importancia de SER izquierda (y parecerlo).

Del mismo modo que la corriente transhumanista está sublimando algunas de las clásicas paranoias que el catolicismo más rancio y la extrema derecha más casposa llevan décadas enarbolando falazmente en contra de toda alternativa política posible a sí mismas, la absoluta renuncia de esta transizquierda impostora-indigna-parasitaria al discurso revolucionario-obrerista-socialdemócrata e incluso a mantener el menor contacto posible con la realidad tangible (por ejemplo, no sabiendo lo que significa la palabra «mujer» ni diferenciar a una) conllevan un riesgo aún mayor: la delegación en exclusiva de la razón, la sensatez y el sentido común a la extrema derecha. Sin plantearle batalla dialéctica y, regalándole por tanto, al populismo fascista el espacio político que dejan vacío.

Porque, seamos sinceros, la izquierda ni está ni se la espera. En 2014, Pablo Iglesias proclamaba que «La UE no puede apoyar a los neonazis del Gobierno de Ucrania». Alberto Garzón, por su parte, twitteaba «Telediarios que ahora llaman activistas e indignados a personas armadas con AK-47 y ataviadas con símbolos nazis» o denunciaba el «puro fascismo» presente en que «manifestantes encapuchados ucranianos matasen a un periodista ruso de un tiro tras sacarlo de un taxi» o cuando denunciaba la pasividad de la UE ante el ascenso de la ultraderecha al poder. En 2022 y ya en el gobierno, los titulares han sido «Podemos rectifica y acepta ahora el envío de armas a Ucrania a través de la UE» y el aplauso de sus diputados a la intervención por videoconferencia de Zelenski ante el Congreso. Incluso después de la infamia de sacar a colación el bombardeo de Gernika, Izquierda Unida tuvo aún el valor de emitir un comunicado donde «traslada su absoluto respeto institucional por el presidente Zelenski» y el propio Alberto comentó que «sus palabras han puesto voz al sufrimiento del pueblo ucraniano». Luego algunos compañeros se escandalizan cuando ven compartir en redes sociales el vídeo de Petr Bystron, diputado del partido de extrema derecha Alternativa por Alemania (AfD), diciendo cuatro verdades como templos en el Bundestag.

Tampoco están los “referentes rojos” del periodismo. Mientras individuos como Antonio Maestre (quien posaba con una pegatina de “FCK NZS” en su ordenador), Hibai Arbide Aza (que como corresponsal en Grecia denunció el acoso y derribo europeo contra el pueblo Griego en los tiempos del referéndum del #OXI) o Alberto Sicilia se han convertido abierta e indisimuladamente en mamporreros de los nazis; Juan Manuel de Prada publicaba el 28 de febrero una lúcida columna en ABC que tituló La otra guerra de Ucrania y que resultaba un soplo de aire fresco ante la magnitud del discurso único ukrainian supporter. Un mes más tarde, el conocido revisionista de la historia española contemporánea (y uno de los mayores voceros de la extrema derecha patria junto con Jiménez Losantos y Pío Moa) César Vidal dedicaba el editorial de su programa a hacer un profundo análisis, bien documentado y muy certero sobre la situación política de aquel país, rematado por una condena más contundente del nazismo ucraniano y sus crímenes que cualquiera de las cosas que se ha podido leer en El Diario de Ignacio Escolar o escuchar de boca de cualquier periodista de la escena pseudoprogre.

Son éstos sólo algunos ejemplos de cómo individuos más que cuestionables y manipuladores peligrosos están ocupando el discurso que debería estar defendiendo la izquierda y, en la posición donde necesitamos que se sitúen ha quedado únicamente un desolador desierto con plantas rodadoras. Y es que pareciera que finalmente se ha terminado por subvertir el mítico lema de la izquierda que, en estos momentos, bien podría ser: «Ni guerra entre clases, ni paz entre pueblos». Y todos nosotros tenemos una cierta responsabilidad en ello. Porque la clase política que decía representarnos no lo habría podido hacer peor ni aún proponiéndoselo deliberadamente (o mejor, según se mire). Y, sin embargo, nosotros les hemos votado con “la pinza en la nariz” y algunas veces apoyado y aplaudido por oposición. Les vinos claudicar de sus reivindicaciones. Les vimos incumplir sistemáticamente sus mayores promesas. Les vimos darnos largas y marearnos la perdiz como con la derogación de la Ley mordaza o de la reforma laboral del PP. Les vimos dejarse en evidencia a sí mismos ante la hemeroteca. Les vinos redactar leyes que hubiera firmado nuestro enemigo sin dudarlo: Nos pusieron contra las cuerdas y, cuando las calles deberían haber ardido, no ya una, sino mil veces… no hicimos NADA. Ni una triste huelga general desde 2012. Por miedo. Porque “podría ser peor”. Porque “al menos no gobierna Vox”, porque había que “frenar el fascismo sea como sea”. Porque “virgencita que me quede como estoy”. Y en algunos casos porque hemos seguido negándonos a abrir los ojos.

Recuerdo un pasaje del popular “Por quién doblan las campanas” en que, ante la pregunta «¿Hay muchos fascistas en vuestro país?» Heminway anunciaba en boca de Robert Jordan: «There are many who do not know they are fascists but will find it out when the time comes / Hay muchos que no saben que son fascistas, pero lo descubrirán cuando llegue el momento»

Ese momento ha llegado.

Ahora veremos si somos capaces de reaccionar ante él. Si es que no es ya demasiado tarde. Y ojalá el tiempo diga que me equivocaba en ese aspecto.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *